Mikel Arizaleta
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«¡Que perezcan y mueran los consorcios energéticos!»

En el cuarto aniversario de Fukushima. Sí señor, atinado el comentario  del periodista Nicolai Kwasniewski en la revista alemana Der Spiegel, valiente y certero: «No se necesita ningún gran consorcio más».

Comenta el periodista: Los cuatro grandes consorcios energéticos se hallan en una situación crítica en Alemania, en peligro de muerte. Y nosotros no debiéramos llorar por ello. Y no es casualidad que precisamente E.on haya anunciado en el cuarto aniversario de la catástrofe nuclear de Fukushima una pérdida histórica en sus cuentas y balances. «Ved, dice, el abandono y desenganche de la energía atómica es el culpable de nuestro desastre económico, y la responsabilidad es del gobierno federal». Teoría y parecer que más o menos comparten también los jefes de los otros tres grandes consorcios alemanes: RWE, Vattenfall y EnBW; mediante numerosas quejas y lamentos el ramo exige ya compensaciones.
 
¿Por qué esta conclusión?
 Imagínense ustedes la situación: E.on habría podido seguir repartiéndose el mercado con los otros tres grandes consorcios durante décadas, embolsándose enormes beneficios sin pensar en las consecuencias de su lucrativo negocio.
 
Pero va y cambia el ambiente, se modifica el estado de cosas y la opinión en el país se vuelve otra. Y el gobierno se torna rojo y verde (socialista y verde) y no negro y amarronado cristianodemócrata. La protección del medio ambiente cobra fuerza e interés entre la gente, se convierte en preocupación para los ciudadanos a nivel nacional; y cada vez se produce más energía mediante el viento y el sol. ¿Y ellos? Creen que se trata de una alteración pasajera, de un pequeño trastorno temporal. Y pasan veinte años y tropiezan con una larga serie de estimaciones desacertadas y devastadoras de cara al discurrir futuro, toman decisiones equivocadas que conducen a esos consorcios al punto de la desaparición, a su acabose.
 
Y reclaman ayuda porque estiman que el culpable del cambio es el Estado.
 
Es verdad, todavía Alemania necesita durante cierto tiempo estas asquerosas centrales eléctricas de carbón hasta que sean totalmente sustituidas por esa energía nueva, que llega, y que hasta ahora había sido producida por centrales nucleares y productos fósiles. Se necesitan mientras se ofrezcan y mercantilicen soluciones más inteligentes en abundancia. Pero claro, para eso no se necesitan ninguno de estos grandes consorcios, que durante estos últimos veinte años se han visto totalmente superados con el cambio energético, como el que se ha llevado a cabo en Alemania, seguido con el rabillo del ojo por medio mundo.
 
Ya han vendido las redes –un elemento central del cambio energético– E.on, RWE, EnBW y Vattenfall, y sus centrales nucleares tienen que ser pronto desconectadas y paradas. Muchas empresas urbanas se han ido aunando y formando unidades mayores; nuevas empresas de energía se ofrecen ya en el mercado. Y todas ellas, aunque pequeñas y regionales, son mucho más ágiles e innovadoras que las cuatro grandes del pasado. Si el gobierno estimula y elabora una normativa inteligente a este respecto ellas podrían consumar el cambio energético iniciado. Quizá los grandes pataleen un poco. E.on ha anunciado ya un gran cambio estratégico radical, piensa  dividir su negocio con una parte abierta y con posibilidad de futuro y otra dependiente de fósiles y centrales nucleares. Posiblemente no sea más que la supervivencia de los dinosaurios.
 
Pero topamos con la parte menos bella de esta historia: ¿qué pasa, quién responde de los viejos lastres acumulados, esas viejas cargas de siglos que acarrean los deshechos de las centrales nucleares, tan desconsideradas, silenciadas por técnicos sumisos al capital y explotadores del presente? ¿Ante la amenaza de quiebra de RWE, E.on, Vattenfall y EnBW está asegurado el capital necesario para cubrir y financiar las consecuencias ocasionadas por las centrales nucleares? ¿Recuperación de los terrenos, almacenamiento de los deshechos, cementerios nucleares, conservación y posibles efectos perniciosos…? ¿O como viene siendo usual, también en esto tras los grandes beneficios embolsados por estos grandes consorcios y su gente va a permitirles el Estado que su desidia, mal hacer y engaño sea saldado a cuenta de las arcas del Estado, a cargo de los impuestos a los ciudadanos?
 
El enorme desastre de de Fukushima nos hizo despertar a todos; los técnicos e ingenieros, muchos de ellos propagandistas lerdos de la energía atómica, callaron y escondieron la cabeza. Las consecuencias de un desastre nuclear nunca han estado aseguradas. No hay seguro ni empresa que se haga cargo. De ellas nadie responde salvo los damnificados, los muertos, los mutilados y la futura descendencia posiblemente dañada.
 
Como están demostrando los acontecimientos actuales en el Estado español, no las instituciones sino una ciudadanía consciente, activa, rebelde y digna, que obligue con sus reivindicaciones, manifestaciones y exigencias, es el antídoto contra todos estos abusos de grandes consorcios y de sus colaboradores en las instituciones.
 
Sólo una ciudadanía rebelde es garante de la dignidad humana.

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