Raúl Zibechi
Periodista

¿Por qué Venezuela?

Una civilización en decadencia ya no puede establecer objetivos a largo plazo que entusiasmen y unifiquen a su población

Estados Unidos está negociando un acuerdo con los talibanes para poner fin a la guerra en Afganistán. La Casa Blanca lleva meses negociando con Corea del Norte. Ha llegado a acuerdos con los gobiernos de Irán y Siria sobre temas estratégicos, o sea, se ha sentado a dialogar con una parte de los gobiernos que en su momento fueron colocados como «eje del mal». ¿Por qué entonces tanto empeño en derribar al Gobierno de Nicolás Maduro?

Encuentro tres razones que, como se verá, no tienen la menor relación con la democracia ni con los derechos humanos, que son los argumentos que se suelen utilizar para deslegitimar al régimen bolivariano y las elecciones de mayo de 2018 que ungieron a Maduro como presidente.

La primera es que Venezuela tiene las mayores reservas de petróleo del mundo, superando en ese lugar a Arabia Saudí. Aunque la estatal Pdvsa es un modesto productor de petróleo, por su declive casi permanente en la última década, lo cierto es que Venezuela posee riquezas (no solo de hidrocarburos, además de minerales estratégicos) que la convierten en un objetivo primordial para las grandes multinacionales y la potencia estadounidense.

La disputa por el petróleo venezolano tiene dos aristas. Por un lado, Estados Unidos que se ha convertido en el primer productor de petróleo gracias al fracking, sabe que ese lugar es frágil tanto por razones económicas (extraer con fractura hidráulica es muy caro), como por cuestiones ambientales. En segundo lugar, hacerse con el petróleo venezolano es tanto como privar a sus enemigos estratégicos, sobre todo China, de ese recurso.

El director del Observatorio de la Política China, Xulio Ríos, sostiene: «China tiene decenas de miles de millones de dólares invertidos en el país, especialmente en el sector de la energía. En torno al 13 % del petróleo importado por China proviene de América Latina, siendo Venezuela uno de los principales suministradores» (en http://politica-china.org).

Además, una eventual caída de Maduro puede hacer peligrar muchas de las inversiones de China en el país. «La hipótesis de un desenlace a la libia está sobre la mesa. El nivel de implicación en la crisis nos dará la medida de cuánto la China de Xi está dispuesta a hacer para proteger sus intereses», sostiene Ríos.

La segunda razón del empeño contra Maduro se desprende de una serena observación de los mapas. La cuenca del Caribe es el punto intocable de una estrategia tanto defensiva como ofensiva del Pentágono, finalmente la institución que decide en la política de Washington. La hegemonía global que consiguió la superpotencia luego de 1945, comenzó más de medio siglo antes a través de su expansión por México, el Caribe y Centroamérica. Nada ni nadie puede desafiar o, simplemente, no plegarse a la política estadounidense en esa región. Cualquier disidencia, por menor que sea, debe ser eliminada. La invasión de Granada en 1983 es una muestra de que incluso la construcción de un aeropuerto por un gobierno tímidamente progresista, pero sin la autorización del Pentágono, puede ser motivo de duras sanciones.

La tercera razón consiste en los poderes populares. Tanto los reales como los potenciales. La Casa Blanca puede negociar con cualquier poder estatal, como está demostrado, porque esos poderes siguen lógicas similares y pueden ser incluso chantajeados. Pero cuando se enfrenta a poderes de abajo, como los que se estaban gestando embrionariamente en Venezuela, se encienden todas las alarmas. Una actitud de clase, que está en la base de su política imperial.

No se trata, en absoluto, de una defensa de las instituciones democráticas, algo que poco importa como lo enseña la actitud de Estados Unidos y de la Unión Europea hacia Arabia Saudí. La condena a Maduro por unos y otros debería sonrojarlos cuando guardan silencio ante los inocultables crímenes de la Casa de Saud, probablemente el régimen más oprobioso del planeta que conduce una guerra genocida en Yemen.

Pero hay un tema adicional que explica la opción por ahogar a los países donde desea impulsar un cambio de régimen, en contra de la vieja actitud la mitad del siglo XX. El especialista en estrategia Sean McFate asegura que «durante los últimos 70 años, Occidente ha olvidado cómo ganar guerras». Agrega algo más preocupante aún para las grandes potencias: «La única constante de la guerra moderna es que los ejércitos más fuertes del mundo ahora pierden rutinariamente ante sus enemigos más débiles» (Asia Times, 1 de febrero de 2019).

McFate es un exoficial del Ejército de Estados Unidos y fue contratista de seguridad privada en África, trabajó para la Rand Corporation y es profesor de estrategia en la Universidad de Defensa Nacional y en la Escuela de Servicio Exterior de la Universidad de Georgetown. No es un improvisado y sabe de qué habla.

El primer apartado de su último libro (“Las nuevas reglas de la guerra”), se titula “Atrofia estratégica”, en el que asegura que desde 1945 el Ejército de Estados Unidos «solo ha experimentado derrotas». Teniendo las mejores armas y recursos tecnológicos, los ejércitos mejor entrenados y dirigidos, el problema debe estar en otro lugar, reflexiona McFate. «Perdemos –se responde– a causa de nuestra incompetencia estratégica».

Sostiene que el desorden mundial actual pronto se extenderá del Tercer Mundo al primero, incluyendo Europa y Estados Unidos, y que Occidente no sabe lidiar con esta situación que en otros momentos habitualmente definimos como caos sistémico. No dice, claro, que ese caos es provocado precisamente por su país.

Aunque las recetas del estratega suenan cortas, su análisis sobre la crisis de las estrategias de Estados Unidos parece acertado. Es una de las principales características de una civilización en decadencia, que ya no puede establecer objetivos a largo plazo que entusiasmen y unifiquen a su población. Pegar zarpazos a enemigos inventados puede ser el peor camino, ya que no garantiza el triunfo y puede terminar por desmadejar el frente interno. Pueden entrar en Venezuela, pero nos saben cómo ni cuándo van a salir.

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