Kepa Ibarra
Director de Gaitzerdi teatro

Punkis de postal

Cuando te enfrentas a un dilema con raíces consuetudinarias, en clave famuli tuorum, puede que no sepas dar con el discurso exacto que necesita el tratado.

En esta ocasión parece interesarnos definir, a modo de ejemplo, la urbe bilbaína desde un plano distante y sin caer en el acomodaticio sermón del todo está muy mal, un rayo caerá sobre las espaldas políticas corruptas, y un largo etcétera añadido a cuestiones poco empáticas con el verdadero eje vertebrador que es la misma ciudadanía.

Decía Estrabón de Amasya que una ciudad grande trae una soledad grande, e incluso Italo Calvino hablaba de esas ciudades con reglas absurdas y perspectivas engañosas, viendo que nuestras ciudades adquieren por momentos tintes apocalípticos y en otras ocasiones no son más que desiertos áridos donde una marea de cartón e indigencia lo ocupa todo.

Nuestra querida y entrañable ciudad referida (la muy noble y leal Villa) ha adoptado con el tiempo un color y una amalgama de tonalidades donde es difícil encontrar puntos de anclaje adheridos a la subversión y al caldo picante de lo diferente y caótico, en una alusión a pintadas ocurrentes que materializaban lo de –los medios son del capital y las paredes del pueblo–, en referencia a todo lo que venden los mass media bien pensantes y lo que se afanan los rectores en poner a sus brigadas espartanas enfiladas para dejar las paredes limpias y que vuelvan a ser un crisol donde mirarnos y no quedar reflejados en esos seres que pernoctan en calles con olor a derrota.

Hacía tiempo que no notábamos una ciudad bajo la metáfora que ocupa el paraguas de la anécdota. Aquello que solo forma parte del dibujo habitual, buscando pinceladas, emitiendo a quienes luchan a brazo partido por hacerse visibles en sus reivindicaciones, firmando permisos para ocupar las calles a tiempo parcial y al albur de lo que se construye bajo plano y en registro municipal. Es solo un ejemplo.

Pero lo verdaderamente curioso y llamativo, por no decir paradójico, es ese intento institucional por poner en el centro todas las preocupaciones de la sociedad, intentando ser adalides en cuestiones transversales que desde hace muchos años (incluso siglos) han tenido su recorrido y su activo militante, algo que hoy se intenta suplantar sin rubor ni filtro ideológico, vistiendo de visibilidad el evento, cerrando el puño, y saliendo en la foto multicolor de rigor mientras se hacen unas risas y la próxima toma de conciencia nos la jugaremos a la una, dole, tele, katole.

La ciudad de marras guarda en su interior miles de contradicciones y carencias, así como un legado cargado de líricas donde reivindicar era como una reseña de santoral y subvertir la calle y llenarla de ocupación y autogestión era una manera oficiosa de legislar de acuerdo a lo inmediato e inédito, buscando orilla (grupos de música años 80: Basura, Odio, Anti-Régimen, RIP, Optalidon, Sabotaje...), concitando razones de clase o, simplemente, controlando todos los bancos de la plaza Circular con el bueno del clochard Txomin haciendo de espía con perro camuflado para que el apellido Toledo y Cía no se llevasen el dinero de todos y todas.

Como decía la mítica Georgia O'Keeffe sobre la gente que corre tanto en la ciudad que no tiene tiempo de observar las flores, quizá había que extenderlo a quienes todavía, desde algún cielo político, insisten en presentarnos una urbe edulcorada, deforestada, funcional, bajo síndrome de lo lucrativo y, con exhibición, monoteísta. En esas estamos.

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