Josu Iraeta
Escritor

Relato dúctil y maleable

el fiscal de la Audiencia Nacional española Sr. Molina, -con el que he tenido oportunidad de «conversar» repetidas veces- en un día de esplendorosa lucidez llegó a expresar: «para ser terrorista no es necesario pegar tiros».

Cuando se trata de condensar la historia de un espacio de tiempo -más o menos prolongado- con la pretensión de que el resultado concite la máxima aprobación, lamentablemente se consigue lo contrario de lo que se dice pretender. Es más, el resultado -no importa cual- siempre será un “acuerdo” tácito, claro y expreso de adulterio y manipulación.

Pudiera parecer que en el párrafo anterior se condensa prácticamente todo lo que pudiera decirse respecto al método, pero no es así, ya que son muchas las aristas con las que los “autores” deberán enfrentarse. Y digo deberán, porque es evidente, que el documento definitivo, finalmente “consensuado” distará bastante del que inicialmente se daba por concluido.

La primera arista a esquivar será la que plantea si los “técnicos” autores del trabajo, debieran ser de perfil político-religioso-periodístico, o, por el contrario, es más propio de quienes son considerados “historiadores”.
En mi opinión, esta denuncia respecto al perfil de los autores, considero es más un intento de “meterse en la cocina” y participar, que un argumento serio al que debe prestarse atención, pues es evidente que el prisma desde el que un historiador cuenta, interpreta o relata la historia, ni es “virgen” ni puede serlo.

Bien, una vez expuestas mis consideraciones respecto a la metodología, pretendo analizar el “asunto” desde mi prisma, evidentemente político.
Para centrar el tema y demostrar lo difícil, si no imposible, de lograr un documento -no importa el soporte utilizado- fidedigno, justo y veraz, les invito a adentrarse en los próximos dos párrafos:

Mientras un “bombardero” de alta precisión, cuyo diseño es un modelo del arte conceptual, lanza un misil contra un hotel, un colegio o un hospital, creando una carnicería, un “coche bomba” de aspecto polvoriento estalla en un mercado popular, obteniendo resultados similares.

Unos y otros han cumplido con su respectiva misión. Una vez terminado su trabajo, los “malos” se esconden esperando transcurran las horas sin sobresaltos, mientras, los “buenos” reciben medallas, halagos y ascensos que suponen incremento salarial.

Así pues, los “malos” ponen bombas, los “buenos” sólo bombardean.

Ustedes saben, conocen, que la metáfora que he utilizado está basada en “hechos reales”, lo que espero ayude a entender y valorar la situación.
Sin duda es un tema delicado y no sólo por la complejidad de “construir” un documento-relato que pretende ser “histórico”, sino por su utilización posterior, por el fin para el que está siendo creado “elaborado”.

El documento pretende llenar un vacío, dotar de conocimiento a las generaciones actuales y venideras, que afortunadamente no fueron testigos de un enfrentamiento largo, muy largo, también duro, sangriento y difícil, muy difícil.

Lejos del discurso político, capaz de metamorfosear cualquier situación por adversa que pudiera ser. También con la sana intención de no caer en el mensaje -supuestamente pedagógico, didáctico-, pretendo seguir aportando hechos, datos que expresen, por sí mismos, la verdad imposible de un relato único.

Por citar uno, sirva éste: Rafael Vera, ex Secretario de Estado para la Seguridad del gobierno de Felipe González y condenado -en firme- por sustraer más de quinientos millones de pesetas de las arcas del Estado, así, como también por secuestrar al ciudadano francés Segundo Marey, -reivindicado por el GAL-  nadie lo calificó ni vinculó “nunca”, en ninguna sentencia, con actividad terrorista alguna.

Sin embargo, no ocurrió lo mismo con varios jóvenes menores de edad, que en su día fueron acusados de destrozar ramos de flores en la tumba de un conocido personaje político donostiarra. Estos sí, estos sí fueron vinculados públicamente con actividades terroristas.

En esta misma dirección, el fiscal de la Audiencia Nacional española Sr. Molina, -con el que he tenido oportunidad de “conversar” repetidas veces- en un día de esplendorosa lucidez llegó a expresar: “para ser terrorista no es necesario pegar tiros”.

Es evidente que el Tribunal Supremo comparte plenamente la opinión del Sr. Molina. De no ser así, ¿cómo podría asociarse la capacidad intelectual de pensar y tener “intenciones” con la práctica del terrorismo?

La naturaleza conflictiva del “relato” y su utilidad pedagógica, hacen prever la necesidad de un “tiempo administrativo” en su desarrollo, que permitirá volver a analizar el tema. Antes y continuando mi exposición de hechos y datos, quiero traer a estas páginas, un suceso luctuoso que tubo lugar en la sala de fiestas “Bordatxo” de Doneztebe (Nafarroa) en noviembre de 1.976.

En la noche del 27 -28 de noviembre, después de una “cena de quintos” un grupo de amigos de la Ultzama, se dirigieron al Bordatxo  a divertirse con total normalidad.

Bailaban en cuadrilla y los empujones y pisotones -frecuentes en estas salas- molestaron a algunos de los presentes, a quienes las disculpas ofrecidas no bastaron, pues llegaron “a las manos”.

La tragedia ocurrió acto seguido, cuando José Roca -guardia civil- de paisano, disparaba a bocajarro contra Santiago Navas Agirre, de diecinueve años, que resultó muerto por herida de bala en el tórax. El guardia civil, volvió a disparar, esta vez sobre el joven Javier Nuin, quien recibió un segundo disparo cuando se encontraba tendido en el suelo. El guardia civil efectuó un cuarto disparo hiriendo a otro joven baztanés.

Meses más tarde, la prensa se hizo eco del significativo ascenso del guardia civil José Roca, autor de los disparos que mataron a una persona e hirieron a otras dos.

Hoy pocos recuerdan la salvaje acción del guardia civil, José Roca en el Bordatxo y tampoco “nadie” caracterizó jamás los hechos con intencionalidad política alguna.

Este último párrafo, sirve como hilo conductor, entre la salvajada del Bordatxo en el año 1.976 y la discusión y enfrentamiento de Altsasu de hace dos años, concluyendo en decenas de años de cárcel.

Conociendo -como conocemos- la precariedad respecto a los derechos civiles y ciudadanos en que vivimos en Euskal Herria desde hace muchas décadas, puede afirmarse que para caracterizar como acto terrorista situaciones como la de Altsasu, se apela a un criterio de interpretación de triste memoria en el derecho penal: La analogía; concretamente la analogía de intención. Y es aquí donde se percibe la “siembra” policial, ya que con más o menos cambios hacen suya los textos vigentes.

Gracias al “manual” fabricado por algunos que hoy viven tranquilos e impunes, se caracteriza y manipula lo que sea menester, para llegar al objetivo deseado: indicios nítidos de naturaleza terrorista.

Como siempre, cedo a quienes me honran con su lectura, la conclusión, el sedimento de este trabajo.

Bilatu