Mikel Arizaleta
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Sobre el decir honradamente lo que se piensa

Fue tomando una cerveza en Marienplatz de Munich cuando Harald Martenstein me habló de Monica Lierhaus. La ayer periodista deportiva, me comentó, hoy se halla minusválida. Se ha sometido a una operación cerebral y le ha resultado mal. De no haberse operado probablemente hubiera muerto.

En una entrevista ha manifestado que si pudiera dar marcha atrás hoy renunciaría a la operación. Es posible que hoy estuviera ya muerta, ¿o?  A lo que responde Monica Lierhaus: “Me da igual. De cualquier modo me habría ahorrado muchos sinsabores”.

Me comenta Harald Martenstein: cuando leo tal cosa, cuando un hombre, una mujer, habla honradamente, dice lo que piensa sin tapujo alguno, sé de antemano lo que va a ocurrir. ¿Algunos comentarios afables en internet? “Ella cuestiona la vida de personas minusválidas”.  “Da una mala imagen”. “Minusvalora la vida de los deficientes”. Y, naturalmente, no puede faltar ese comentario tan general que asoma con frecuencia en internet: “Es, sencillamente, una pobre infeliz”.

Si yo tuviera poder en algún periódico abriría una sección con el título “Defender a la gente”. Seguro que en cada edición habría  alguien a quien defender de estos comentarios malsanos, embadurnados de mierda, de estos: “Sencillamente, es una pobre infeliz”. Lierhaus habla sobre sí misma, habla de su desesperación en la que se halla, que es algo muy distinto a escribir un artículo piadoso sobre, qué sé yo, el día de la Iglesia. Yo, me comentaba el amigo Martenstein, no tengo ni idea qué es ser un minusválido en la vida. Pero seguro que no es una bella cosa. Supongo que se requiere ánimo, fuerza, optimismo…, y de esto nadie tiene suficiente. Cada uno es diferente. Un impedido odia la compasión mientras otro quiere que se le tome en  brazos y se le consuele, y ninguno de esos sentimientos me parece erróneo. ¿O acaso en el futuro debemos acomodar y acompasar nuestros sentimientos a una norma? Si cuando le preguntamos a alguien “¿cómo te va?” no pudiera contestarnos la verdad, si tuviera que mentir y decirnos “de puta madre, fantástico” cuando no es así, es que nos hallamos embadurnados de mendacidad social. Y caminamos en esa dirección. En la televisión con frecuencia se nos  invita a la tolerancia, pero no a esa tolerancia con los que, como Monica Lierhaus, dan la imagen “de una pobre infeliz”. Se ha borrado, eliminado, la frontera de la intimidad. No existe. La gente va al Big Brother y sube sus pornos privados a la red. Y eso es okai, pero si una mujer, como Monica Lierhaus, dice que preferiría haber muerto, entonces hay que leer de ella que se trata de “una pobre infeliz”.

Me cabreé al leer este comentario en la red, pero me consoló otro que decía: “Yo me pregunto de dónde nace este gran anhelo de prescribir y ordenar a los demás lo que tienen que decir y pensar. ¿Acaso no es condición necesaria para un discurso social que la gente exprese honrada y sinceramente su punto de vista personal sin preocuparse  si con ello socaba la liturgia de otras personas? ¿Realmente se puede desear que las opiniones divergentes no tengan cabida?”.

Yo me pregunto cómo se ha introducido ese demonio en nuestro mundo. Pero más bien creo que siempre estuvo aquí, y que se esconde y cobija en cada dictador, también en mí.  Muchas veces hacemos la pascua a la gente. A menudo utilizamos nuestra libertad para reprimir a los demás. ¡Triste realidad!

También yo en mis momentos más negros y aciagos pienso en la vuelta de la monarquía absoluta. ¡Y es que también yo soy, sencillamente, un pobre infeliz!

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