Orlando García
Militante de Sortu

Sortu y la Custodia Compartida

El debate sobre la Custodia Compartida podría haber representado en Sortu un gran eslabón de una cadena que nos hiciera avanzar hacia una democratización interna conducida por militantes renovados en comportamientos y actitudes, formados en el análisis, dispuestos a la sistematización de su trabajo militante, renuentes al seguidismo acrítico a la dirección y reacios, a su vez, al encasillamiento en prejuicios sociales y políticos propios de décadas pasadas. Es bien sabido que necesitamos remozar los temas sectoriales con una gruesa capa de realismo para conectarnos con una sociedad que avanza más rápidamente que nosotros y nosotras.

Y todo eso podría ocurrir sólo si los cambios que proyectaba el documento “Zutik Euskal Herria” se impulsaran en su versión no sólo táctica y estratégica, sino también organizativa, y desde la dirección hacia todo el tejido militante, porque ese es el sentido que garantiza el éxito del cambio en nuestro partido, nos guste reconocerlo o no.  

Sin embargo, la brisa renovadora sigue encajonada en la dirección, e independientemente de alambicados organigramas de funcionamiento, el suelo de nuestra casa sigue impregnado con el lastre de la prevención frente a la crítica interna, el miedo infundado a la disensión, -incluso en temas estrictamente sectoriales-, la tendencia al control obsesivo sobre las iniciativas de base y la verticalidad más evidente y tosca en la toma de decisiones. El ordeno y mando quizás haya cambiado de emisor, pero el estilo continúa.  

Se plasmó también en las ponencias del congreso fundacional de Sortu, donde hubo personas empeñadas hasta la terquedad en añadir más apellidos de los necesarios a la criatura. Independentista y socialista concitan unanimidad, aunque con variados y amplios matices. El resto de calificativos no hicieron sino provocar extrañeza en el bautizo y cierta resignación escénica. De aquellos polvos, estos lodos, suelen decir.

El mismo tono desabrido se percibió también en la fechas previas al debate sobre este tema cuando varios miembros de la dirección, en un alarde manipulador digno de otras tradiciones políticas, llegaron a afirmar públicamente que la ILP sobre Custodia Compartida presentada por Kidetza en el Parlamento vascongado pretende imponer la concesión de custodias a los condenados por violencia machista.

Quizás, el intento por condicionar a la militancia tomando partido por una de las posiciones mediante falsedades, puede eximir, en parte, a muchos otros y otras que, formando parte de dicho órgano de dirección o no, y a pesar de su silencio, no comparten las posturas del “lobby” que ejerce Bilgune en nuestro partido, un “lobby” que, como todos los que lo son, no ostenta representatividad nominal alguna, ni se puede calificar de “feminista” puesto que es tremendamente difícil serlo intentando, a la vez, adjudicar a la mujer separada el cuidado exclusivo y sistemático de la prole.  

La ILP incluye la flexibilidad necesaria para contemplar la inmensa mayoría de casuísticas que se pueden dar en los casos de separación, rechaza el rol machista de la madre al servicio permanente de los hijos y facilita la implicación de los padres, pero garantiza, a la vez, la custodia monoparental en los casos que el juez considere inadecuada o inconveniente la Compartida por una panoplia de motivos que no podemos enumerar aquí, pero que están en la mente de todos.

Sin embargo, en algunos bufetes de abogadas, donde sólo llegan los casos más descarnados de maltrato y violencia machista, se practica, -quizás inconscientemente- una extrapolación de ese micromundo de víctimas, esfuerzo y compromiso al conjunto de la sociedad de Euskal Herria. Esta identificación, inoculada tanto en las cúpulas de los partidos de izquierda como en la tan cuestionada Emakunde, constituye un error de raíz que, por reacción vehemente, tiende a elaborar un discurso sexista, abrupto y bélico alejado del objetivo de la igualdad de género para caer en la simple “conquista” de ventajas y/o privilegios para ella, vulnerando el derecho más elemental del agente más débil, que, en este caso, no es la mujer, sino los hijos e hijas. Quizás se les considere un daño colateral. “Conquista”, “avance”, “empoderamiento”. ¿Cuántas veces hemos tenido que oír estos términos?.

Y es que nos encontramos ante la defensa de un derecho básico reconocido internacionalmente en la Convención de Derechos del Niño, ante el cual, todos los demás argumentos palidecen y se convierten repentinamente en secundarios. Los artículos 5 y 18 obligan a los estados a “respetar el derecho del menor a mantener relaciones personales y contacto directo con ambos progenitores de modo regular e igualitario en situaciones de divorcio, salvo cuando excepcionalmente fuera contrario al interés del menor”.

Por tanto, los derechos del niño tienen especificidad propia, están claramente definidos por psicopedagogos y psiquiatras, deben ser defendidos por afectadas/os por este problema y por aquellos/as a los que no nos afecta y no coinciden con los de la madre, como tampoco coinciden con los del padre. Consisten, entre otros, en salvaguardar su relación con ambos y la custodia monoparental vulnera sistemáticamente estos derechos si se aplica con carácter general y preferente, como en la actualidad.  

Al final, e independientemente de cómo salga del parlamento vascongado el texto final de la ILP, fruto del “pasteleo” partidario, con el tiempo quedará la sensación de que ha sido la mayoría de la sociedad, a través de su representación política, la que ha aprobado una Custodia Compartida que goza del 82% de apoyo popular, según la última encuesta del Gobierno vascongado. Repito la cifra: 82%. Pocos asuntos concitan tanta unanimidad en nuestra sociedad.

Recordaremos con extrañeza que alguien se hubiera opuesto en su día y con cierto rubor que haya sido, precisamente, Sortu quien más lo hiciera. Lo único que induce a cierta tristeza es presenciar una torpeza más de la izquierda abertzale que habrá que incorporar a nuestro bagaje político.

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