Josu Perea Letona
Sociólogo

Ucrania (galgos o podencos)

Está desatado el hombre encargado de la diplomacia europea y se ha creído a pies juntillas aquello de que la agresión rusa plantea una amenaza crítica e inmediata a nuestros intereses y valores.

Estoy seguro de que escarbar y tratar de huir del maniqueísmo imperante, respecto de la invasión rusa de Ucrania (hecho unívoco) y la guerra que ha generado, es terreno complicado en un mundo donde las cuestiones políticas se analizan, se miran siempre con lentes económicas, estratégicas e ideológicas.

El complejísimo orden social, los comportamientos, las visiones y los valores del mundo convulso y contradictorio que vivimos nos tiene sumidos en la más absoluta incertidumbre. Tiempos en los que la verdad no existe porque está cuestionada por la percepción humana, por los sentimientos que mueven los comportamientos humanos, manejados por los canales de información «ideológica» con barra libre epistemológica en la que la verdad, como señalaba David Foster Wallace, es siempre cuestión de perspectiva y de programa.

Los canales de información en manos del poder, no permiten disensos, y como dice Bourdieu nos presentan una realidad, tal como es (no puede ser de otra forma), no caben disensos, estamos abocados, no solo, nos dice, al conformismo moral, sino al conformismo lógico, sin dejar ningún espacio para la contestación o para cualquier cuestionamiento que resquebraje mínimamente ese pensamiento.

Tiempos, por tanto, complejos para una izquierda melancólica, que donde mejor se expresa es en las recreaciones del imaginario revolucionario, carente como está de victorias (siquiera pírricas). Lo decía Rosa Luxemburgo en su último artículo, de enero de 1919: «La vía al socialismo está pavimentada de derrotas… En ellas hemos fundado nuestra experiencia, nuestros conocimientos, la fuerza y el idealismo que nos animan».

Todavía quedan rescoldos de la caída del Muro de Berlín de 1989, y de la restauración Urbi et orbe del capitalismo (El fin de la historia) y mucha melancolía. Enzo Traverso, en su obra "Melancolía de la izquierda", critica el discurso normativo actual, que presenta el régimen liberal y la economía de mercado como el orden natural del mundo, estigmatizando las utopías del siglo XX. Para este discurso dominante, la izquierda es culpable debido a sus vínculos con los compromisos subversivos del pasado. Debate que sigue presente, sujeto a controversias teóricas interminables, porque los resortes del poder real han sido asimilados por las élites financieras «Los ricos tocan la melodía y los políticos bailan» decía Bob Herbert.

En este desbarajuste ideológico aparece la invasión de Ucrania, como cebo perfecto, para desterrar de una vez por todas cualquier atisbo de resquebrajar el statu quo del capitalismo occidental frente a otro capitalismo con quien compite por la hegemonía económica y estratégica. Así lo ha visto Ucrania, espoleada por las potencias occidentales y por las lógicas mercantiles que hegemonizan el mundo y que han penetrado en la carne y en la sangre de los ciudadanos. Es el fundamentalismo de la ideología del free market (libre mercado) disfrazado de «democracia y libertad».

El politólogo Justin Vaïsse, en su obra "Neoconservadurismo. Biografía de un movimiento", se hace eco del discurso de George W. Bush del 26 de febrero de 2003, solo menos de un mes antes de la invasión de Irak, en el que señalaba como un dictador está construyendo y escondiendo armas que le podrían permitir dominar Oriente Medio e intimidar al mundo civilizado. Este mismo tirano tiene estrechos lazos con organizaciones terroristas y les puede suplir con las terribles herramientas que permitan amenazar a nuestro país y Estados Unidos no lo va a permitir.

El discurso de Bush, cuya intención era la de justificar una intervención inminente en Irak, estaba repleto de soflamas en favor de la libertad, la democracia y la defensa de su país y del mundo, con una intención clara de diseminar los valores democráticos a base de misiles, porque las naciones estables y democráticas no se alimentan de las ideologías basadas en la violencia, decía, sino que impulsan la obtención pacífica de una vida mejor. Creo que después se fumó un puro.

La historia desmonta cada uno de los argumentos de «El imperio benevolente» de Estados Unidos y sus satélites capitalistas. Justin Vaïsse que repasa los casos de Libia, Siria y Palestina, ya aclara lo que todos sabíamos. Saddam Hussein no amenazó al mundo ni con sus lazos con Al-Qaeda, que sabemos que fueron inexistentes, ni con sus armas de destrucción masiva… La estabilidad y democratización de Irak, que Bush comparó con la del Japón y Alemania (tras la Segunda Guerra Mundial), fue contra un país repleto de divisiones étnicas y religiosas.

Para justificar la intervención en Irak, para intervenir a sangre y fuego con el fin «loable» de salvaguardar los derechos humanos de la barbarie totalitaria, Leila AL-Shami escribió un artículo (27/04/18) que tituló "El «antiimperialismo» de los idiotas". En él señalaba como, una vez más, el movimiento «antiguerra» occidental se ha despertado para movilizarse en torno a Siria. El argumento era muy contundente a la hora de justificar la intervención, pues apelaba a la defensa intransigente de los Derechos Humanos frente a un régimen totalitario.

Su argumentario era muy extenso y prolijo en datos, destacando el hecho de que más de medio millón de sirios fueron asesinados desde 2011. La gran mayoría de las muertes de civiles, señalaba Leila AL-Shami, se han producido mediante el uso de armas convencionales y el 94% de estas víctimas fueron asesinadas por la alianza sirio-rusa-iraní, según su versión. Por supuesto, también le atizaba a la izquierda, a la que definía como autoritaria, en tanto que con su movimiento «antiguerra» extendía su apoyo al régimen de Assad en nombre del antiimperialismo.

Ahora bien, de la tan cacareada defensa del ataque a una nación soberana, en el caso de Siria o Irak, no decían ni pío, el argumento estaba disfrazado de ideológico. Todo forma parte de esa «Teoría democrática del dominio» que defiende la necesidad de transformar todas las dictaduras en democracias, asegurar la paz universal y acabar con todas las ideologías de la violencia y con el terrorismo. Teorías que nacen en las escuelas de pensamiento, desde los potentes Think Tanks de la extrema derecha norteamericana, como el American Enterprise Institute (AEI).

Estos días aparecía una noticia que atribuían a un documento del pentágono, en donde señalaban que China es el mayor desafío para la seguridad de Estados Unidos. China, decía ese presunto documento que desvelaba Antonio Fernández en el periódico de Marhuenda y Casals (…) «es el único competidor que tiene la intención de remodelar el orden internacional y, cada vez más, el poder para hacerlo», dijo el secretario de Defensa, Lloyd Austin, en el Pentágono. «A diferencia de China, Rusia no puede desafiar sistemáticamente a Estados Unidos a largo plazo».

Para explicarlo bien tenemos al jefe de la diplomacia europea, un tal Borrell, que define a Europa como un jardín rodeado de una jungla de amenazas, y que categóricamente advierte: «Un ataque nuclear contra Ucrania provocaría una respuesta tan poderosa que el Ejército ruso sería aniquilado». Está desatado el hombre encargado de la diplomacia europea y se ha creído a pies juntillas aquello de que la agresión rusa plantea una amenaza crítica e inmediata a nuestros intereses y valores.

Vuelvo a Ucrania para mostrar la gran falacia de esa moral ideológica que tiene a dos títeres, comediantes e histriónicos, interpretando un papel protagonista como muñecos de guiñol de unos poderes que están poniendo en peligro a los pueblos y a la humanidad que dicen defender. ¡La culpa es de Rusia!, nos gritan sin parar. No respeta la soberanía de Ucrania y tiene malignas veleidades imperialistas. Pero todo este «circo» montado en torno a esta desgraciada guerra, retransmitida en prime time, donde todas y todos nos hemos hecho especialistas en armamento, tácticas de guerra, informaciones de expertos militares (de coronel para arriba) informadores/as en primera línea de guerra, y grandilocuentes editoriales de prensa y TV que se olvidan, salvo raras excepciones (que las hay), del único corresponsal de guerra del Estado represaliado en esta guerra, detenido e incomunicado desde el 28 de febrero acusado de ser espía ruso.

Crisis energética, recesión, inflación (normal o subyacente), estanflación de corta o larga duración. Todo forma parte del lenguaje coloquial del que todos más o menos nos hemos hecho especialistas. Mientras tanto, son los pobres los auténticos perdedores de esta guerra, a la vez que los ricos aumentan obscenamente los beneficios. ¿Acaso pensamos que la solidaridad del capitalismo occidental (me refiero al institucional, al político) está impregnado de un altruismo a prueba de bomba «atómica»?

Ucrania es el señuelo para salvaguardar un capitalismo que no va a morir atrapado en sus propias contradicciones, porque se reinventa en un proceso dialéctico permanente. Es la idea del «mal infinito», porque el sistema capitalista, como señala Harvey, no para, tiene que expandirse. Estados Unidos, China, Rusia… luchan encarnizadamente para dominar el mundo, en tanto que nosotras y nosotros nos entretenemos, como en la fábula de Tomás de Iriarte de «los dos conejos» discutiendo si son galgos o podencos mientras a los ucranianos, a los rusos y a todas y todos nosotros nos matan a hambre y a hostias.

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