Fermin Gongeta
Sociólogo

Racionamiento democrático

Muchos de nosotros, ya mayores, recordamos aquellas cartillas de racionamiento de alimentos, que se impusieron tras la invasión y masacre franquista del año 36. Cartillas impuestas a la población en mayo del 39 para tener acceso a los alimentos básicos, los de primera necesidad, y de calidad inferior, incluso deteriorada.

El racionamiento no alcanzaba a cubrir las necesidades alimenticias más básicas y elementales de la población. Se vivieron años de hambre y de miseria. Y es que el raquitismo y la indigencia los concretó y aceptó el gobierno antes de establecer el racionamiento.

También las empresas impusieron sus diferencias extra salariales. Los empleados de A.H.V. recibían mensualmente baldes de carbón, mientras que los peones, a duras penas recibían un balde de escarabilla, desechos del carbón no quemado completamente en los hornos de fundición.

¿Había sido peor? ¿Era posible? De entre nosotros, serán menos quienes recuerden las «chapas» tanto de aluminio como de cartón con que los navieros, banqueros y dueños de las minas, ­los Ibarra, Chávarri, Bellido, Amezaga, Gandarias o Goicoechea­ pagaban a los mineros nativos y foráneos sus interminables y trágicas jornadas de trabajo.

El capataz de la mina entregaba, siempre según su propio y todopoderoso criterio, las chapas de paga que el ordinario peón minero intercambiaba luego, en la cantina del mismo capataz, por víveres, generalmente más caros y en mucho peor estado que los que se adquirían directamente con dinero. La Iglesia católica tampoco permanecía al margen, y, también con criterio cambiante, entregaba fichas que, por asistir a misa, algunos mineros podían intercambiar por lo general por medio litro de leche.

Los mineros desaparecieron. Muchos lo hicieron  en los cementerios, carcomidos por accidentes o por la miseria, otros recalificados luego en las industrias del hierro. Al pago con chapas le sucedió el pago a través de las cartillas de racionamiento. Y los víveres continuaron siendo de manifiesta inferior calidad. 


Durante la segunda­ República, hubo un tímido pero ejemplar intento de generalizar para todos, el disfrute, tanto de bienes materiales mínimos como de las libertades democráticas, que se abrían camino e imperaban en los países libres de fascismos. Pero duró poco tiempo.


En el Estado español, los bienes de subsistencia y democracia siempre fueron de libre adquisición, claro que a precios exacerbadamente elevados. Los compraba como prebenda todo aquel que se sometía a las reglas de juego del todopoderoso de turno, lo mismo en la época de Alfonso XIII que en la de Francisco Paulino Hermenegildo y Teódulo Franco Bahamonde.

Tras el fallecimiento del golpista y dictador, unos, siempre los poderosos, vivieron su propia transición democrática, mientras que otros vivimos, aún con dolor, la restauración de la monarquía absoluta. También en Euskal Herria, de manera coincidente con esta restauración, hemos vuelto, no ya a una cartilla de racionamiento democrático, sino al sistema de compra de libertades a través de chapas, de fichas de crédito y de intercambio, al igual que en las minas.

Ahora son los gobiernos ultraliberales que se suceden en el poder, los jueces y los grandes tribunales de excepción, la Audiencia Nacional, quienes se han transformado en los nuevos grandes navieros y banqueros enriquecidos a base de nuestras vidas, de aquellos que pretendemos ser mujeres y hombres libres en la geografía del reino y en Euskal Herria. Son también nuevos, o distintos, los capataces, consejeros del Gobierno Vascongado, presidencia navarra, dirigentes de partidos sometidos también a las normas del poder, y no a las de la democracia. Son nuevos, pero actúan de la misma manera. A la izquierda abertzale le quieren imponer su capricho interpretativo de la convivencia del sometimiento, y le quieren entregar chapas-crédito de democracia que únicamente ellos nos puedan canjear, a cambio de nuestro eterno silencio.

¿Democracia? Según la célebre fórmula de Abraham Lincoln, presidente de EEUU entre 1860 y 1865, democracia es «el gobierno del pueblo por el pueblo y para el puebl».

Y, ¿acaso no puede existir una democracia representativa? Rousseau consideraba que la democracia no podía ser más que directa.  «La soberanía no puede estar representada, por la misma razón que no puede ser alienada; ella consiste esencialmente en la voluntad general, y la voluntad general no se representa en absoluto».

La palabra democracia ha sufrido una modificación total de su sentido. Se inventó lo de democracia indirecta, democracia representativa, democracia parlamentaria, llegando a equiparar la palabra democracia con una monarquía absoluta supuestamente parlamentaria.

Emanuel José Sieyes, ya en el siglo 18, manifestaba que «Los ciudadanos que nombran representantes, renuncian y deben renunciar a dictar ellos mismos las leyes», cediendo así su capacidad de establecer una auténtica democracia.  

¿Dónde queda en el reino de España la voluntad de todos, de los más necesitados? ¿Dónde queda en Euskal Herria?

No es que se está rechazando de plano la voluntad general, sino que lo que es más degradante e inhumano aún, es que se prohíbe y castiga la simple manifestación del pensamiento.  

Ayer y hoy los gobiernos incumplen sus propias leyes penitenciarias manteniendo a los presos lejos de sus familiares, incrementando sus penas y negándose totalmente a la revisión de sus juicios. ¿O no…? Ayer torturaron y hoy lo siguen haciendo.  

Hoy se permite una manifestación por el acercamiento de los presos vascos, pero con condiciones que debe verificar la Policía autónoma. Intentan que convirtamos nuestras manifestaciones en cristianas y silenciosas procesiones. Si por ellos fuera, exigirían la cruz y los cirios como en nuestra infancia. Estas son sus «chapas», falsa moneda que esperan que canjeemos contra la miseria de lo que ellos entienden por libertad y democracia.

En la mina en la que nos han metido, los poderosos  se empecinan en denominar un entorno de ETA, ­como si ellos mismos no pertenecieran a la gran camada destructora, de­ los gobiernos que nos quieren entregar inexistentes «chapas», fraudulentas monedas, inalcanzables créditos de la falsa democracia, la más grave, la de la aceptación y el silencio.

Gobiernos y lacayos agradecidos ni supieron ni aceptaron que la libertad, al igual que la democracia, se ejerce o no, se practica o se abdica de ella. Pero la libertad nunca se consigue a base de créditos y de promesas. Porque si la libertad y la democracia se canjean por algo, se convierten inmediatamente en esclavitud y tiranía.

Mucho me temo que, tal como van las cosas,  las izquierdas de ayer acaben sus mandatos con la misma frase de Indalecio Prieto a propósito de la sublevación de Asturias en octubre de 1934: «Me declaro culpable ante mi conciencia, ante el partido socialista y ante España, de mi participación en aquel movimiento revolucionario».

Me preocupa que los políticos nacionalistas vascos no se atrevan a tomar el camino, el único camino, que conduce a la justicia y a la equidad política permanente en Euskal Herria. Porque Libertad puede ser enfrentamiento del pueblo contra el poder, o convertirse en el silencio del dinero. Hay que elegir.

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