Iñaki Urdanibia

¿Razas, ha dicho?

También es verdad aquello que dijese François Jacob: «no son las ideas de la ciencia las que engendran pasiones. Son las pasiones las que utilizan la ciencia para sostener su causa. La ciencia no conduce al racismo y al odio. Es el odio el que recurre a la ciencia para justificar su racismo».

Leo en el GARA de hoy, 20 de marzo, un par de textos sobre el racismo: el editorial en la página 10 y un reportaje en la sección Mundua, en la página 18. Con respecto al tono antirracista de ambos textos, nada que objetar. Ahora bien, me llena de estupor el leer al final del primero de los artículos la expresión «raza negra» (¡glup!), lo que me empuja a interpretar que quien escribe, con absoluto desparpajo o despiste, siguiendo su lógica clasificatoria que iguala el color de la piel con raza, pertenecerá a la «raza blanca». Si alguien me hubiese visto en el momento de la lectura de la fórmula mentada, tendría otra raza que añadir a la colección: la del color verde-azulado que es el que ha tomado mi tez en tal tesitura.

No me duelen prendas en poner las cartas sobre la mesa: 1) soy de la opinión de que racista es quien establece diferencias en el caso de los humanos entre diferentes razas; 2) antirracista sería, al contrario quien rechaza esta división. Más allá de esta repartición, hay quienes reducen el racismo al hecho de establecer una jerarquía entre los distintos grupos según los colores de su piel, no poniendo en duda la existencia de estas diferencias como constitutivas de distintas razas entre los humanos, al contrario, antirracista sería quien se opusiese a esta jerarquización; servidor es de los que sostiene que entre los humanos solamente hay una raza: la humana. Mi visión al respecto la he expuesto más de una vez por ahí, y en concreto de manera más detallada y extensa en: "¿Una o varias razas?" ("Kaos en la red"). Añadiré que la cosa no reside en eliminar la palabra raza, como si quitando la palabra se quitase la cosa, sin que ello no suponga a su vez que el propio uso de tal término, en el caso referido a los seres humanos, ponga el primer peldaño para las posturas racistas; las palabras, qué duda cabe tienen su importancia hasta el punto de que como señalase J. L. Austin se puede hacer cosas con palabras (enunciados performativos); vamos que las palabras no son inocentes y como señalase Henri Massis: «un vocabulario, son palabras, pero son también pensamientos, una lógica, una filosofía, una metafísica»; de modo y manera que las palabras, reitero, no son inocentes, sino que las carga el diablo, o la fosilización relacionada con el paso del tiempo, suponiendo el uso de algunas de ellas, no se trata de conveniencia o inconveniencia, caer en las redes del enemigo o verse enredado en ellas; dice Christian Delacampagne: «el término de raza se emplea por el racismo para dar unidad biológica –necesariamente imaginaria– a un grupo que no tiene unidad alguna o cuya unidad solo puede ser de orden sociocultural». Junto a esto también se ha de tener en cuenta que en el terreno de la ciencia hay diferentes posturas y es que la ciencia a pesar de su objetividad y supuesta imparcialidad, deja ver la ideología de los científicos, que influyen o escoran las distintas teorías con el fin de defender sus opciones ideológico-políticas (podría pasarse lista acerca de los compromisos de las posturas del etólogo Lorenz y sus consecuencias, del conductismo de Skinner, o del sociobiólogo Wilson, o de las teorías del gen egoísta de Richard Dawkins, o de las componendas de algunos seguidores de Charles Darwin o del demógrafo Malthus... por no hablar del uso de cobayas humanas para diferentes experimentos, o de la fisión del núcleo y sus utilizaciones bélicas, etc.), aunque también es verdad aquello que dijese François Jacob: «no son las ideas de la ciencia las que engendran pasiones. Son las pasiones las que utilizan la ciencia para sostener su causa. La ciencia no conduce al racismo y al odio. Es el odio el que recurre a la ciencia para justificar su racismo»; en la caso que nos ocupa, hay quienes afirman que el término raza no tiene valor conceptual desde una óptica científica (J. Ruffié, A. Jacquard o F. Jacob), mientras que otros defienden su uso, al pretender que hay diferencias intelectuales, por ejemplo, entre blancos y negros (C. Burt, H. J. Eysenck o A. R. Jensen); Daniel Sibony en su "Le ‘racisme’, une haine identitaire" (Christian Bourgois, 1997), se lee: «Las teorías «raciales» se presentan recubiertas de un término «científico», «riguroso» (razas), lo que en nuestros días se llama cultura, identidad, y que en otros tiempos se denominaba tradición, costumbres, civilización orígenes, etnias, tribus...», a lo que no estaría de más añadir los colores de la piel como signo de diferenciación e incitación al odio. Ateniéndose a la última división mentada entre blancos y negros, la distinción sería simplificadora si se sigue la lógica de las razas, ya que quedarían fuera los pertenecientes a otros colores de la piel (en mis tiempos de domesticación se estudiaba con respecto al tema, que había blancos, negros, amarillos, cobrizos y aceitunados, y... no recuerdo si alguno más) además de resultar francamente oscuro considerar a todos los negros iguales o a los blancos... y no seguiré. Creo que después de todo lo dicho quedará claro que desde mi punto de vista es conveniente desterrar la dichosa palabra, y la división que supone, si bien es cierto que se plantean problemas de lenguaje en su sustitución, cosa harto difícil si en cuenta se tiene la incrustación del término en el lenguaje; desde luego no son de recibo los eufemismos varios que tratan de escapar del término maldito: gente de color, como si los demás fuéramos incoloros, o morenos, afroamericanos, término acertado pero que distingue mientras que tan distinción, de origen, no se utiliza con los euroamericanos, sinoamericanos, o yo qué sé... Del mismo modo que al pan, pan y al vino, vino, en los colores humanos: negros, blancos, etc. y santas pascuas. Las palabras mueren del mismo modo que nacen en algunos momentos con aspectos y temas relacionados con la época en que surgen: así en el caso del que hablo, tanto el nombrado Christian Delacampgane en su "Racismo y occidente" (Argos Vergara, 1983), como Pierre-André Taguieff en su "La force du préjuge. Essai sur le racisme et ses doubles" (La Découverte, 1988), ponen fecha al nacimiento y desarrollo de la palabra.

Bilatu