Jesus Valencia

Por un periodismo libre

Las estremecedoras imágenes que nos siguen llegando de Gaza nos provocan amargura, impotencia y rabia, pero no perplejidad. Hace casi 20 años, un grupo de periodistas coherentes decidió informar sobre los crueles procedimientos que el imperialismo practicaba. Veinte años más tarde, la saña capitalista se mantiene corregida y aumentada.

Julián Assange, australiano y periodista, fue el más conocido impulsor de aquella arriesgada iniciativa que pretendía defender a toda la humanidad. En 2006 fundó un medio de difusión libre que denominó Wikileaks. Informadores anónimos, pero bien documentados, facilitaron a dicho servicio miles de datos confidenciales que la referida red divulgó; era necesario desenmascarar a la fiera para que el mundo conociera la amenaza que se cernía sobre nuestras cabezas. Heroica y arriesgada labor que pronto fue ubicada en el punto de mira vengativo de la potencia norteamericana. Numerosos países habían sido denunciados por los atropellos que estaban cometiendo. Solo el Gobierno de Washington ha promovido acciones punitivas contra Wikileaks.

Mikel Pompeo, entonces secretario de Estado norteamericano y desenmascarado por la citada Red, urgió a la CIA para que eliminara a su fundador. No se cumplió dicha orden, pero otra jauría de mastines también se incorporó a la cacería. El Departamento de Justicia de Estados Unidos, empeñado en liquidar al periodista por vía judicial, utilizó una de sus estratagemas predilectas: desprestigiar al australiano para que la posterior presentación de cargos contra él encontrara el terreno preparado. Pronto contó Washington –medida muy socorrida− con la colaboración de gobiernos serviles. El Gobierno de Suecia presentó causas contra Assange que luego retiro una vez utilizadas dichas acusaciones para abrirle procedimiento. Lenín Moreno, vil presidente del Ecuador, cerró al periodista perseguido la puerta de su Embajada londinense; la Revolución Ciudadana −con Correa a la cabeza− se la había abierto a Assange para que este tuviera un espacio soberano donde refugiarse. El propio Gobierno australiano de aquellos años, también repudio a su ciudadano. Todo estaba listo para que la justicia inglesa rematara la faena.

En abril de 2019, la policía inglesa penetró en la Embajada ecuatoriana, detuvo al allá refugiado y lo trasladó a la siniestra cárcel londinense de Belmarsh. Tan siniestra como las que Wikileaks había denunciado cuando se refería a Abu Ghraib, mazmorra yanqui contra los resistentes iraquíes o a las de los ocupantes israelíes contra los resistentes palestinos. Solo faltaba rematar la faena: extraditar a Assange a Estados Unidos y aplicarle una sentencia de 175 años de prisión por los 18 delitos que le imputan; es decir, aplicarle tormento penitenciario hasta su muerte. En el primer juicio de 2022, el imperialismo yanqui no consiguió su objetivo ya que la aprobada sentencia de extradición fue recurrida por Assange. Hace unas semanas, el 20-21 de febrero, se ha celebrado un segundo juicio y todavía no se conoce la sentencia.

A medida que pasan los días, crece el pasmoso silencio de los medios comunicativos al servicio del imperialismo. Otro sector del mundo está demostrando bastante mayor conciencia y dignidad. Assange, su familia y sus compañeros reafirman la legitimidad de Wikileaks apelando a la libertad de expresión. El actual Gobierno de Australia o el canciller alemán Olaf Scholz son contrarios a la extradición. Miles de personas anónimas y valientes reconocen el mérito de Assange y desbordan el planteamiento de la extradición; reclaman sin ambigüedades la libertad incondicional del periodista. Este pequeño apunte pretende ser un aplauso encendido al encausado: al hombre que se jugó la vida en defensa de la humanidad.

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