Tasio Erkizia
Militante de la izquierda abertzale

¿Qué queremos decir cuando hablamos de paz?

La paz es un bien deseado por cualquiera que sea humano. Vivir en paz en la pareja y en la familia, en la cuadrilla como en el trabajo, la paz en el pueblo que te ha tocado o has elegido para vivir como en el resto del mundo, es un deseo generalizado, porque las situaciones de violencia crean tensión, intranquilidad, enfrentamiento y eso no es gratificante para nadie.

Por ello, hablan de paz los patronos y los trabajadores, los gobernantes y los gobernados, quienes controlan los imperios y los pueblos sojuzgados. Todos desean la paz, todos pregonan la paz pero con objetivos diferentes; con las mismas palabras hablamos de realidades contrapuestas.

La palabra paz será probablemente una de las más manoseadas y utilizadas de modo que en su nombre se cometen los crímenes más horrendos como las conductas más ejemplares. Supuestamente porque era una amenaza para la paz invadieron Irak y mataron a un millón de personas; la misma razón esgrimieron para invadir Libia; y es la misma excusa que utiliza Israel para cometer crímenes contra la humanidad en la franja de Gaza. En nombre de «la paz y seguridad de las personas» se ocultan los intereses de las grandes empresas armamentísticas y la conquista de pozos petroleros... En fin, todos hablamos de paz –incluso Franco que celebró sus 25 años de conquista militar y férrea dictadura, con el lema de «25 años de paz»– pero con significados bien distintos.

Reconociendo que nunca encontraremos la paz total porque siempre surgirán miserias humanas y limitaciones naturales, y es más, recordando que para que la humanidad avance es imprescindible vivir situaciones de confrontación, debates y enfrentamientos, quiero realizar unas breves reflexiones sobre la Paz con mayúscula, ciñéndome a las circunstancias más cercanas a nuestra realidad. Porque en esta Euskal Herria, desde que ETA ha dejado las armas tras cinco décadas de lucha armada, se habla mucho de paz pero obviando que demasiados hijos e hijas de este pueblo siguen padeciendo situaciones de violencia permanente y estructural desde hace varios siglos sin interrupción.

Hablar de paz es fácil, utilizarla como arma para defender los intereses económicos y políticos particulares lo más corriente y trabajar honestamente por conquistarla mucho más difícil. Es la gran asignatura pendiente.

Paz significa, para comenzar a hablar de ella, ausencia de todas las expresiones de violencia. Durante muchos años, cuando las expresiones violentas eran de mucho impacto, había partidos y asociaciones que proclamaban estar «en contra de todas las violencias vengan de donde vengan», pero en la práctica ello ha resultado ser, en la mayoría de los casos, una falsedad cuando no un engaño. Tal es así, que para algunos, desde que ETA dejó las armas hace ahora cuatro años ya existe paz en Euskal Herria, aunque por parte del Estado español y el francés se siga declarando la guerra con actuaciones policiales que rayan en la chulería más grotesca; actuaciones judiciales claramente de persecución ideológica/política con encarcelamiento de líderes políticos; o escandalosas violaciones de derechos humanos de los presos vascos.(la denuncia no es mía sino de los tribunales europeos). Botón de muestra, Gesto por la Paz, que decía denunciar todo tipo de violencia, desapareció al poco tiempo de que ETA anunciara el abandono definitivo de las armas, porque según anunciaron sus representantes habían cumplido el «objetivo» por el que nacieron. Habían mentido una y otra vez al pregonar que repudiaban toda violencia, simplemente les molestaba la violencia de una de las partes mientras la violencia del Estado era aceptada con docilidad. Lokarri, que en su práctica sí ha hecho esfuerzos para superar todas las expresiones de violencia, ha abandonado el barco a medio camino.

Hablar de paz, sin justicia y respeto mutuo, es fraude. Y ese es el gran problema del Estado español. Antes de que naciera ETA, el Estado ejercía una violencia estructural en forma de persecución contra el euskara y los derechos políticos que nos asisten como nación diferenciada y después de ella sigue manteniendo dicha violencia en forma de supeditación y dependencia negando el derecho democrático a decidir libremente nuestro futuro. La convivencia es el fundamento de la paz, pero no es posible soñar con ella sin respeto mutuo, tema pendiente del Estado español y de la gran mayoría de los partidos. A la muerte de Franco se perdió una gran oportunidad para poner las bases de una convivencia pacífica y en la actualidad hay riesgo de volver a perder otra oportunidad histórica.

Hace unos días cuatro líderes de Bildu, que por cierto son amigos a los que debo un gran respeto, escribían en la prensa un artículo llamando a la manifestación que se celebró en Donostia el día 3 de octubre para reivindicar una solución democrática para el conflicto vasco, en el que afirmaban entre otras cosas: «a nuestros hijos-as les contaremos que la violencia es siempre el peor camino; incluso cuando uno piensa que no hay ninguna otra vía, la violencia siempre es el peor camino».

Yo quisiera añadir algo, con lo que con seguridad están de acuerdo también ellos, y es que hay algo peor que ejercer la violencia revolucionaria en casos extremos y es aceptar por comodidad la sumisión hasta la progresiva desaparición de tu propia Nación; dar por válido que alguien escupa sangre para que otro viva mejor; permitir que se desahucie de su vivienda habitual a miles de familias sin levantar furioso tu voz; asumir como normal el sometimiento y explotación de la mujer; permitir la destrucción de la naturaleza para el lucro de unos pocos; dar por válida la injusticia y la desigualdad social viviendo en la absoluta comodidad personal. Lo peor de la condición humana es arrastrarse en la sumisión y la dependencia por miedo, comodidad e intereses particulares. Lo peor es vivir en el egoísmo e insolidaridad y aceptar remiso la «paz de los cementerios».

Quiero añadir que la paz es un bien a conquistar. Es un bien que nunca nos van a regalar y que solamente por el camino de los acuerdos amistosos nunca se consigue, mientras haya enemigos que te quieren vencer. Lograr la paz es avanzar en un proceso liberador que no le interesa al que te quiere humillado y sojuzgado. En consecuencia, como nunca será fácil alcanzarlo, resulta necesario utilizar todos los instrumentos a nuestro alcance, tanto los resquicios legales como las iniciativas parlamentarias; el diálogo discreto como los encuentros públicos. Pero hay un instrumento que es imprescindible e insustituible, cual es implicar a la propia sociedad en su logro, luchar y movilizarse constantemente por ella, porque solamente la sociedad que reclama con firmeza la urgente necesidad de la paz lo alcanzará. La sociedad que se acostumbra a tener presos políticos en las cárceles, la sociedad que no reacciona ante la injusticia permanente nunca conquistará la paz.

Y para terminar, una última reflexión: mientras existan presos políticos, en Euskal Herria no habrá «normalidad». Por mucho que se quiera encubrir y silenciar la realidad, aunque se les intente criminalizar llamándoles «terroristas» o se pretenda reducir a un problema interno de la izquierda abertzale, los presos de nuestro pueblo constituirán el altavoz que reclama justicia y libertad, la llamada permanente en nuestras conciencias. La liberación de todos ellos es condición imprescindible para abrir un nuevo tiempo.

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