Olga Saratxaga Bouzas
Escritora

Sonajeros in memoriam

Ochenta y tres años son demasiados para reencontrarse con la madre. Lo mismo que los once de Lucía desvalidos para hacerse cargo de su hermano bebé...

Nada de lo que acontece en el ambiente (medio físico en el que interactuamos por imperativo psíquico) es ajeno a nuestra necesidad de intervenir y modificarlo, de igual manera que la comprensión del contexto histórico estaría falta de contenido sin la presencia de todas las variables que concurrieron en él. De la capacidad de implicación rigurosa que estemos en disposición de aportar al análisis de dicho contexto dependerá el grado de aproximación a su realidad.

Transcurría septiembre de 1936, tiempos difíciles para la justicia en el Estado español, a partir del golpe militar que el Alzamiento Nacional había protagonizado en julio contra la Segunda República: derechos conculcados, libertades envueltas en sangre que se derramaba en nombre del yugo y las flechas de Una, Grande y Libre.



Con Hitler y el Partido Nazi, en el poder alemán; el fascismo de Mussolini, en Italia; Blum, como líder del Frente Popular, en el Gobierno francés; sucesión de trono, en Gran Bretaña; Portugal, en manos de la dictadura de Oliveira Salazar…

Este era, en síntesis, el drama de la vieja Europa en pleno comienzo del totalitarismo franquista. Regímenes fascistas en ascenso e incipientes democracias en claro antagonismo dentro del período entreguerras, a pocos años del comienzo de la Segunda Guerra Mundial y el futuro Holocausto. La «verdadera España» liberándose a sí misma de los movimientos obreros y las ansias de autodeterminación en algunos de los territorios del Estado. La «verdadera España», en pugna frente a la «anti España», guiando el espíritu del 18 de julio como Santa Cruzada en defensa del honor de la Patria.



Ella se llamaba Catalina, no era referente, ni referencia, para el curso político mundial. Seguramente, ni tan siquiera en su localidad palentina. Bastante tendría con mantener ideales, a sabiendas de enemigos ideológicos dispuestos a delatarla, mientras su marido purgaba con cárcel sueños de libertad. Catalina tenía treinta y siete años, fue detenida el 24 de agosto llevando en brazos a su hijo de nueve meses y un sonajero en el bolsillo del delantal; asesinada por «sustitución»: pena de muerte consorte bajo la guadaña de Consejo de Guerra. Catalina Muñoz Arranz, enterrada en cal viva el 22 de septiembre de 1936, devuelta su memoria al pueblo el 22 de junio de 2019.

Girando la noria de la Historia, tras la inmersión en la máquina del tiempo –el presente se avecina de mal talante, en aptitud neofascista–, volvemos siempre al mismo punto de partida, común denominador de los crímenes de lesa humanidad: dictaduras vitalicias post mortem ejerciendo aún, a lo largo y ancho de la impunidad, bajo el arco de triunfo del consentimiento unívoco de los poderes seudodemocráticos.

Ochenta y tres años son demasiados para reencontrarse con la madre. Lo mismo que los once de Lucía desvalidos para hacerse cargo de su hermano bebé...

Martín y Lucía tienen, al menos, el relato público de cómo asesinaron a la suya.

Sin embargo, falta restituir las otras memorias para que la dignidad esté completa; nos deben ese todo que es mucho más que la suma de las partes. Ese todo que no será, hasta que haya una declaración firme, constitutiva de derecho, por la cual los herederos de los asesinos queden fuera de toda institución democrática. Entre tanto, bajo la tierra de los columpios del Parque de la Carcavilla, sonajeros in memoriam...

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