Raúl Zibechi
Periodista

Renovados obstáculos para los cambios en Colombia

Habría que preguntarse qué está pasando en Colombia que impide cambios que ya se dieron en otros países. Porque es el único país de la región donde nunca han gobernado fuerzas progresistas. El dominio de la ultraderecha y de la oligarquía de la tierra parecen inamovibles.

El resultado de la primera ronda electoral del pasado domingo dejan un panorama más incierto del esperado. La expectativa era que el balotaje se realizara entre Gustavo Petro y Federico Gutiérrez, o sea entre el progresismo y el «uribismo», los seguidores del ex presidente Álvaro Uribe Vélez, considerado de ultraderecha.

Sin embargo, las elites colombianas viraron sus preferencias hacia Rodolfo Hernández, toda vez que el candidato de Uribe no levantaba vuelo y prometía una segunda vuelta favorable a la izquierda, dada la enorme impopularidad del expresidente. Pero la irrupción sorpresiva del «ingeniero» Rodolfo, como lo nombran sus seguidores, modifica radicalmente el escenario.

Petro consiguió el 40% de los sufragios y Hernández el 28%, superando por ocho puntos a Gutiérrez. El 20% que consiguió el ultraderechista son claves para la segunda vuelta y lo más probable es que la inmensa mayoría vayan a la candidatura de Hernández que superaría con holgura la mitad más uno de los votos.

El ingeniero de 77 años no pertenece a la ultraderecha de Uribe de forma orgánica, pero su trayectoria como alcalde de Bucaramanga se saldó con una acusación de la Fiscalía por corrupción, lo que no impide que la mayoría absoluta de la población de la ciudad (600.000 habitantes) apruebe su gestión.

El historial de Hernández es tremendo: elogió a Hitler, es misógino y xenófobo, además de grosero y violento. Existen diversos videos que confirman estos hechos, en uno de ellos aparece golpeando a un concejal que lo cuestionaba (https://bit.ly/3PYHF4r). Se lo califica como «populista» y como el «Trump colombiano», aunque su estilo es más cercano al salvadoreño Nayib Bukele o el brasileño Jair Bolsonaro.

Pese a ello, las primeras encuestas le otorgan casi ocho puntos más que a Petro, quien ostenta una larga carrera política coherente, aunque su personalidad rezuma arrogancia: 52% para Hernández frente a 44,8% para Petro (https://bit.ly/3alHUGL).

Las regiones donde recaba más apoyo Hernández son Antioquia (70%) y los Llanos (78%), mientras Petro obtiene un triunfo holgado en la costa del Pacífico (70%) y en las principales ciudades, excepto Medellín. El mayor apoyo a Hernández se encuentra entre las mujeres (casi 56%) lo que contrasta con su fuerte machismo. El único tramo de edades en el que triunfa Petro es entre los menores de 24 años, donde obtiene dos tercios de los votos.

Así las cosas, habría que preguntarse qué está pasando en Colombia que impide cambios que ya se dieron en otros países. Porque es el único país de la región donde nunca han gobernado fuerzas progresistas. El dominio de la ultraderecha y de la oligarquía de la tierra parecen inamovibles.

Encuentro varias razones que valdría explorar y que pueden contribuir a profundizar la comprensión sobre los procesos de cambio.

La primera es que pese a las vastas luchas desplegadas por los pueblos originarios y negros, campesinos y jóvenes urbanos, gran parte de la población sigue apegada a las tradiciones patriarcales y machistas de terratenientes, militares y paramilitares. Cultura que ha sido revitalizada por el narcotráfico.

Las culturas son resistentes y sólo cambian en tiempos largos. El peso de la ultraderecha en Antioquia se debe a décadas de dominio del cartel de Medellín, precisamente en una ciudad que albergó una poderosa clase obrera y fue escenario de luchas donde la población urbana mostró fuerte apoyo a las guerrillas.

La segunda es que Colombia sigue en guerra y que en las regiones donde las guerrillas fueron fuertes, el apoyo a la ultraderecha es mayor que en las regiones donde predominan movimientos indígenas y negros, como el Cauca. Todo indica que la presencia guerrillera dejó heridas que aún no cicatrizan y que han sido utilizadas por la ultraderecha paramilitar para reforzar su dominación.

La larga guerra interna de seis décadas desembocó en que muchas regiones son dominadas por grupos paramilitares que se ponen al servicio de grandes empresas extractivas, como las mineras, y suelen establecer alianzas con el narcotráfico o dedicarse de lleno al negocio de las drogas.
La tercera es que la militarización ha dejado hondas huellas, tanto culturales como políticas. La legitimidad que tiene la cultura machista y racista que resuelve cualquier conflicto (incluso los interpersonales y los intrafamiliares) a bala, es una de las peores herencias de la guerra.

El conflicto armado ha congelado y reforzado el racismo y el machismo en amplias regiones del país, y sólo podrán debilitarse en un largo proceso en el cual las nuevas culturas vayan abriéndose paso. No se desmilitariza una sociedad con un acuerdo de paz, aunque sea un paso en esa dirección, ni con leyes e instituciones por la paz, sino potenciando otros modos de hacer no violentos ni patriarcales.

De todos modos, pese a las continuidades, hay algunos cambios notables. El más destacado es la tremenda derrota de la ultraderecha uribista. Como señala un análisis de Brecha, «los sectores sociales conservadores, especialmente fuertes en la región andina colombiana, han dado un vuelco y desechado al uribismo como su núcleo articulador central», pero además, «de un solo golpe, todo el establecimiento colombiano se vino abajo» (https://bit.ly/3xe5PAR).

La gran ventaja de Hernández es que no participó en la guerra interna. Petro fue guerrillero (algo que le cobra cada día y a cada minuto la derecha), mientras las huestes de Uribe alimentaron la violencia militar y paramilitar. Por el contrario, el «ingeniero» fue víctima de la guerra, ya que su padre y su hija fueron secuestrados por grupos guerrilleros.

El conservadurismo en Colombia cambió de piel, pero conserva algunas esencias como el machismo y la violencia. De todos modos, la derrota de la ultraderecha es una buena noticia, si se comprende que nunca será definitiva mientras el modelo extractivista –con la inevitable militarización que conlleva– siga siendo el modo de acumulación de capital vigente en el país y la región.

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