Pedro Ibarra
Profesor jubilado Ciencia Política UPV/EHU

Sobre el asunto de dialogar

Cuando oímos a gentes de buena fe alegar en favor de estos diálogos diciendo que favorecen a la democracia, habría que decirles que dependiendo de quiénes sean los contendientes

EH Bildu ha asumido el liderazgo y protagonismo de la izquierda, marginando a Elkarrekin Podemos-IU (EP-IU). En la campaña y desde hace ya tiempo, EH Bildu ha evidenciado y convencido que su estrategia dominante se centra en objetivos de izquierda avanzada, transformadora. Además EH Bildu ha sabido mantener una exigencia nacional no tradicional, centrada en la dimensión social de la soberanía, conformada en el ejercicio del derecho a decidir y en una… eventual confederación. No es cuestión de analizar si en relación al programa electoral las reivindicaciones de EP-IU han sido más o menos de izquierda que las de EH Bildu. Su desplome obedece a la indefinición y vacilación en sus discursos en favor de una política de izquierdas, pero sobre todo a la desconfianza en que realmente fuesen a llevar a cabo una política de izquierda –surgida por sus prácticas políticas– en electores de izquierda , especialmente jóvenes. Alianzas no demasiado entendibles, permanentes conflictos internos y su acuerdo estatal con el PSOE. No es cuestión de analizar, desde otra perspectiva, las quizás defendibles razones para llevar a cabo esa alianza, pero sí considerar que su coste, el impacto negativo, ha sido contundente en muchos votantes de izquierda; en muchas gentes –jóvenes y otros– que lo que quieren es –sin más y nada menos– una política de izquierdas. Por otro lado, tampoco EP-IU ha presentado una opción soberanista a la que muchos votantes de izquierda de Euskadi, no afines a las concepciones nacionalistas clásicas, pero sí al ejercicio del derecho a decidir, hubiese considerado positivas. Esta situación ha generado un desencanto y consiguiente abstención en bastantes votantes habituales de EP-IU. Y un desplazamiento de voto hacia EH Bildu en la medida en que se ha percibido como mucho más clara, y no sometida a dudas e hipotecas, su política de izquierda y su política democrática soberanista.

Entrando en la cuestión soberanista, este notable triunfo de EH Bildu, y el moderado crecimiento del PNV, plantea el supuesto de una confluencia operativa de fuerzas nacionalistas vascas en el Parlamento. Casi cerca del 70% de los votantes han optado por una opción nacionalista más o menos radical. Desde esta perspectiva, parecería que crecen sensiblemente las posibilidades de reconstruir la ruptura que se dio entre el PNV y EH Bildu en el debate final sobre el nuevo Estatuto. Dada la gran legitimación social mostrada por estos resultados a la opción en favor de una soberanía decisoria, parece que el PNV debería asumir un dialogo constructivo con EH Bildu que concluya en una propuesta estatutaria donde se establezca de forma evidente el ejercicio del derecho a decidir y el horizonte confederal.

Merece una reflexión más general este asunto del diálogo y la confrontación interpartidaria. Parecía haberse moderado un tanto el nivel de insulto, descalificación y criminalización –no solo metafórica– planteados por la derecha y ultraderecha española respecto a  adversarios políticos en general y al Gobierno, muy en particular. Solo parecía . Siempre retornan con entusiasmo a esta «política». Ahí ha estado el audaz candidato Iturgaiz con sus apocalípticas incriminaciones a todos los políticos, incluidos por supuesto a los malvados gobiernos separatistas. Es una opción que permanece porque, entre otras razones y como veremos, obtiene rendimientos electorales

No tiene ningún sentido que los políticos agredidos contesten ni mucho menos entren a debatir estas descalificaciones. El exclusivo objetivo del insulto es construir y alimentar el odio contra el adversario. La derecha y la ultraderecha pretende con ello generar en el votante la emoción de sentirse odiando a nada menos que los que mandan. Buena estrategia para conseguir apoyos incondicionales. Lograr que el elector, inundado por la emoción del odio y deseo de venganza, rechace al adversario y le vote a él; al enemigo del Mal. Una espectacular simplificación. Pero funciona. Por eso constituye una pérdida de tiempo contra-argumentar estas descalificaciones. Hacerlo lo único que logra es concederle legitimidad a lo que la vierte. Hacerle aparecer como alguien cuyas manifestaciones merecen un debate, una reflexión, etc., es darle la categoría, que no merece en absoluto, de competidor político.

Afortunadamente la práctica inexistencia de derecha y ultraderecha en nuestro país no plantea ningún riesgo de pérdidas de tiempo por entrar a contrarrestar sus improperios. Se supone que el resto de partidos y nuestros gobernantes serán conscientes de que ni siquiera merece la pena escucharles. Ni un minuto

En cualquier caso, y mas allá de afirmar la necesidad del desprecio, del silencio, que merece estás discursos exclusivamente agresores, habría plantearse hasta que extremo la razón democrática exige entrar en debates con determinados adversarios que, sin embargo, sí se presenten con argumentos en la confrontación

Se supone que la deliberación dirigida a profundizar la democracia –la democracia deliberativa– lo que pretende es que del discurso de las posiciones que se den en el debate deliberativo surja una propuesta que sea «superior» –una propuesta nueva, propia– y no solo la suma de las convicciones particulares de cada contendiente. Algo distinto construido entre varios y para todos. Pero la realidad es que determinados contendientes –desde luego la derecha y no digamos la ultraderecha– no están dispuesto a entrar en el proceso deliberativo que conduzca a esa calidad democrática superior. No lo están porque no renuncian en el debate a sus convicciones y opciones políticas centrales. Lo único que le interesa es que su interés concreto sea incorporado literalmente en la decisión final. En consecuencia, cuando oímos a gentes de buena fe alegar en favor de estos diálogos diciendo que favorecen a la democracia, habría que decirles que dependiendo de quiénes sean los contendientes. En muchas ocasiones, con contendientes de muy previsibles conductas resulta mas útil y justo abandonar la retorica sobre las virtudes democráticas de los debates y animarles a que sin mas manden por escrito su pretensiones. Y punto.

No es el caso, volviendo a nuestro particular escenario de la confluencia PNV-EH Bildu. Tanto por sus condiciones de partida como por sus estrategias y posiciones, PNV y EH Bildu pueden en la cuestión del Estatuto antes planteado, llevar a cabo un diálogo constructivo que logre una síntesis superior y por tanto democrática. Que así sea.

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