Itziar Fernandez Mendizabal
Activista feminista y de la Plataforma Ongi Etorri Errefuxiatuak

Siempre se ha emigrado y se seguirá emigrando

En Grecia, un fascismo envalentonado por la complicidad de los gobiernos pasa al ataque y suma su violencia a la de las policías de frontera. Ya hay quien teme que la situación actual de Grecia anuncie el futuro. Otros preferimos pensar que solo es un futuro –distópico- entre los muchos posibles futuros.

Desde el surgimiento de los imperios europeos coloniales, con su explotación de la esclavitud hasta el día de hoy, hay pautas en el comportamiento (in)humano que se repiten: sojuzgar pueblos o aniquilarlos para saquear sus recursos: minerales, tierras, ganadería, pesca, agua...

Algunos de esos pueblos aún continúan colonizados, mientras nuevos países colonialistas, y sobre todo empresas transnacionales, se suman al expolio de personas y territorios, no dudando en asesinar a cualquier defensor(a) de los derechos humanos que se atreva a resistirse.

¿Qué salida les queda a estas personas? En muchos casos, su única posibilidad de supervivencia es la emigración. Sin embargo, Europa, el destino soñado por muchas, y origen de la mayoría de sus desgracias, no quiere acogerles, y utiliza enormes cantidades de dinero y recursos para que no entren, o para que mueran lo más lejos posible, mediante una necropolitica, que empieza suprimiendo sus derechos universales, para luego dejarles morir en mares o desiertos. Una vez más, el capitalismo muestra su credo: el dinero y las mercancías negociables pueden circular, pero las personas que huyen de la miseria que ese mismo capitalismo provoca, deben morir en silencio. A pesar de que, sin las riquezas que extraemos de esos países empobrecidos, nuestro escuálido y mal repartido bienestar no duraría un teleberri. Y que. sin el trabajo, mal pagado y falto de seguridad social, de esas mujeres migrantes, nuestros familiares dependientes, morirían de soledad en los parques públicos. ¿Cabe mayor crueldad y cinismo?

En su última infamia, el Tribunal de Derechos Humanos (?) de Estrasburgo rectifica y admite que quien entre ilegalmente puede ser devuelto sin garantías. Y lo llaman devolución «en caliente», porque no se atreven a confesar que los devuelven «fritos». ¿Dónde y cómo se les permite legalizar su entrada? ¿Entre tajo y tajo de las concertinas; bajo las porras de la Guardia Civil o entre tiro y bote de humo, como los asesinados en Tarajal? Mientras, en Grecia, un fascismo envalentonado por la complicidad de los gobiernos pasa al ataque y suma su violencia a la de las policías de frontera. Ya hay quien teme que la situación actual de Grecia anuncie el futuro. Otros preferimos pensar que solo es un futuro –distópico- entre los muchos posibles futuros. Pero para ello, para evitar el crecimiento de la xenofobia y el racismo, hay que ponerse en la piel de las migrantes. Recordar, bien a nuestros antepasados emigrantes en Estados Unidos, en México o en Alemania, o bien a nuestros hijos o hijas buscando hoy un empleo en Reino Unido o Finlandia, para después comprobar de donde viene casi todo lo que comemos, o los muchos objetos que hoy consideramos nuestro patrimonio. ¿Seremos capaces de reconocer, que, siendo parte del problema, también podemos serlo de su solución? Parte del problema porque vivimos a costa de los recursos esquilmados a esos países, además del trabajo de muchos de sus habitantes. Y parte de la solución, porque podemos cambiar de hábitos, consumiendo menos y compartiendo más, y reconociendo en los migrantes de aquí y ahora, los migrantes que antes fuimos nosotros.

Nos quieren obligar a pelearnos por los escasos recursos de la RGI, mientras siguen desahuciando de sus casas, por igual a locales y extranjeros. Se persigue con saña a los precarios vendedores de la calle, mientras los listos y desalmados, con amigos en el Gobierno, se forran enterrando basura (y a veces personas) en los montes cercanos. Intentan acostumbrarnos a que nos disputemos la miseria, cuando lo que ocultan es que sería posible otro reparto de lo existente.

Se acerca el ocho de marzo, y en estas fechas los feminismos volverán a recordarnos que en esta sociedad heteropatriarcal, la desigualdad, y por tanto la injusticia, son requisitos indispensables. Que no basta con poner la vida en el centro... si dejamos fuera de ese centro las vidas de las mujeres, los migrantes, los precarios, las diferentes, y las de millones de perdedoras de esta mercantil globalización, que pretende decidir quien tiene derechos y quienes no deben tenerlos.

Parece urgente pasar a la acción. Debemos ser intolerantes con cualquier muestra de xenofobia, venga de nuestro entorno o de las instituciones. Atajar rumores, desmentir bulos y enfrentar cualquier micromachismo o microfascismo. Nos va mucho en ello. Se empieza pidiendo cámaras y policía en los barrios, y se acaba saliendo a «cazar» emigrantes. Se empieza poniendo muros en el puerto, y se acaba impidiendo empadronarse a nuestros vecinos más vulnerables. Que no nos engañen con el coronavirus. La única vacuna contra este inhumano modo de vida que nos enferma a diario, es trabajar por una sociedad donde las personas, y el planeta, no estén obligados a cotizar en Bolsa.

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