Tic-tac, tic-tac, tic-tac...
La realidad supera a la ficción y cuando todo parece indicar que ésta pandemia nuestra está en fase descendente otra amenaza de una gran destrucción nos acecha
Un grupo de científicos, entre ellos algunos premios Nobel, nos advierten de que vamos abocados al apocalipsis y que en el simbólico reloj del fin del mundo estamos a tan sólo cien segundos del gran desastre. Otros nos advierten que ya estamos en la sexta extinción masiva del planeta y Elon Musk, el Noé visionario del tercer milenio, proyecta su arca galáctica con la que perpetuar la especie humana allende de nuestros confines terrenales.
Es el sino del antropoceno: el hombre-mujer, la especie humana, como agentes activos de este proceso autodestructivo. Homo homini lupus est, el hombre es lobo del hombre, una sentencia reveladora que algunos atribuyen a Thomas Hobbes y otros a un comediógrafo latino, Plauto, unos 200 años A.C., osease, otro visionario. Guerras, pandemias, hambruna, migraciones masivas, catástrofes climáticas, agotamiento de recursos naturales... constituyen el pan nuestro de cada día contemplándolas con cierta indolencia como si de relatos distópicos, de películas de ciencia ficción o de videojuegos se trataran haciéndonos cada vez más difícil discernir la ficción de la realidad.Es más, nos da miedo la realidad y nos refugiamos en la ficción.
He tenido la fortuna de leer estos días una preciosa novela de ciencia ficción titulada "La tierra permanece" de George R. Stewart. Fue publicada en 1949 a la par que la icónica y visionaria obra de Orwell "1984" y sin tener la misma trascendencia que ésta no por ello es menos premonitora y de palpitante actualidad. Nos sitúa en un escenario pospandémico –el «Gran Desastre»– con una población mundial diezmada, al borde de la extinción por un virus letal pero que lejos de recrearse en la descripción de un sombrío y dantesco holocausto nos narra la experiencia vital, el viaje iniciático, de uno de sus supervivientes Ish –el último americano–, de su compañera Em –la madre de todas naciones–, de sus hijos, sus amigos, de su Tribu –los Primeros y los Otros– y de su inseparable martillo de minero como símbolo y tótem de liderazgo en un nuevo mundo.
Un relato que huye de disquisiciones metafísicas trascendentales, de conceptos grandilocuentes y desde un lenguaje sencillo, lírico, cuasi poético, y en algunos momentos dramático llevarnos a la reflexión junto a Ish sobre cuestiones que atañen a la vida misma en un estado de supervivencia y donde todos aquellos valores sobre los que se sustentaban la anterior civilización apenas sirven para nada: la educación, la religión, la justicia, el trabajo, la autoridad, el ecologismo, igualdad, libre albedrio...
Y su protagonista, un hombre sencillo, culto, la antítesis delos superhéroes a los que nos acostumbran, que con una visión de futuro se ve en la necesidad y en la obligación de actuar haciendo de la observación y la reflexión sus mejores armas de supervivencia para él y los suyos.
Pero la realidad supera a la ficción y cuando todo parece indicar que ésta pandemia nuestra está en fase descendente –que sin llegar al holocausto sí nos ha supuesto un severo golpe a la humanidad en su conjunto y en todas sus dimensiones– otra amenaza de una gran destrucción nos acecha, adelantándonos un segundo más siquiera el fatídico reloj de la apocalipsis.
Una eventual guerra en Ucrania ahora o más adelante tendrá consecuencias irreversibles no sólo en el continente europeo, sino también a nivel global, no nos engañemos. La paz es un arma de construcción masiva que junto a la libertad de los pueblos, su independencia y su solidaridad recíproca pueden ayudarnos, si no a parar el reloj sí al menos a hacer más digna nuestra limitada existencia.
Otros pequeños desastres más cercanos en el espacio nos producen desasosiego como es el hecho de observar cómo la mochufa fascistoide española –ese híbrido de tardofranquistas y trumpistas carpetovetónicos– saca músculo a costa de una izquierda española timorata y acomplejada adelantando valiosos segundos a su particular reloj del fin de sus días de legislatura. No es el fin del mundo, sin duda, pero sí un pasito más hacia el gran desastre. Franco arengaba a las masas diciendo: «españoles, ayer estábamos al borde del abismo y hoy hemos dado un paso al frente». Un viejo chiste que no pierde actualidad, lamentablemente.
Por cierto, George R. Stewart tomó el título de su novela de una frase del Eclesiastés que dice «el hombre va, el hombre viene pero la tierra permanece» pero perfectamente la podría haber escrito Carlos Marx, por poner un ejemplo.