Mikel Arizaleta
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Sobre la investigación de la pobreza y el nido familiar

Soy de la opinión de que en la paritaria Federación alemana de Beneficencia alguien debiera tomarse urgentemente unas vacaciones para despejar su cabeza. Hablo del o la responsable del informe sobre pobreza en 2014 (Armutsbericht 2014). Alza la voz el amigo Harald Martenstein desde Alemania, su Alemania del alma, y nos deja una reflexión en su pluma.

Hoy, que tanto se habla de la pobreza, que tantos son los que piden por la calle y duermen en pórticos de bancos e iglesias, hoy que se palpa tanta pobreza en colegios, entre niños, entre mayores, en hogares, en informes de Caritas, en datos de asistencia alimenticia, hoy que tan a menudo alzan la voz asistentes sociales denunciando marginalidad y carencia, hoy que la hambruna y la miseria se extienden por grandes capas de la sociedad y partes del mundo...

«Jamás se habría dado en Alemania tanta pobreza como hoy», ¡toma castaña! Esta frase es un puro disparate. Con seguridad que durante la guerra de los Treinta Años la pobreza y el descontento regional fue en Alemania bastante mayor. Al igual que en aquella hambruna invernal de 1946/47 o en tiempos de la crisis económica mundial la pobreza en Alemania fue de mayor calibre que la actual. Frases de esta calaña, que se difunden en los medios por periodistas sin comentario alguno me producen sonrojo de mi profesión; son frases que hasta a un chaval de 12 años le parecen ridículas. ¿Acaso quiere decirnos la Federación que la pobreza en Alemania es hoy mayor que hace cinco años? Quizá se pudiera estar de acuerdo, pero para ellos una afirmación de este tipo no tiene el suficiente realce y lo colorean con piceladas dramáticas tiñéndolas de negro.

Me tranquilicé al leer un ensayo sensato de Georg Cremer, secretario general de Caritas, sobre la pobreza en Alemania. También para él la frase de marras está fuera de lugar. En general, las estadísticas sobre la pobreza son  discutibles, porque es considerado «pobre» todo aquel que dispone de menos del 60% de la renta media. En un país superrico, en el que el promedio de la renta fuera de un millón de euros, quien ganase 590.000 euros sería considerado pobre. Es algo que ya se sabe. Pero casi me da un soponcio cuando leo en Cremer que mi hijo mayor, el hijo de mis entretelas, es un pobre dentro de la estadística alemana de pobreza.

Juro que el muchacho dispone de todo lo que necesita. En Alemania el umbral de la pobreza, para gente que vive sola, está en 900 euros al mes. Mi hijo estudia en otra ciudad y allí tiene alquilada su habitación. Le traspaso mensualmente menos de 900 euros. A efectos de la estadística de la pobreza él forma parte de ese inmenso ejército de millones de alemanes pobres. Y no es ninguna sátira, odio tener que escribir esta frase pero me resulta inevitable. Estudiantes con cuarto alquilado y con menos de 900 euros mensuales en Alemania forman parte de la estadística de pobreza, da igual de la pasta que dispongan sus padres. Si mi hijo viviera en casa y se contara nuestro ingreso común, pasaría en un instante de pobre a joven de clase media. Pero él prefiere una vida en penuria, independiente, estudiar en otra ciudad.

Un mayor presupuesto en cultura conduce a mayor número de estudiantes y, estadísticamente, a mayor pobreza; algo que para mí no es tan evidente. En Alemania se podría borrar de un plumazo una parte considerable de pobres, ¿cómo?,  prohibiendo a los estudiantes alquilar una habitación y que vivieran con sus padres, lo que se denomina la ley incubadora, permanecer en el nido. ¿Consecuencias? Sin duda, demostraciones masivas de padres.

Sé que en Alemania existe verdadera pobreza. Y sé también que una Federación de Beneficencia se alimenta de la pobreza, y no lo digo de manera peyorativa. Una Federación así hace mucho bien, pero también tiene interés y tiende a pintar la situación lo más lúgubremente posible.
Me imagino a la multinacional Volkswagen lanzando el siguiente mensaje: «En Alemania la gente tiene que comprar más VWs de lo contrario el país amenaza ruina».
Sin duda que desconfiaríamos del eslogan. Pues eso.

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