Aritz Martín Bosch

¿Qué es España hoy en día? Fuera los tópicos

España, esa España condenada tantas veces por no cumplir las resoluciones de la ONU. Esa misma España que abandonó a su suerte a sus ciudadanos del Sahara Occidental (RASD) contraviniendo todos los acuerdos de la ONU. Sí, hablamos de esa España.

España es un Reino de maravillas donde cada cual sueña en ser el Señor Feudal con derechos, incluido el de pernada, pero sin obligaciones. Un país imaginario, quijotesco, en el que lo ideal pasa por real y lo real simplemente se ignora si va contra las convicciones más personales. Un territorio rico por su variedad, pero pobre por sus ideas, donde se prima el «que inventen ellos» o donde se prefiere que sus cabezas pensantes trabajen en el extranjero, eso sí, bajo el patrio amor y pertenencia a la tribu. Los sabios son relegados hasta que muestran su valía, eso sí, en el extranjero. Metrópoli de mediocres, de rémoras del poder, liberticidas por envidia, y envidiosos de la Libertad. Ni cabeza de ratón ni cola de león, ni lidera al tercer mundo, ni puede situarse a la cola del primero, al menos en su defensa de las libertades. Un reino que se cree ejemplar cuando no es ejemplo de nada que deba reseñarse. Un eterno quiero y no puedo, donde pretende dar lecciones de democracia mediante decisiones carpetovetónicas. Un pobre y viejo, caduco, enfermo confín de Europa, más próximo al Continente que lo limita al Sur que a sus fronteras del Norte. Es la tierra de la chirigota, de las peleas goyescas al garrote, de los toros y la banderita, del nacionalismo ultra ortodoxo de Torquemada y su Inquisición. Lugar en el que se gasta más en gigantes banderas rojigualdas antes que en sanidad en tiempos de pandemia. Guerra entre baronías, aun cuando ya no existen varones. Iglesia soterrada bajo el palio del franquismo. Estado aconfesional dominado por el nacional-catolicismo. España, mezcla de razas entre fenicios, cartagineses, íberos, celtas, vascones, alanos, vándalos, visigodos, romanos, amerindios, mozárabes y una miríada de otros pueblos, sentires y religiones que aún continúa celebrando, año tras año, su «día de la raza o día de la hispanidad». España, tierra de contrastes, de desiertos, de altiplanos, montañas y valles, costas y veredas, en el que la costa más larga es la hidráulica, pero incapaz de encauzarla de manera racional. España, culturas y cultos diversos, unificados por la sacrosanta Constitución aconfesional. Lucha de clases entre pífanos y tambores, capirotes y terror. España, donde a los luchadores por la libertad se identifica con el terrorismo, y a los torturadores con los defensores de la Ley, condecorados y ascendidos. España es eso, y mucho más.

Es la misma España en la que es el Poder Judicial, un Poder elegido por los políticos del Reino, se declara a sí mismo independiente, a la vez que se muestra sumiso a los dictados de aquellos; donde las elecciones las imponen los jueces, y no el legislativo; donde los candidatos han de obtener el beneplácito de la Judicatura Suprema que, una vez es reprochada por los Tribunales Europeos, reclaman su autonomía, pero que imponen con severidad sus resoluciones a sabiendas de no ser justas. Tumba y sepulcro de Montesquieu (palabras de Alfonso Guerra). Es la España que encarcela a músicos, a poetas, a periodistas, titiriteros, jóvenes o viejos que no comulgan con el credo de la Unidad Nacional, u otras cuestiones. Paraíso de torturas policiales, en la que los torturadores son condecorados y las víctimas vilipendiadas. Doble vara de medir, infamia y dolor frente al resarcimiento y el perdón que proclaman. Donde la libertad de expresión se limita a la libertad de «mí» expresión. Donde una reyerta de bar puede convertirse en delito por terrorismo (Altsasu), o limitarse a simple pelea callejera (Jaén). Donde la izquierda social se define no por sus ideas o programas, sino en función de la que haga la derecha. Donde se es más de izquierda por la etiqueta que por sus acciones. País de mediocres, de hipócritas que se venden por unas pocas monedas. Paraíso de ladrones de las cúpulas regias.

Donde el nacionalismo periférico es siempre malo, pero el centralizador deja de serlo. Donde los ultra-nacionalistas (centralistas) derivados del socialismo utilizan como insulto el «nacional-socialismo» y los nacionalistas (centralistas) ultra-católicos parecen renegar de su «nacional-catolicismo». Un país, en definitiva, de mentira y engaño. Donde se exalta la bandera bicolor, denostando la pluralidad nacional y lingüística. Donde exhibir enseñas nazis se permite en virtud de la democracia, pero se prohíben manifestaciones feministas. Un país en el que el socialismo reafirma su carácter internacionalista a la vez que reniega de la posibilidad de expresarse en las lenguas vernáculas. Un reino con un rey emérito huido de la justicia por no pagar sus impuestos de manera regular, pero que reclama el dinero no gastado de manera fraudulenta a los independentistas del 1-O.

España, país miembro de la UE que se niega repetidamente a aceptar las condenas de los tribunales de la misma UE en lo referente a torturas, política de inmigración, vivienda, vulneración de derechos fundamentales a pesar de tratarse de consejos, resoluciones y condenas en firme.

España, esa España condenada tantas veces por no cumplir las resoluciones de la ONU. Esa misma España que abandonó a su suerte a sus ciudadanos del Sahara Occidental (RASD) contraviniendo todos los acuerdos de la ONU. Sí, hablamos de esa España.

Esa España de la «X» en la cúspide del GAL que todos reconocemos con nombres y apellidos, pero que nunca se demostrará su implicación en la guerra sucia, tal y como afirmó un alto dirigente de su Estado; o donde los ministros se vanaglorian de controlar al poder judicial; o donde se dictan leyes ad hoc para impedir que, por ejemplo, un ciudadano navarro sea presidente de la CAV. Sí, hablamos de esa España.

Y pensamos que, como España es el ombligo del mundo, el Mundo no se va a enterar. Pues no, Europa parece despertar de ese sueño vendido y comienza a vislumbrar los claroscuros de una España postfranquista en la que sus grandes instituciones muestran más proximidad con el franquismo que deseaba superado que con su verdadera situación.

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