Josu Iraeta
Escritor

Quita, loco

En un lugar donde centenares de jóvenes habían acudido a disfrutar, fueron testigos y víctimas, de una masacre violenta. Un guardia civil –fuera de servicio y de paisano– llamado José Roca Díaz y perteneciente al cuartel de Bera, disparó reiteradas veces contra los asistentes. El resultado, un joven muerto y dos heridos graves.

Hay ocasiones en que –sin pretenderlo– se dan circunstancias que le sitúan a uno donde hacía mucho, mucho tiempo no hurgaba en los archivos de la memoria. Cierto que la memoria difícilmente puede sernos ajena, pero, cuando llegan capítulos sin una motivación aparente, sin relación con circunstancias que nos son más próximas, esa retro vivencia, actúa de forma violenta, nos afecta tanto como la primera vez. Sin duda, fruto de la complejidad del cerebro humano.

Quienes vamos teniendo la fortuna de prolongar la estancia en este planeta, tan hermoso como complejo, acumulamos capítulos de diversa índole –muy diversa– tanto, que incluso pudieran parecer interpretados, no por uno, sino por varios individuos.

Es cierto que ha pasado mucho tiempo, pero uno recuerda cómo, a las cinco de la madrugada –a la hora de acudir al trabajo– y cuando la climatología colaboraba haciendo penosa la vigilancia, no era extraño encontrarse con un par de decenas de yeguas con sus potros trotando asustados por la plaza, impidiendo sacar el coche del garaje. Eran imágenes frecuentes en los pueblos de la muga.

Es mucho el tiempo transcurrido, es cierto, y muchos también los cambios de los que hemos sido testigos. En aquella época teníamos en el pueblo, más curas que hoy, y como con los curas, el censo de palomas, truchas y hongos ha descendido de forma más que notable. Y conste que no pretendo emparejar las sotanas, con escamas, plumas y boletus. Que conste.

Hacía varios años que el dictador Franco no levantaba la mano para saludar, pero no piensen ustedes que se notaba tanto, tanto. Los barrios y montes del pueblo y sus proximidades, eran «peinados» por policías y militares de todos los colores, de forma que intervenían dónde y cómo consideraban «menester».

Entonces como ahora, los privilegios de los uniformados –con frecuencia– se nutrían de la falta de derechos y libertades de los ciudadanos. Podría citar varias –muchas varias– ocasiones que desgraciadamente forman parte de la historia que en Euskal Herria han firmado los diferentes uniformados.

Entre otras, podría citar lo ocurrido el 29 de noviembre de 1976 en la sala de fiestas «Bordatxo» de Doneztebe. En un lugar donde centenares de jóvenes habían acudido a disfrutar, fueron testigos y víctimas, de una masacre violenta. Un guardia civil –fuera de servicio y de paisano– llamado José Roca Díaz y perteneciente al cuartel de Bera, disparó reiteradas veces contra los asistentes. El resultado, un joven muerto y dos heridos graves.

Hoy es el día en que ese macabro capítulo, sigue como estaba, pleno de impunidad y vergüenza.

Pero para analizar la historia evitando ser superficial –y con la modestia que corresponde– es conveniente escuchar al «otro». De ahí que la versión oficial –la que hizo posible que la justicia no interviniera– manifestó que, habiendo acumulado cuantiosos «testimonios», terminara ascendiendo al autor de la masacre.

Es un «otro» capítulo, de la parte verdaderamente oscura y repugnante de nuestra historia, que nadie menciona. Que no forman parte de los homenajes que –año tras año– protagonizan los mandatarios de turno, que, como muchos expertos en ética democrática, ignoran de forma displicente y servil.

Entiendo que «aquel clima» delicado y conflictivo de entonces, pueda suponer hoy materia áspera, asignatura complicada, para los jóvenes y no tan jóvenes de la sociedad actual.

En el segundo párrafo citaba la diversidad de vivencias –de muy diversa índole– conocidas unas, interpretadas otras, que el «magma» de impunidad desarrollado durante cuarenta años de franquismo, incrustó– con todas sus consecuencias– en el día a día de la sociedad vasca. Una situación que pervive en el presente.

Hubo «alimañas» que defendieron el sistema franquista y su continuidad, destrozando todo aquello que le ponían delante. Mujeres y hombres, víctimas de la impunidad policial. Hubo incluso, quienes obtuvieron fama y dinero como compensación. También fueron muchos los condecorados como el guardia civil José Roca Diaz.

Fue en esa época, un día lluvioso de invierno, camino de regreso de Donostia a Etxalar, cuando tuve la fortuna de encontrarme con uno de los numerosos controles que montaban las diferentes policías. Eran guardias civiles, «especialistas», que habían sustituido el tricornio por una boina de la que colgaban varias cintas.

Tenían muchos vehículos, y eran muchos y ruidosos. Transcurridos unos pocos minutos, me esposaron a una verja metálica que circundaba una empresa de transportes situada a pocos kilómetros de Behobia.

Estuve sólo durante mucho tiempo, hasta que llegaron más vehículos, lo que hizo que el grupo del control se marchara. A partir de aquí cambió la situación, pues un individuo de paisano, con ojos raros –como de pájaro– comenzó a gritarme, poniéndome una pistola pequeña y cromada en la cabeza.

En mi coche sólo encontraron dos tarros de miel natural, destinados a tratar la afección de garganta de la madre de un amigo –por cierto, ex cura– y varias cajas de clorato potásico para mis cuerdas vocales. Eso era todo.

Sin embargo, el de los ojos raros se empeñó en que yo fabricaba explosivos con el clorato.

Yo estaba empapado y nervioso, entre los gritos de aquel individuo y su pistola brillante. Pero, alguien que se aproximó a nosotros le dijo; «quita, loco» y eso fue suficiente para que se fuera.

Para mi sorpresa, el recién llegado me dijo; yo te conozco, mírame, y era cierto. Resultó ser un antiguo alumno que conocí en el colegio La Salle de Donostia y jugaba conmigo en el equipo de fútbol del colegio.

Me soltó las esposas y se fueron todos, dejándome sólo con mi coche.

Más tarde –años más tarde– supe quién era el policía de los ojos de pájaro y pistola cromada; una alimaña laureada, aplaudida y hasta hoy protegida por el sistema, a la que ha puesto fin el Covid–19.

Vaya, mira por dónde.

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