Joan Llopis Torres

Señora encausada

«¡Abajo las perturbaciones! ¡Toda sociedad merece vivir sin sobresaltos! ¡No opinar!», gritaron unos gamberros. Hasta que se oyó: «¡Pohibid las sandías en las escuelas!». Así se descubrió que el notario se había ido de la lengua, el que se decía testigo de todos los infortunios.

No es que no llueva, que llover llueve. Que no llueva a gusto de todos, es otra cosa. Lo malo es que no llueve a gusto de nadie. La conclusión es que en España llueve mal. Siquiera para la señora del tiempo que calmando los ánimos dice que cualquier día hará buen tiempo. Para ella, la lluvia es un mal asunto. «¡A santo de qué!», dice uno sin que sepamos sus razones. «Lo mejor de una opinión es no opinar», dice  otro. Antes de insistir: «!Que llueva lo que quiera, qué dice ésta!».

«Pues hace usted muy bien», le decía. «No vaya usted a comentarlo que ya sabe lo que pasa. Créame usted, a mí las sandías me resultan afrodisíacas». A éste se le veía hace años en el Ayuntamiento resolviendo todo tipo de asuntos, pero era la primera vez que se le oía hablar de sandías. «¿Cree usted que ello es posible?, ¿la relación causa efecto? Si se da el efecto, bien puede darse la causa. A veces se dan cambios imperceptibles, sutiles, que no relacionamos con sus efectos, y bien podemos atribuirlos a las sandías, sobre todo si se han ocultado las causas, si hay esa intención, podríamos decir». Por el tono rutinario, bien podría ser éste un notario. «Entonces, ¿usted cree que podría ser cualquier cosa, no cree usted?». «Ciertamente. Incluso pudiera ser que fueran las sandías bien la causa de nuestra suerte como de nuestras desgracias y de nuestros infortunios. ¿Por qué se le hace al pan una cruz y no a las sandías?», seguía aquél con sus reflexiones...

«¡Por razones de Estado, el tiempo debería decidirse en un ministerio! Previo memorando preceptivo del subcomité parlamentario creado al efecto», dice un ilustrado que tiene una tienda en la misma acera. «Lo tuyo es muy meritorio», le animó alguien. «Lo que tú digas». «Te lo digo yo», sostiene. «No sea que alguien piense otra cosa». «¡Pues era un tirano feudal! ¡ccruel ! ¡Sanguinario era! ¡Eso! ! ¡Sanguinario!», dice el tendero, sin que nadie sepa de qué está hablando. En el bar se inician conversaciones que se pierden entre los ruidos. Quizás porque no son conversaciones. Se esfuman como los arco iris sin colores que nadie ha visto. Mientras, en alguna parte, unos premonitorios nubarrones, a pesar de la señora del tiempo, anuncian nuevos chubascos. Lo de siempre. Si se encarga el Ministerio, solo va a llover en el pueblo del ministro. ¡No sea que para desinformar, el subcomité, con un rígido secretismo entendible, decida que va a llover y donde de doce a una. Pudiéndose obviar el informe que, no por ser secreto, tampoco es cosa que aparte de no molestar ni ser de lectura obligatoria, hecho que se decidió en su día por unanimidad, vaya a ser tenido en cuenta. Aunque puede que se de una casualidad, cosa que pudiera ocurrir para contrariedad de algunos incorregibles, naturalmente sin que fuera a enterarse nadie. Siendo que el subcomité ya existe o pueda existir. Incluso puede que ya esté disuelto. Ahora queda por ver adónde se mandan los informes, pues está también por decidir qué ministerio es el adecuado para que entienda de esos intereses. Sin venir a cuento, de vez en cuando, alguien gritaba para regocijo de todos: «!Qué dice ésta!». La gente se desternillaba de risa y repetía: «¡qué dice ésta, ¡qué dice ésta!». Lo sorprendente es que entre tanto secretismo, mayorías y minorías cambiantes, está por resolver. Y mientras tanto, sin que se arregle la cosa de una vez por todas y tengamos el tiempo en paz, la señora nos va diciendo donde hará sol y donde lloverá, para disgusto de todos.  Del mismo modo debería hacerse en todos los asuntos importantes del Estado –o ya se hace– para evitar discusiones innecesarias u otras complejidades molestas. Una vez constituidos los comités, deberían emparejarse al azar con un ministerio. Que importancia tiene que el tiempo no corresponda a Bienestar Social ni a Agricultura. Puede que saliera para Fomento, una vez vetado el de Turismo o al contrario, haber resultado una exigencia ineludible. Lo importante es que los matrimonios estén bien avenidos. Instruyendo a la población descontenta, siempre en gerundio, el Ministerio de Instructivas las previsiones, profecías y adivinaciones temporales o intemporales, entre los ineludibles buenos consejos, revelaciones divinas y ensoñaciones. Pues es sabido que la ignorancia es mala para todo, como es peligroso el conocimiento en almas y comunidades inocentes que deben ser protegidas. Ello, una vez descartado emitir por partida doble tres comunicados: seis sobre el tiempo confuso con distinta información y desinformación, según interés nacional o particular, como ya ocurre ahora con todos los asuntos de mayor o menor importancia en todos los ministerios. No les cortó la cabeza porque fuera cruel el tirano, sino porque se atrevieron a decirlo. Alterándose las culpas, presentándose las consecuencias como los hechos y los hechos como las consecuencias. Y luego vino un tiempo de tranquilidad y buen tiempo.

«¡Abajo las perturbaciones! ¡Toda sociedad merece vivir sin sobresaltos! ¡No opinar!», gritaron unos gamberros. Hasta que se oyó: «¡Pohibid las sandías en las escuelas!». Así se descubrió que el notario se había ido de la lengua, el que se decía testigo de todos los infortunios.

Ya no se pudo ocultar más, finalmente, la gravedad trascendente de los hechos (alguien dijo que la frase sin duda era de la fiscalía y se entendió como muy pesimista para los intereses de la acusada), y los tribunales culparon, sin otros cómplices decía la sentencia, a la señora del tiempo, a ella sola, que fue acusada de criminales tergiversaciones, traición y, sin que eso quedara justificado, enemiga de las buenas costumbres, pues esto podía dar a entender, en opinión de muchos, que era ligera y se consideró innecesario de cara a no estigmatizar a su familia, también de estar a sueldo de una potencia extranjera y de ser rebelde, sediciosa y malversadora de fondos públicos. Así concluyó el asunto. Fue sentenciada a nueve años de cárcel que le fueron al poco tiempo conmutados por un exilio en Totana, provincia de Murcia, por motivo de algunos detalles legales a los que nadie prestó atención (se oyeron en su día comentarios que «fue porque aceptó todos los cargos menos el de mala puta». Incluso se dijo que el presidente del tribunal corrigió al fiscal y le hizo retirar por favor el «mala», por excesivo e innecesario, no fuera a echar sal a la mar salada con un salero, que la cosa iba sobrada. También se atribuyó el resultado a una mala defensa, pues dijo que un tío suyo pastor evangelista de origen judío la había llenado lógicamente de confusiones, sobre todo cuando estuvo orientándola a ingresar en la Hermandad de San Pío X, «creo recordar», dijo, en una pobre defensa, pues nadie entendió nada. Incluso su defendida, o sea, ella, le dijo que se dejara de zarandajas. Y para abundar –dijo que «para abundar»– aportaba, como en un año de bienes –con humildad para congraciarse con el tribunal–, un caso que ignoraba si había creado jurisprudencia, y ahí se vio que flojeaba para espanto de todos. Resulta que con otras palabras, se acusaba a un maricón –dijo maricón siendo corregido severamente por el tribunal– de pederasta, «y quizás de reincidente», sin poder asegurarlo porque no lo recordaba en aquel momento, y pedía disculpas al tribunal. En aquel caso, el acusado cantó algo así como «prietas las filas, recias marciales, nuestras escuadras van, cara al mañana que nos promete patria, justicia y pan». Le dejaron marchar, no sin antes advertirle que fuera la última vez que se presentaba ante el tribunal con minifalda, «como las señoras del tiempo que siempre van de verano», le soltaron, y que no lo querían volver a ver más por allí.

Tiempo después, cuando todo parecía olvidado, alguien preguntó que por qué a Totana. El bar siguió con sus rutinas sin que nadie mostrara ya algún interés por lo ocurrido. Sólo se oyó la misma voz, aquélla que hizo fortuna implantando en el bar, como una seña de identidad, el «!Qué dice ésta!», que ahora, también como una alteración de la sentencia, se cambió por un «!Que se joda!. ¡Que se joda!», se gritaba al unísono de vez en cuando por cualquier motivo, hasta que trascendió que en un descuido, delante de alguien inconveniente, el presidente del tribunal había dicho que «no venía de un palmo». Y de ahí viene el «¡no viene de un palmo! ¡No viene de un palmo!», que ahora, como una moda originada en los tribunales, se viene repitiendo frecuentemente.

A pesar del olvido, aunque ya sin ningún interés, alguien sugirió que hubo un momento en el que se le dijo que «o se declaraba culpable de todos los cargos y mostraba arrepentimiento, o también se la acusaría de puta». Ahí fue cuando se derrumbó y acabó confesando. También hay quien cree que ella se declaró «mujer del tiempo y nada más que eso», que lo que se cuenta de su abogado defensor es mentira, y que ella no ha estado nunca en Totana. Que lo que sabe de Totana lo sabe por un tío suyo pastor de cabras que hizo la mili en Cartagena, que no tiene nada de que arrepentirse, y nada más tiene que decir. En otras declaraciones se dice que dijo que ella siquiera es señora del tiempo y que no sabe de que le hablan, que si quieren enterarse de algo que pregunten a los presos y a los exiliados y, que sí, que ella suele llevar minifalda porque le da la gana, que qué pasa, y que otro día se esperen a que salga del supermercado donde trabaja desde hace nueve años.

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