Joxemari Olarra Agiriano
Militante de la izquierda abertzale

Suave y con cuidado

No deja de ser una pura incoherencia que para la obtención de una aparente fase de desescalamiento, que permita unas forzadas elecciones en julio, y obtener un gobierno que rompa la interinidad actual, el PNV apoye una prórroga del estado de alarma que erige al Gobierno español en mando único. Una ley que, como Urkullu expresa con sus lamentos, entierra al Gobierno de Lakua como un ente birria. Incoherente, pues utiliza lo rechazable para lograr su beneficio.

Huele a precampaña electoral forzada en fase de descompresión en apnea. Es decir, sin respirar y sin rechistar, con paradas a cada poco, pero que en este caso se antoja que van a tener una cierta velocidad que contradice la paciencia debida en un proceso que debe aplicarse, cuando se quiere surgir de unas peligrosas profundidades, sin que el oxígeno se vuelva en tu contra de manera letal. Dicho de otro modo, sin que la «normalidad» soñada tras una cuarentena que va camino de la centena, nos lamine y nos corone para más gloria del virus.

El gran gestor de tres de los territorios de Euskal Herria, ese partido invicto en JEL (jainkoa eta lege zaharra), pidió aire en el Parlamento español en ese preciso momento en el que el Gobierno de Sánchez boqueaba y logró que, a cambio de apoyar una prórroga de ese Estado de Alarma, ese mismo estado que tanto daño hace al concepto de autonomía y que lleva por la calle de la amargura al PNV, les concediera algo así como que la luna adelantara de su fase nueva a ser luna llena en menos de los días preceptivos por la astrofísica. Euskal Herria, gracias a las horas débiles del Gobierno español, pudo entrar en fase 1 sin que nadie se lo explicara y pudiera la ciudadanía vasca beberse unas cervezas en las terrazas solos, en compañía o en orfeón. Objetivo conseguido o, lo que es lo mismo, el desescalamiento estaba en marcha y con ello los motores de la economía pueden ronronear a plena potencia. Euskal Herria, en versión Urkullu, podía mirar al futuro de reojillo y, sobre todo, ya puede celebrarse una campaña y unas elecciones como los dioses que protegen los batzokis mandan. Con ello hemos llegado al momento en el que el lehendakari de algunos vascos ansiaba, hablar de unas posibles elecciones para que su oportunidad o no de llevarlas a cabo constituyan el meollo de la campaña. O sea, hacer la campaña al introducir como único debate, la celebración o no de las elecciones, sin conocer a ciencia cierta (científicamente) si serán posibles.

Cierto es que el Gobierno de Gasteiz maneja bien los argumentos que tiene a mano y la ETB, su ventana nacional. Por un lado, esgrime con fuerza entendible el panorama económico pospandémico que, sin duda, va a tener que ser superado con gran esfuerzo por una sociedad que todavía vive con la mayor sensación de irrealidad que le haya tocado vivir en siglos. Como segundo razonamiento, Urkullu se fija en la estabilidad y la gobernanza requerida al encontrarse la CAV con un Gobierno a la espera de elecciones.

No obstante a ser dos razonamientos de peso, el corona virus, como el verbo, habita entre nosotros y parece no querer irse. Y a pesar de la bola de cristal de Urkullu y del oráculo de Delfos-Sabin Etxea, con Andoni Ortuzar de casero, ningún científico, que son los que saben, puede vaticinar qué es lo que puede ocurrir en los meses venideros.

Sí se comprenden, por el contrario, los enormes e incontenibles deseos que desde el mundo de la economía, que nada saben ni quieren saber, mantienen en su fuero interno y externo por volver a llenarse los bolsillos y, por lo tanto, de ver a la clase trabajadora en sus puestos. Ansias inconfesables por acortar el periodo defensivo antipandemia y buscar la mejor situación de cara al futuro que hoy tan mal se plantea.

Es por ello que, con gran cuidado Urkullu y, por ende, Confebask, se ha abonado con aplicación visigoda al plan de desescalamiento que se preconiza desde Madrid, en aras de llegar, con cautela medida no se sabe cómo, a la mejor situación que cara a la economía puede depararse: la «inmunidad de rebaño».

Suave y con esmero, se lanza a la ciudadanía a los centros de trabajo, metros, autobuses, aviones, trenes, a los comercios, bares, restaurantes, etcétera, de tal manera que el contagio se mantenga dentro de unas coordenadas sostenibles, sin agobio sanitario, sin montoneras funerarias y sin que la sociedad deba superar el síncope epidémico de golpe y porrazo. Pero esto supone dar tiempo al tiempo hasta que un 70% de la población se «inmunice» a fuego lento o llegue un tratamiento eficaz o la vacuna.

No deja de ser una pura incoherencia que para la obtención de una aparente fase de desescalamiento, que permita unas forzadas elecciones en julio, y obtener un gobierno que rompa la interinidad actual, el PNV apoye una prórroga del estado de alarma que erige al Gobierno español en mando único. Una ley que, como Urkullu expresa con sus lamentos, entierra al Gobierno de Lakua como un ente birria. Incoherente, pues utiliza lo rechazable para lograr su beneficio.

Esperemos que la fórmula utilizada por Urkullu, para obtener una situación favorable a unas elecciones –fórmula muy desequilibrada que combina de modo desigual la osadía (valentía de los inconscientes) de someter a la población al riesgo de la infección, con la picajosa cautela de las restricciones incomprensibles– no nos lleve de vuelta a reconvertir Euskal Herria en la isla de Molokai.

Se nos plantea un futuro extraño, donde los mítines se llevarán a cabo sin público, como los partidos de fútbol, o con «numerus clausus», y los líderes taparán su boca con mascarillas, darán la mano a sus fieles enguatados con látex y su baño de multitudes se limitará a darse algún restregón con algún guardaespaldas.

El día de las elecciones, en fila india, metros por medio y ataviados como atracadores, los ciudadanos depositaran su voto y se irán, en cuadrilla, cumplido su deber, a tomarse unas cervezas al bar y quizás recuerden allí a aquellos que el coronavirus engulló.

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