Olaia Aldaz

San Fermín: marca registrada

 

Una de las cosas que más sorprenden al visitante a su llegada a Camboya es la omnipresencia de la imagen del templo Angor Wat.


La silueta del templo hindú aparece en la bandera nacional, da nombre e imagen a una cerveza, decora postales y camisetas, restaurantes, hoteles, lavanderías y carritos de comida. Angkor Wat es, sin lugar a dudas, el símbolo nacional de Camboya, y sobre todo de Siem Reap, ciudad en la que se encuentra el complejo monumental. Como decía una archiconocida guía de viajes, todo en Siem Reap es Angkor Wat. Camboya, que arrastra una negra y tortuosa historia, atrapada y muchas veces sometida por dos poderosos vecinos (Vietnam y Thailandia), ha encontrado en la grandeza de Angkor Wat, cúspide de la civilización Khmer, un espejo donde mirarse y recordarse que una vez llegó a ser el imperio más poderoso del sudeste asiático.

Regresando a estas latitudes, hacer pocos días se presentó en Pamplona la cerveza San Fermín. La elección del nombre me recordó la socorrida imagen de Angkor Wat. A pesar de que no todo en Pamplona es San Fermín (al menos de momento), es evidente que estas fiestas se han convertido en la imagen internacional de la ciudad. En estos tiempos en los que el ‘city branding¸ está de moda, Bilbao ha optado por el museo Guggenheim, Donostia por la capitalidad cultural y Gasteiz por la ‘Green Capital’, para hacerse con un distintivo con el que vender la ciudad. Pamplona, sin embargo, no ha necesitado crearse una imagen o logo; ha pasado de ser lafactoría de curas a la bacanal veraniega.

Sin entrar en debates sobre si este es el elemento más representativo de la ciudad (una ciudad, recordemos, que tiene 2000 años de historia, que ha sido capital de un reino independiente y cuna de los vascones), lo que es preocupante es la imagen sesgada y parcial que se ofrece de los sanfermines. Decía Humberto Astibia que la preservación de elementos aislados, descontextualizados, es consecuencia de una visión reduccionista del patrimonio. Los sanfermines son la expresión viva de una sociedad, la navarra, y de sus costumbres y formas de entender la fiesta. Por eso han sido siempre unas fiestas reivindicativas, sociales, y sobre todo participativas.

Sin embargo, esa es precisamente la imagen de las fiestas que no trasciende al exterior. Los medios de comunicación, y las autoridades navarras, han hecho un esfuerzo consciente por anular esta vertiente y lo oficial ha conseguido enterrar lo popular. Los ejemplos, por desgracia, abundan: la marginalización de las actuaciones de cantantes o grupos vascos (relegados a la Media Luna o a emplazamientos de segunda plana), los obstáculos (y cuantiosas multas) a Gora Iruñea y su programa festivo alternativo, la no celebración del Riau Riau, la prohibición de sacar ikurriñas en el chupinazo, la actuación policial desmedida contra el encierro de la villavesa… y suma y sigue. Sin embargo, han convertido Pamplona en la capital de los toros, fiesta nacional española, y en el paraíso de Dionisio en la tierra para cientos de jóvenes extranjeros. O peor aún, en la ciudad sin ley donde los abusos machistas son permitidos, acorde con las imágenes y polémica suscitadas el año pasado.

Lo cierto es que no sabemos distinguir lo que tenemos de propio. Me comentaba un amigo periodista el desconocimiento para la mayoría de pamploneses de lo que son los sanfermines. Y es que durante años, se ha trabajado muy conscientemente la imagen que se ofrece de esta celebración, y por ende de Pamplona.

El poder de la imagen es incuestionable. Los mecanismos de poder y control se ejercen hoy en día a través de la imagen y la sociedad mediatizada por la televisión e internet ofrece el escenario perfecto para construir estas imágenes que ordenan nuestras vidas. La imagen ofrece la posibilidad de simplificar, tomando solo ciertos aspectos de la realidad y construyendo una nueva realidad que los receptores toman como cierta, hasta el punto de que muchas veces es difícil distinguir la realidad de la imagen, de la imagen de la realidad. El 6 de julio, las imágenes sanfermineras volverán a inundar la parrilla televisiva y la oferta informativa. Seamos conscientes de la imagen que se ofrecerá al mundo de nuestra ciudad. Pero sobre todo, no nos la creamos.

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