José Ignacio Camiruaga Mieza

Ternura

Si buscamos la ternura perdida, es que le hemos perdido la pista, falta en nuestro tejido social, falta porque todo lo que tiene que ver con esta faceta del amor es necesario para el corazón humano y cuando no está, es como un día sin sol, sombrío, que trae tristeza. De hecho, si miramos a nuestro alrededor, pocas escenas de ternura llegan a nuestros ojos. El mundo parece escribir tramas diferentes, los seres humanos parecen preferir todo lo que es distante, diferente de la ternura.

Uno prefiere ser duro en lugar de tierno. Y, sin embargo, seguramente estamos hambrientos de ternura, en un mundo donde todo abunda somos pobres de este sentimiento que es como una caricia para nuestro corazón. Necesitamos estos pequeños gestos que nos hacen sentir bien... la ternura es un amor desinteresado y generoso, que no pide más que ser comprendido y apreciado...

Estamos hambrientos de ternura, de un sentimiento profundo de dulzura y afecto. La ternura yo la llamaría la caricia del amor. De ahí emana toda su nobleza y delicadeza. Es un sentimiento fino, pertenece a las personas sensibles, las que miran al corazón y entienden los silencios más que las palabras, las que prestan atención a las miradas y los gestos, miran al conjunto de una persona y captan los detalles. La ternura pertenece a quienes saben salir de sí mismos e ir hacia el otro, aprovechando el momento oportuno para hablar. La ternura es de quien sabe escuchar sin mirar el reloj o, peor aún, el móvil. La ternura pertenece a quienes creen que lo bueno y lo bello son todavía posibles, la ternura la poseen quienes son conscientes de la belleza de la creación, de lo que les rodea, pertenece a quienes buscan, sin cansarse, sacar lo bello y lo bueno de sí mismos y de los demás. Quien está habitado por la ternura es educado y sabe educar... Sabe sacar los talentos, los dones de los que le rodean... Sabe sacar la dulzura infinita que habita en cada ser humano. La ternura pertenece a los que viven maravillados, a los que saben apreciar al otro no considerándolo como un rival, sino como «terreno sagrado»... todo por conocer, descubrir y amar.

La ternura lucha contra el corazón duro... tiene un corazón de carne y sabe conmoverse ante un amanecer y un atardecer... que nunca son iguales, la ternura es de quien sabe enjugar las lágrimas de un amigo, pero también sabe ser bromista para hacerle reír a toda costa, sabe ponerse serio si el otro necesita consejo, una presencia que huele a fraternidad. La ternura sabe acariciar.

La belleza salvará al mundo, dice Dostoievski, la ternura, creo yo, lo preservará. La ternura es abofeteada, asesinada por la vulgaridad, por el amor cuando se vuelve posesivo y no deja respirar la libertad. A la ternura la mata la violencia, las frases que le quitan la dignidad al otro: «Tú no vales nada». Cuánto daño hacemos a veces a los niños con nuestras palabras. Hay quien dice que algunos trastornos mentales y de adaptación surgen del vacío de ternura que tuvimos de niños. La ternura hay que darla en abundancia. Un beso en la frente puede curar lo que las palabras no pueden.

¿Cuándo fue la última vez que cerramos la puerta a la ternura? Cuándo fue la última vez que acariciamos, bendecimos, es decir, dijimos bien del otro, cuándo fue la última vez que quisimos el bien del otro... fuimos benevolentes. La ternura combate y supera toda forma de chismorreo, de señalar con el dedo, de juzgar. La ternura es un matiz del amor, una imagen de los detalles, de la originalidad del otro, de su singularidad. Es curar las heridas, es todo lo que es bueno para el corazón. La ternura no ha pasado de moda, la ternura está injertada en la vida de todos... solo espera brotar. La ternura tranquiliza al otro y es capaz de decir: por favor, perdón, gracias... Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces, pero no hemos aprendido el arte de vivir como hermanos. Ternura es saber decir «te quiero» y más aún «cuidaré de ti». ¿No es hora de ir a la escuela de la ternura?

Bilatu