Josu Perea Letona
Sociólogo

Ucrania (Invasión-conflicto). Se vuelve a caer el muro

Cualquier sociedad que queramos construir existe más allá de nuestros deseos y nuestras utopías. Lo importante es cómo enlazar las nuevas resistencias que emergen.

Con demasiada frecuencia la cuestión ucraniana se plantea como un enfrentamiento: si Ucrania se une al este o al oeste. Pero para que Ucrania sobreviva y prospere, no debe ser puesto de avanzada de ninguno de los dos bandos contra el otro, sino que debe funcionar como un puente entre ellos. Rusia debe aceptar que intentar forzar a Ucrania a un estatus de satélite, y con ello desplazar de nuevo las fronteras de Rusia, condenaría a Moscú a repetir su historia de ciclos autocumplidos de presiones recíprocas con Europa y Estados Unidos.

Occidente debe comprender que, para Rusia, Ucrania nunca podrá ser un simple país extranjero. La historia rusa comenzó en lo que se llamó Kievan-Rus. La religión rusa se extendió desde allí. Ucrania forma parte de Rusia desde hace siglos, y sus historias estaban entrelazadas desde antes. Algunas de las batallas más importantes por la libertad de Rusia, empezando por la batalla de Poltava en 1709, se libraron en suelo ucraniano.

La Unión Europea debe reconocer que su dilación burocrática y la subordinación al elemento estratégico a la política interna en la negociación de la relación de Ucrania con Europa contribuyeron a convertir una negociación en una crisis.

(…) Ucrania no debería entrar en la OTAN, una posición que adopté hace siete años cuando se planteó por última vez.

Este preámbulo no forma parte de los conocimientos históricos, políticos, económicos y estratégicos de quien firma este artículo. Corresponden a un artículo publicado por Henry A. Kissinger, Secretario de Estado entre 1973 y 1977 escrito el 6 de marzo de 2014, "Cómo termina la crisis de Ucrania".

Viene esto a cuento con motivo de la invasión de Ucrania por parte de Rusia. Simpatías y fobias aparte, hay un alineamiento maniqueo entre posiciones antagónicas.La derecha no tiene ningún problema de alinearse al unísono con el Gran Manitú. Los medios informativos generalistas esparcen estiércol informativo, tertulianos boca chanclas (algunos miembros de prestigiosos think tank) aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, han elaborado un coctel en el que Hitler, Comunismo, Putin, Podemos, Bildu etarras, nacionalistas de todo tipo y pelaje, forman parte del gran contubernio al mando del Leviatán, que están prestos para destruir la democracia, la libertad, el mundo, con amenaza nuclear incluida (Putin dixit).

Es a la izquierda a quien la invasión de Rusia le genera incertidumbre y dolor. Primero, porque una vez más, como siempre ocurre, son los más pobres, las mujeres y los niños (en este caso los pobres ucranianos) los auténticos perdedores de esta y de todas las guerras que en el mundo haya. Una guerra construida sobre la base de espurios intereses geoestratégicos que se mueven en el tablero de ajedrez de las élites que dominan el mundo. Una guerra lanzada por el más tonto de los peones en esta infernal partida estratégica, con un Putin al que han insuflado de testosterona y al que es posible (si la cosa se complica) que terminen insuflando de polonio.

Todo esto es terreno propicio para enterrar de un plumazo aquellas utopías revolucionarias que trajo consigo la Revolución de Octubre que tantas esperanzas generaron para la emancipación de la humanidad.

Estamos atravesando una fase en la historia, en la que se ha desatado una crítica feroz, con un finalismo oportunista, hacia el comunismo y hacia aquel futuro feliz que la revolución soviética quiso determinar para transformar el mundo. El comunismo se ha convertido en el flanco más débil para los ataques de la derecha. Han creado el enemigo perfecto, es la «Pérfida Albión» para capitalismo. También existe una crítica desde sectores de la izquierda hacia algunos pacifistas (de izquierdas) que supuestamente han justificado su silencio sobre la intervención rusa tras el socorrido «no a la guerra» a los que acusan de promover el antiimperialismo de los idiotas. Se les reprocha, porque dicen que hacen converger con frecuencia al alt-right (derecha alternativa) y al alt-left (izquierda alternativa). Lo que nos faltaba.

Esta crisis nos ha enseñado que el dominio del capitalismo, no está, solamente, en su capacidad imperialista de dominio. La permanencia y el dominio del capitalismo se construye en la práctica cotidiana de las personas en esta sociedad. John Holloway, en su ensayo "Cambiar el mundo sin cambiar el poder", llama la atención sobre la importancia de criticar las teorías burguesas, pero también, y, sobre todo, hace una crítica al «nosotros» a la naturaleza burguesa, a nuestras propias suposiciones y categorías, o, más concretamente, hace una crítica a nuestra propia complicidad en la reproducción de las relaciones de poder capitalistas.

Los mitos y fetiches que hemos mantenido y que están presentes en nuestro imaginario revolucionario, hacen que nos preguntemos por qué las personas aceptan la miseria, la violencia y la explotación del capitalismo. Por eso nos movemos siempre entre la utopía y la distopía, por eso buscamos refugio ideológico en aquella Rusia que fue y que no es, (más bien todo lo contrario) y por eso el capitalismo se impone en el terreno ideológico como el summum de la civilización (el fin de la historia).

Es necesario buscar la manera de hacer frente a esa filosofía pesimista de la historia, y no es precisamente con Putin con quien tenemos que recorrer el camino que empuje a la rebelión. Tendremos que construir un futuro, haciendo abstracción de catecismos y fantasías revolucionarias y lo cierto es que está muy difícil. Hoy asistimos a la profunda crisis de legitimidad de las instituciones políticas en casi todo el mundo, que viven atenazadas por los poderes económicos y mediáticos.

Buena parte de la ideas-fuerza que produjo el movimiento revolucionario del mítico 68 han sido arrastrados por esa ola conservadora que recorre Europa y el mundo occidental, que nos tiene inmersos en una profunda crisis ideológica y política. El corte que se está produciendo entre las resistencias de los movimientos sociales y los valores que se están imponiendo en la sociedad, nos obliga a corregir el viejo discurso que forjó nuestro esqueleto ideológico, rompiendo con aquellos falsos mitos sobre los que se ha construido nuestro pensamiento, nuestra estrategia y la táctica política de aquella izquierda revolucionaria.

La modernidad, de la mano de la razón científica, inundó a la humanidad de la capacidad necesaria para transformar la historia, pero como bien señala Daniel Bernabé en su obra "La trampa de la diversidad" el proyecto del neoliberalismo fomentó, más si cabe, el individualismo de una clase media que hizo añicos la acción colectiva y que ha colonizado culturalmente a toda la sociedad. De esta manera, continúa Bernabé «hemos retrocedido a un tiempo premoderno donde las personas compiten en un mercado de especificidades para sentirse, más que realizadas, representadas».

El cuadro ideológico que surge, tras el vacío dejado por las grandes ideologías anteriores, no tienen aspiraciones tan determinantes como las que tenía el marxismo. Son ideologías más abiertas y fluidas que no pretenden constituir una ideología integral. Estas ideologías, como analiza Eugenio del Río, siguen manifestando anhelos de transformación social profunda y a gran escala, pero «las ideas alternativas en este plano, están encontrando notables dificultades para abrirse paso».

La izquierda siempre ha formado parte de ese mundo ideológico ¿verdadero? que ha dado sentido a nuestra vida, que por «verdadera y científica» hace que veamos el mundo con unas lentes ideológicas que acaparan todo el pensamiento; desde la concepción de la historia, hasta la política, atravesando la economía, el feminismo, la lucha social, la filosofía. Es el Materialismo dialéctico, el materialismo científico, y más allá ¿qué hay más allá?

Es imposible, decía, André Gorz, que el ser social integre todas las dimensiones de la existencia individual, porque esta individualidad no es íntegramente socializable, porque ésta comporta parcelas esencialmente secretas, íntimas, inmediatas, que escapan a toda la posibilidad de colectivización. Cualquier sociedad que queramos construir existe más allá de nuestros deseos y nuestras utopías. Lo importante es cómo enlazar las nuevas resistencias que emergen. Otro mundo surgirá cuando seamos capaces de articular la multiplicidad de los cambios surgidos en lo más profundo de la sociedad, para lo que necesitamos adaptarnos a los nuevos conceptos y a los nuevos marcos de pensamiento y de acción que se abren en la sociedad.

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