Mikel Arizaleta
Traductor

Roma veduta

Entre los grabadores importantes de la historia se halla Giambattista Piranesi. Y una de sus obras más populares y brillantes, que le dio fama y renombre en su vida, fue la titulada las Vedute di Roma, las vistas, las estampas de Roma. De ellas dice Lafuente Ferrari: «Si dejamos aparte las Carceri, obra excepcional de creador, lo capital de la obra de Piranesi son las Vedute di Roma. Vertió en ellas todo su arte de pintor y su amor a la gran ciudad que alimentó su vida».

Desde una aldea de la Costa da Morte, un niño de 10 años es llevado al Seminario de Compostela. Y a diferencia de muchos de sus compañeros, persiste en el camino de la clerecía. Se llama Celso Alcaina, que en su libro “Roma veduta. Monseñor se confiesa” pone de relieve las miserias materiales y espirituales de los internados eclesiásticos. Las Universidades de Comillas y de Roma completan su formación teológica. Con sólo 32 años es llamado por el papa Pablo VI a colaborar en el Vaticano y acepta sin gran entusiasmo. Pronto surge la decepción. Los procedimientos del dicasterio vaticano romano (equivalente a un ministerio de nuestro gobierno) apenas difieren de los observados por la abominable extinta Inquisición. Sólo difieren por la abolición de los tormentos físicos.

En su libro pone en solfa el Cristianismo y toda institución religiosa, y la ironía da paso al sarcasmo. Y mientras hay  algunos dignatarios eclesiásticos a quienes loa hay otros a los que censura con dureza. Tanto en el cuerpo del libro como en el apéndice late una preocupación: el Catolicismo debe desembarazarse de dogmas, usos y ritos, que el autor considera absurdos y nada jesuánicos. Especial incidencia en las infundadas canonizaciones.

Celso Alcaina se presenta al lector como un tipo curioso, observador, analítico. Creo que es un sabio experimentado, y su libro merece leerse. Nos recuerda el periodista Jesús Bastante que Celso Alcaina, teólogo, fue funcionario de la Congregación para la Doctrina de la Fe durante 8 años en tiempos de Pablo VI, los años del postconcilio. En su libro "Roma Veduta. Monseñor se confiesa" narra los secretos de la Congregación  para la Doctrina de la Fe, antigua Inquisición vaticana, y que ahora, a pesar del cambio, seguía todavía llamándose Santo Oficio, como la plaza en la que se ubica.

El libro esencialmente es «mi experiencia en el Vaticano. La Curia sigue con la misma tónica de represión, de tradición a machamartillo. Existía un FBI en el Vaticano y probablemente sigue existiendo todavía, que puede ser incluso una rémora para el actual Papa», dice en entrevista en el 2017 a Jesús Bastante. Durante casi todo el tiempo de su estancia allí residió en un apartamento del palacio del Santo Oficio, «exactamente encima de las mazmorras donde habían sido encarcelado Galileo y otros famosos, como Giordano Bruno. Bajé a esos sótanos, parecidos a cualquier cárcel. El Santo Oficio que yo viví no tenía esos castigos físicos, pero continuaba siendo un centro de represión doctrinal».

Define los procesos contra teólogos sospechosos de herejía o desvío como casi propios de la Gestapo. «Interrogatorios muy duros con poca capacidad de defensa por parte del encausado. En los procesos iban a pillarte. Eras presunto culpable. Si ven el interrogatorio que reproduzco en el libro muchas preguntas no tienen nada que ver con lo que se le juzgaba, sino que estaban destinadas a pillarle, por dónde se le podía condenar».

En el libro habla de cuestiones como el celibato, del tema de Fátima, ahora que el 12-13 de mayo el Papa va a canonizar a dos de los tres pastorcitos. Habla de las canonizaciones, de su experiencia respecto a Fátima y, sobre todo, de sor Lucía. «Tuve en mi mano un cuaderno, que era el diario de sor Lucía. Lo tuve durante unas semanas, me lo dieron para hacer un resumen. El resumen venía hecho de la secretaría de estado y estaba bien hecho. No había nada especial, eran cosas triviales de una monja… El tercer secreto lo leyó en el 63 Juan XXIII. Y luego Pablo VI también. Yo no lo tuve en la mano, pero el archivero me lo contó. Él era de los pocos que lo conocían además del cardenal Ottaviani y el Papa. Me lo contó y según él no había nada especial. Sí cosas extrañas, como luchas entre cardenales, entre obispos y que un Papa moría de mala manera. Se moría. Lo del atentado de Juan Pablo II no tenía que ver nada en absoluto. Y además, no murió en el atentado. Pero nada especial. Como sabes, el segundo secreto de Fátima era la conversión de Rusia. Ya sabemos en qué consistió: pasar del socialismo al capitalismo. Y esto tenía un cariz parecido. Es todo trivial. Yo nunca creí en la veracidad de las apariciones, si existen y no son solamente una elaboración de la mente del vidente, es algo paranormal. Pero no tiene nada que ver con Dios ni con algo que se asemeje».

«Yo participé en todo lo del Garabandal; redacté la carta que firmó el cardenal Seper a monseñor Cirarda, entonces obispo de Santander, y lo que se le decía era que de eso nada. Que había que echarlo abajo. No entrábamos en si era cierto o no. Dábamos por supuesto que era falso. Y eso es lo que se da por supuesto al principio, cuando hay cualquier aparición de este tipo. Es lo que se hizo en Fátima, pero luego, la presión de los fieles hizo que cambiase la visión de Roma. Nada más. Estoy escandalizado de que el Papa Francisco quiera canonizar a dos niños que no tienen ninguna ejemplaridad para los católicos; ni son mártires, ni son nada. Simplemente fueron videntes».

«Yo creo que fueron víctimas de un suceso paranormal y murieron al poco tiempo de las visiones. Y no entiendo por qué van a estar en el elenco de los santos, que yo admito que existan como personas-ejemplo para los demás. Pero no tienen por qué ser taumaturgos ni tienen por qué ser los que llevan fieles a Roma. Basta con que sean ejemplares en su vida».

«De siempre, me han parecido una injusticia los milagros, cuando no una puerilidad. Una intolerable discriminación de parte de Roma y, aparentemente, también de Dios. Casi siempre está de por medio el dinero. A veces es el oportunismo. Apropiarse de un genio, de un famoso, de un superhombre o una supermujer. ¿Por qué Dios favorecería a una determinada persona entre miles que piden lo mismo y están en similares condiciones? Y ¿por qué siempre se trata de curaciones corporales? Existen otros campos presuntamente susceptibles de una intervención del Todopoderoso y que reducirían la sospecha de fuerzas naturales todavía –y siempre– desconocidas. ¿Por qué un candidato a santo no atiende al devoto que implora la desaparición de los arsenales atómicos de las potencias? ¿Por qué no paraliza tsunamis destructores? ¿Por qué no resucita a alguien famoso benefactor muerto hace cincuenta años? Y, limitándonos a lo sanitario, ¿por qué no cura repentinamente a todos los afectados por el cáncer, por la sordera o por la ceguera y no solamente a un individuo?».

«A Francisco lo considero un predicador. No solo con la palabra, sino con los gestos. Y los pasos que está dando para la reforma de la Iglesia, es decir para la mejoría de la Iglesia, me parece que son tardíos en el sentido de que va muy despacio y que corre el peligro de que alguien venga luego (porque es un hombre de edad), y que haya una involución, un retorno. Lo que yo auguraría es que sus ideas, que parecen reformistas y muy novedosas, fuesen cristalizando en la institución eclesiástica. El Vaticano es una institución monárquica dictatorial».

¿Roma veduta fede perduta? «La fe tradicional yo la he perdido. Me considero con fe cristiana pero me remonto al evangelio y a Jesús». ¿Qué responsabilidad tienen esos años de Roma? «Toda, o casi. Cuando entré tenía mis dudas. Cuando la defensa de mi tesis en Roma surgió esto, podía haberlo rechazado y seguir otros caminos. Pero tenía ya mis dudas y lo de Roma me confirmó. Seguí en el camino del repensamiento». ¿Qué sucedió cuando sales en el 75. ¿Te vas tú, te echan, hay un acuerdo de marcha? “No hay un acuerdo de nada. Simplemente lo decidí y presenté una carta al prefecto donde explicaba que quería irme por decisión personal. No le dije las razones. Y lo que hice fue seguir mis estudios. Había hecho parte de filosofía y Letras en la rama de Filología semítica en Barcelona, allí terminé mi licenciatura y doctorado. Y luego me puse a trabajar como abogado matrimonial, porque también hice Derecho canónico”. ¿Dejaste el sacerdocio?, le pregunta Bastante en la página “Religion digital”. «No ejercí el sacerdocio. Tampoco pedí la secularización. No pedí la reducción al estado laical».

¿Y 40 años después, si fueras capaz de volver a Roma imaginariamente encima de esas mazmorras que comentabas, cómo observarías hoy esa Roma que tú viviste con 40 años de perspectiva? ¿Ha cambiado algo? «Creo que no ha cambiado nada, mi sensación es de que seguían en la misma tónica. Una tónica de represión, de tradición a machamartillo y que, además, no tiene solución a mi manera de ver. Yo soy bastante pesimista, porque si estamos en la observancia de los dogmas desde el concilio de Éfeso, pues no le veo solución. Estamos en la observancia de los dogmas y no en la fe en el Cristo vivo. Es que la Iglesia a partir del siglo II, cuando se fundó el cristianismo, comenzó a desviarse de Jesús y quedamos atrapados por el dogma. Esta es mi sensación. Y por el peso de la historia. La institución. Tenemos un Vaticano que se fue agrandando cada vez más, sobre todo con la conquista de América. Porque hasta entonces era un patriarcado más. Pero, a partir de entonces, dejó de serlo para pasar a llamarse pontífice universal. Ya no quiere ser patriarca. Incluso se suprime el título en los libros de Roma porque no quiere ser un patriarca más. Y encima viene lo del estado del Vaticano, una prerrogativa de un jefe de una religión que no tiene ninguna otra. Por tanto, no se pone en paridad con los demás presidentes y jefes de religiones institucionales distintas. Por tanto, entre el dogma, la universalidad del pontífice, la internacionalización y la supremacía de un estado Vaticano, no le veo solución. Ojalá la haya, pero habría que romper muchas amarras. Lo tiene complicado el papa Francisco o cualquier otro que viniera con una sana intención».

“Roma veduta. Monseñor se confiesa” de Celso Alcaina, la reflexión de un hombre sabio y crítico, que merece leerse.

Bilatu