Fátima Andreo Vázquez

Próximo cumpleaños

Setenta años después de la firma, experimentamos una preocupante involución. Así, vemos cómo nuestras instituciones dejan morir a cientos de personas cada año; no en campos de exterminio, pero sí en su intento de huir de situaciones de vida desesperadas.

Hace veinte años me encontraba ultimando, junto con un grupo de compañeros, una exposición sobre los derechos humanos. La realizaban las organizaciones Mugarik Gabe y Amnistía Internacional de Pamplona para conmemorar el 50 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH).

Estaba concebida como un laberinto (para expresar los variados caminos existentes en el ejercicio y cumplimento de los derechos humanos) donde se encontraban unos espacios. En estos espacios se trataban temas de derechos humanos relacionados con cada lugar; por ejemplo la casa (violencia en el hogar, consumismo y medio ambiente, protección/violación de la intimidad), la plaza (libre circulación, participación) o la cárcel (libertad de conciencia, arbitrariedad, malos tratos).

Pensando en que próximamente se cumplirán los 70 años de la aprobación de la DUDH por Naciones Unidas, un 10 de diciembre, me pregunto ¿qué espacios pondríamos ahora? El primero que se me ocurre es un mar Mediterráneo. Un mar con sus orillas, donde no se permite la libre circulación de las personas (artículo 13.1. Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado. 2. Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país), se practica la compraventa de seres humanos (artículo 4. Nadie estará sometido a esclavitud ni a servidumbre, la esclavitud y la trata de esclavos están prohibidas en todas sus formas), se tortura y viola (Artículo 5. Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes), se retiene a la gente sin juicio ni cargos en su contra (Artículo 9. Nadie podrá ser arbitrariamente detenido, preso ni desterrado); se asesina (Artículo 3. Todo individuo tiene derecho a la vida a la libertad y a la seguridad de su persona).

Con el agravante de que esta gente, a su vez, huye de otras violaciones de derechos humanos, políticos o económicos, (Art. 25. Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado…). Sería un mar donde los derechos humanos son papel mojado, un papel desecho con la tinta desleída.

La DUDH fue consecuencia de los horrores de una guerra. Tras la cruenta Segunda Guerra Mundial y conocida la existencia de los campos de exterminio, las naciones de entonces, mayoritariamente europeas y americanas, pues aún no se había producido el proceso de descolonización de África y Asia, decidieron comprometerse con los derechos humanos. Posteriormente tuvo lugar un proceso de avances con el desarrollo del Estado del Bienestar. Situación fortalecida en Europa por el hecho de que había países comunistas vecinos cuya expansión se quería limitar.

Y ahora nos encontramos con que, setenta años después de la firma, experimentamos una preocupante involución. Así, vemos cómo nuestras instituciones dejan morir a cientos de personas cada año; no en campos de exterminio, pero sí en su intento de huir de situaciones de vida desesperadas.

También nos encontramos con una enorme cantidad de personas en nuestra Europa fortaleza que vota a partidos xenófobos como los que generaron aquella guerra; partidos que consiguen poner el tema de la inmigración en el centro del debate político, empujando a partidos socialdemócratas y conservadores hacia políticas restrictivas con la acogida de estas personas que huyen, como hace años, no tantos, lo hacían nuestros paisanos por motivos similares.

Las razones de este rechazo son variadas: hay quienes les achacan un uso de los servicios públicos que limitan el acceso a la población autóctona; a pesar de estudios que demuestran las ventajas de la inmigración en distintas épocas históricas y el menor uso que hacen los nacidos en el extranjero del gasto social frente a la población originaria del país.

Hay quienes les responsabilizan de aumentos de la delincuencia (en Suecia se debate si el incremento de las violaciones se relaciona con población musulmana aunque existen otros componentes a tener en cuenta; en nuestro país, donde también han aumentado bastante los delitos contra la libertad sexual, no es posible acusarlos de ello, ya que la mayoría es cometida por población local, pero entonces se alude a otro tipo de delitos).

Hay quienes los ven como una amenaza a nuestra forma de vida, a la identidad europea. Una identidad que, por cierto, no debería ser xenófoba, si tenemos en cuenta los valores de la Comunidad Europea, cuyo objetivo en los inicios era mantener la paz intentando evitar los conflictos económicos; en definitiva, favorecer una convivencia pacífica entre diferentes.

Y no hace tanto que cada persona refugiada era sospechosa de terrorismo; lo que volverá a ocurrir cuando los atentados se vuelvan a intensificar. Cada uno de estos temas requeriría largo espacio para su debate.

Lo que vemos, en definitiva, es que los motivos para fomentar el odio varían según las circunstancias, aunque raramente surge la siguiente pregunta: ¿Será casualidad que el auge de los partidos nazis coincida con unos años de crisis, de gran aumento de las desigualdades sociales, del paro, con un empeoramiento de las condiciones laborales?

Yo tengo claro que la solución a esos problemas no está en más medidas de protección contra quienes quieren llegar a nuestros territorios; medidas que, por cierto, generan cuantiosos beneficios a determinadas empresas que se lucran del dinero que Europa emplea en frenar estas llegadas.

Si queremos encarar los problemas con racionalidad habría que corregir la deriva de la UE con sus leyes a favor de diversas élites y grupos de presión. Habría que gobernar mirando hacia la mayoría de la población, incluidas aquellas personas que intentan rehacer su vida en nuestro país, cuyo número, por cierto, es insignificante comparado con el que acogen otros países con menos recursos que el nuestro. Y habría que hacer hincapié en medidas educativas y formativas para combatir la xenofobia.

Mientras, seguirá muriendo gente en el Mediterráneo y seguirá habiendo quien mira con desesperanza su porvenir y el de los suyos a ambas orillas de nuestro mar.

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