Josu Perea Letona
Sociólogo

Sobre identidades, con Catalunya de fondo

De la mano del progreso de la ciencia moderna, del triunfo de la tecnología, de los profundos cambios que esto ha producido en las relaciones económicas y sociales, se ha ido forjando un mundo en donde los individuos se sienten desamparados existencialmente, un mundo del qué no pueden escapar fácilmente. Carecen de las coberturas sociales que las sociedades premodernas les otorgaban. Han desaparecido aquellas solidaridades inmediatas de las familias con aquel arraigo y sentido de pertenencia, y han caído, también, aquellos grandes relatos emancipadores de la modernidad, lo que ha supuesto que hoy estemos inmersos en un proceso de incertidumbres.

Esta situación tiende a agravarse a causa de un sistema civilizatorio centrado en el crecimiento de un desarrollo materialista desbocado que fomenta la soledad del individuo en medio de una actividad frenética. Bajo el capitalismo, los vínculos entre las personas, están bajo la  tutela mercantil, dominados totalmente por el dinero. Las incursiones y los intentos de invasión que realiza el mercado en una sociedad como la nuestra, totalmente mercantilizada, para apropiarse de valores cívicos, de los compromisos morales de la sociedad, y del bien común, deja a los ciudadanos desprotegidos. Se ha producido, en definitiva, la desarticulación de las fuentes de identidad social del individuo.

Las dimensiones de la sociedad y del capitalismo ya no permiten vínculos fraternales, sino contractuales, y se aprecia una paulatina racionalización de las más variadas esferas de la vida, conducentes a lo que Jürgen Habermas denomina la colonización del mundo de la vida por parte de los sistemas. Estamos, por tanto, en una nueva etapa de la modernidad. Es la modernidad líquida de la que nos habla Bauman que señala cómo la identidad funciona como límite y motor de la socialización y muestra cómo las viejas lealtades y las asentadas creencias han pasado de la antigua solidez a un estado líquido que se amolda a cualquier necesidad planteada por el imperio del dinero. En su opinión, además, se ha creado una élite global desgajada de todo tipo de territorialidad. El poder de esta élite reside en su capacidad para eludir toda responsabilidad social.

Los grandes actores que articulaban la vida social, están profundamente debilitados y las identidades colectivas fracturadas por los profundos cambios existentes. Estas identidades demandan, precisan, nuevos arropes canalizadores de un nuevo espacio moral, claves a la hora de enfrentarse al nuevo escenario social. El ejercicio identitario establece el grupo de pertenencia desde una reciprocidad doble: la propia y la del conjunto. Solo de esa forma se puede entender cómo se forman las naciones, las clases, los grupos étnicos. Todas nacidas en base a un discurso que todo el mundo comprende más o menos por igual y por el cual todo el mundo se identifica y es identificado.

Por situarnos en un contexto concreto y cercano y haciendo una descripción de nuestra identidad, de la identidad vasca, o la catalana, vemos como éstas se muestran a través de sus propios sentimientos, de su lengua, de su vida ligada a la cultura que está arraigada y atrapada en sus orígenes. Esta retrospectiva se realiza desde una mirada creadora y generadora de ideología política. Pero la identidad, también la nuestra, contiene muchos más ingredientes que no solo tienen que ver con grandes y arraigadas corrientes culturales sino que también está constituida por otras subculturas que aportan valores, pensamientos y sentimientos. La identidad, es por tanto, la síntesis de los valores ya constituidos y de comportamientos transmitidos que irán forjando identidades constituyentes en un continuo proceso dialéctico. Estos subconjuntos pueden ser la clase social, la profesión, el género, el origen, las religiones en sus diferentes formas. El extranjero, el afuera, el otro, integra valores, integra su identidad, su estatus de inmigrante o de refugiado político y los cambios culturales que él ha vivido durante su estancia en el país de acogida.

Las comunidades humanas se vertebran como tales cuando se dotan de instituciones públicas políticas y articulan formas de intervención social, formas, por otro lado, que resultan enormemente complejas, heterogéneas y cambiantes. Todas las sociedades y comunidades, han tenido unos procesos de organización social llenos de valores y de normas legales y consuetudinarias, constituidas las más de las veces en forma de conflictos.

Existen dos descripciones de la identidad colectiva que a la vez forman parte de las dos dimensiones que tiene la sociedad. Es preciso considerar esas dos dimensiones para  diferenciar comunidad de sociedad. Según afirma Tönnies en su obra "Comunidad y sociedad", existen dos formas elementales de sociabilidad humana basadas en principios antitéticos: la comunidad, por un lado, y la sociedad y asociación, por otro. La primera brota de la naturaleza, nos dice, y es fuente de toda moralidad. «Su sustancia son los lazos primordiales clánicos, emocionales y afectivos que dimanan de las relaciones que llama de voluntad natural o esencial». En cambio la sociedad, basada en la voluntad arbitraria o racional, se caracteriza por las relaciones racionales, instrumentales, estratégicas y de cálculo. En ese marco descriptivo del que nos habla Tönnies, confrontan las dos dimensiones identitarias de Catalunya y España, que son el anverso y el reverso de cómo se constituye la identidad colectiva.

Con una crisis galopante de los Estados-nación, incapaces de articular la vida social, atrapados en la lógica totalizadora y unificadora del proceso de mundialización, es cuando emerge la Catalunya transgresora y reivindicativa que se revela ante un Estado en descomposición. Catalunya tiene la necesidad de encontrar sociabilidades alternativas que neutralicen los riesgos derivados de la erosión del contrato social que mantiene con España, y apunta una serie de propuestas y principios que desbrocen el camino hacia nuevas posibilidades democráticas.

Enfrente tiene a esa España rancia y casposa, de reminiscencia imperial, que tan bien se mueve en el fango del neoliberalismo y en el neoconservadurismo, que responde a cualquier reto transformador, anteponiendo, como siempre, en esta disyuntiva histórica, "España" a "democracia" Lo explica muy bien Santiago Alba Rico en "1-O: rememorizar España" ("Público" 13-9-17) cuando apunta hacia ese "cero histórico" de la España carpetovetónica que ha permitido reactivar significantes que la derecha, aupada en su éxtasis neoliberal, había dejado sueltos (como "patria") y al mismo tiempo plantear sin terremotos la cuestión tabú siempre pendiente, la que ha abocado a todos los atolladeros históricos y ha limitado una y otra vez la democracia: la "cuestión nacional", que no es la "cuestión catalana" ni la "cuestión vasca" sino la "cuestión española". Así sucede que Rajoy quiere convencer a los españoles que es la "democracia" y no "España" la que requisa urnas, encarcela a políticos, reprime a la ciudadanía, y aplica "155" medidas para salvaguardar el "orden democrático".

En esta encrucijada histórica aparecen algunos sectores de la izquierda (me temo que  demasiados y demasiadas veces) con simplificaciones teóricas del estilo "el nacionalismo burgués", una cierta izquierda, como señala Xavier Díez en "El discreto encanto del proletariado (o sobre el voto de Ciudadanos en Catalunya)" que se rebela contra los valores presuntamente pequeño burgueses de sus orígenes y que ve en las clases trabajadoras pureza y autenticidad, que cae en la trampa de los mitos, unos mitos tan poderosos que todavía hoy nublan la capacidad de entender la sociedad actual, que insisten, machaconamente, en aceptar «aquellas narraciones groseras del realismo socialista que habla del proletariado como referente moral».

Buena muestra de la altura moral, continúa Xavier Díez, de determinados personajes de esta izquierda, es verles caminar de la mano de aguerridos patriotas que dotados de banderas rojigualdas (algunas inconstitucionales) y al grito de guerra del «Yo soy español», se ha expresado en las manifestaciones organizadas por Sociedad Civil Catalana (el aparato civil del Vichy Català) donde se ha agredido a extranjeros o se ha aplaudido el cuartel de la Policía Nacional de Vía Laietana, uno de los lugares donde más se ha torturado de toda Europa.

Difícil, muy difícil se lo pone a Catalunya la España de La Armada Invencible a base de sostenella y no enmendalla. La España, aquella, en cuyos dominios no se ponía el sol, la España de más vale roja que rota de Calvo Sotelo. Esa España que rememora orgullosa derrota tras derrota victorias épicas, que no se anda con chiquitas, que es capaz de poner al osito (entiéndaseme a Catalunya) a cuatro patas. Piolines, tricornios, alguna cabra, mucha prensa pesebrera, y muchas togas, birretes y puñetas, no le van a faltar para tamaña cruzada.

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