Kepa Ibarra
Director de Gaitzerdi Teatro

Seguir en la historia

Se te queda una cara entre circunspecta y enrabietada, entre perdida y plana en objetivos. Esa mueca imposible que te lleva a pensar que quizá todo sea un pequeño sueño repleto de pesadillas, cadáveres ambulantes y alguna mirada complaciente diciéndote que las culpas hay que repartirlas y que entre lo blanco y lo negro la decisión está tomada desde hace mucho tiempo y tú te colocas en los márgenes.

Observamos las imágenes con sensación de impotencia. La historia tiene la sempiterna tendencia a concluir con firma, basándose en datos, fechas, curiosidades, muchas veces sin valorar esa doble impresión que tenemos de que hay algo, como un segundo discurso, que no aparece, que no consta en los anales y que acaba perdiéndose en un relato tangencial con fecha de caducidad.

El ejercicio es dinámico, recitado de memoria y con datos irrefutables. Finales del siglo XIX y un objetivo judío: instalarse en Palestina. Se suceden distintas aliyás para ocupar territorio árabe. Los ingleses, siempre tan diplomáticos, se inventan la propuesta Balfour para que en aquel minúsculo territorio quepan unos y otros, incluso ellos, muy británicos colonizando, que lo ocupan, encarcelan, masacran, en fin, lo habitual.

A partir de 1947, la división de una Palestina con dos sensibilidades, con una aliyá de millón y medio de emigrantes judíos ocupando el territorio y una Nakba palestina exiliada con más de 6oo.ooo nativos. Sumamos y la tendencia tiene tintes paradójicos con un tufo no casual.

Conflicto: 1948 (Estado de Israel). Canal de Suez, en 1956. Guerra de los Seis Días (ocupación de Gaza / Cisjordania / Jerusalén Este), en 1967. Yom Kipur, en 1973, con la famosa resolución 338 de la ONU, adherido al 339. La primera Intifada, en 1987. La guerra en Gaza en 2008, con centenares de civiles muertos. 2012, 2014, 2023… ruleta rusa.

Además de los datos plasmados en el artículo, se me ocurre recurrir al lado menos amable de la historia y empezar a cuestionar si todo ese maremágnum de fechas que la misma historia nos presenta, en fascículos sencillos de entender y corroborar, no aspira a otra cosa que no sea perpetuar el relato, darle una trayectoria convencional y, sobre todo, admitir que la historia se sigue escribiendo sin apenas un gramo de emoción y dejando en el legado la huella de lo inalterable y definitivo.

Aparece como un delito intelectual y hasta científico no hacer un análisis de todo lo que está ocurriendo en la Palestina ocupada, recordando como voces, otrora afiladas y comprometidas, se disputaban un ámbito crítico fértil, aunando criterios y hasta procedimientos activos que se significaban como arietes de una reivindicación que denunciaba tropelías en un territorio ocupado.

Hay silencio. O son voces bajas. Los medios de comunicación presentan la cuestión como un evento plástico y recreativo, en una escaleta donde el día, la hora y los objetivos alimentan un guion exquisito, en un tráiler apocalíptico, mientras corre la cerveza en ronda y un corazón sensible todavía se compadece de un prójimo algo lejano.

El mundo más próximo ha perdido la capacidad de buscar soluciones arriesgadas a contenciosos que comienzan a eternizarse, a no ser más que una pequeña piedra en un camino donde parece que ya no tropezamos. Creo que el planeta está dando la espalda a su propia historia, pero en esa epopeya que se quiere edulcorar todavía hay pueblos que asoman la cabeza, revuelven el cuerpo y nos recuerdan que, a pesar de todo, siguen en la historia.

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