Asier Fernández de Truchuelo Ortiz de Larrea

¿Somos elefantes encadenados?

Si somos capaces de ver y entender que las estacas no son barreras infranqueables, tendremos la fuerza suficiente para arrancarlas. Así avanzar en el camino de la igualdad tanto social, como laboral y desde una perspectiva vasca, por que no decirlo, de libertad nacional.

Para responder a esta pregunta, creo interesante la lectura de la parábola de Jorge Bucay, "El elefante encadenado". Una reflexión de nuestra actitud frente a la libertad.

«Cuando yo era pequeño me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. Me llamaba especialmente la atención el elefante que, como más tarde supe, era también el animal preferido por otros niños.

Durante la función, la enorme bestia hacía gala de un peso, un tamaño y una fuerza descomunales... Pero después de su actuación y hasta poco antes de volver al escenario, el elefante siempre permanecía atado a una pequeña estaca clavada en el suelo con una cadena que aprisionaba una de sus patas.

Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en el suelo. Y, aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que un animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su fuerza, podría liberarse con facilidad de la estaca y huir. El misterio sigue pareciéndome evidente.

¿Qué lo sujeta entonces?

¿Por qué no huye?

Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los mayores. Pregunté entonces a un maestro, un padre o un tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado. Hice entonces la pregunta obvia: ‘Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan?’.

No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo, olvidé el misterio del elefante y la estaca, y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho esa pregunta alguna vez.

Hace algunos años, descubrí que, por suerte para mí, alguien había sido lo suficientemente sabio como para encontrar la respuesta:

El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño.

Cerré los ojos e imaginé al indefenso elefante recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que, en aquel momento, el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y, a pesar de sus esfuerzos, no lo consiguió, porque aquella estaca era demasiado dura para él.

Imaginé que se dormía agotado y que al día siguiente lo volvía a intentar, y al otro día, y al otro...

Hasta que, un día, un día terrible para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino.

Ese elefante enorme y poderoso que vemos en el circo no escapa porque, pobre, cree que no puede.

Tiene grabado el recuerdo de la impotencia que sintió poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese recuerdo. Jamás, jamás intentó volver a poner a prueba su fuerza...

Todos somos un poco como el elefante del circo: vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad. Vivimos pensando que ‘no podemos’ hacer montones de cosas, simplemente porque una vez, hace tiempo, cuando éramos pequeños, lo intentamos y no lo conseguimos. Hicimos entonces lo mismo que el elefante, y grabamos en nuestra memoria este mensaje: No puedo, no puedo y nunca podré. Hemos crecido llevando ese mensaje que nos impusimos a nosostros mismos y por eso nunca más volvimos a intentar liberarnos de la estaca. Cuando, a veces, sentimos los grilletes y hacemos sonar las cadenas, miramos de reojo la estaca y pensamos:

No puedo y nunca podré.»

Si somos capaces de ver y entender que las estacas no son barreras infranqueables, tendremos la fuerza suficiente para arrancarlas. Así avanzar en el camino de la igualdad tanto social, como laboral y desde una perspectiva vasca, por que no decirlo, de libertad nacional.

Por el contrario si caemos en la resignación, la sumisión, en definitiva perdemos nuestra dignidad. Aceptaremos con naturalidad la situación actual. Veremos como normales situaciones que no lo son, nos parecerá natural la pérdida paulatina y continuada de derechos y libertades. El aumento de las jornadas laborales, la reducción de los ingresos a cambio de la fuerza de trabajo ¿acaso llegará el día que veamos normal la vuelta de un sindicato vertical, el pensamiento único, la sumisión total al poder establecido y sus órganos de control?

Terminaremos como Stefan Zweig. Huyendo de la realidad, pero inevitablemente cayendo en sus redes hasta un fatídico final.

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