Libe Villa Basterretxea
Profesora de Lengua castellana y Literatura

Un año más, selectividad diglósica

Un año más el suplicio de la Selectividad nos agobia a todos: alumnos, profesores y madres y padres. Un año más, los apuros para alcanzar la nota deseada que permita a los alumnos acceder a la carrera deseada; un año más, el agobio que nos inunda a los profesores cuando llegan las notas de nuestra asignatura. ¿Cuándo acabará esta pesadilla?

Tal vez el próximo año sea el último, pero nada nos hace presagiar que el cambio que traerá la LOMCE vaya a ser para mejor. Mucho se ha criticado ya sobre este método de selección, y no voy a alargarme en lo obvio. Solo quiero poner en el debate un tema que me preocupa doblemente, como profesora de Lengua castellana y literatura, y también como euskaldun y euskaltzale, y es la diglosia insuperable año tras año entre el examen de euskera y el de castellano. No se trata ni mucho menos de enfrentar las dos lenguas, sino de sincerarnos con la realidad, una realidad que no es de bilingüismo, sino de diglosia; pero una diglosia asentada cómodamente en los estamentos educativos, como lo demuestra el examen de Selectividad.

La principal diferencia que existe entre bilingüismo y diglosia es a nivel de estatus sociocultural, considerando bilingüismo como la convivencia de dos lenguas en un mismo territorio, sin existencia de predominio de una sobre la otra, siendo ambas igualmente valoradas. En contraposición, el término diglosia sería la convivencia de dos lenguas en un mismo territorio pero, en este caso, siendo una de ellas predominante sobre la otra, adquiriendo mayor prestigio y rango para asuntos de carácter oficial, quedando relegada la otra lengua a un uso familiar y cotidiano.

Los diferentes modelos lingüísticos educativos fueron diseñados para corregir en gran medida la clara diglosia que por motivos histórico-culturales arrastraba el euskera frente al castellano. Opino que sería adecuado, después de varias décadas, volver a revisar este tema y establecer nuevos diseños que nos hagan avanzar en el logro de un sano bilingüismo (e incluso trilingüismo), pero ese es otro tema.

Mi reflexión va sobre las pruebas de selectividad tan dispares, tan desequilibradas entre un idioma y otro. Los exámenes son sangrantemente distintos. Comparativamente hablando, en Lengua castellana tienen que resolver cuestiones de gramática, lingüística textual y literatura aplicadas al texto, mientras que en el examen de Euskera –de estructura y nivel similar al examen de inglés– las cuestiones están centradas en la comprensión del texto y de una forma que requieren poca redacción (preguntas cortas y concretas, o elegir la mejor opción entre varias dadas). Para decirlo claramente, los 10 puntos del examen de Lengua castellana los tienen que sudar a base de bien “redactando todas las preguntas”, que versan sobre cuestiones lingüísticas y literarias de cierto nivel; y, por el contrario, en el examen de euskera, de 10 puntos, solo 6 dependen de respuestas en las que hay que redactar y corresponden casi íntegramente a la redacción de opinión personal sobre uno de los temas planteados en el texto. Y a estas alturas, a nadie se nos escapa que donde más dificultades tienen los jóvenes hoy día es en la escritura, en la expresión y desarrollo de ideas y conceptos de forma coherente y cohesionada.

Ante este desequilibrio surgen varias preguntas: ¿por qué una alumna de Lekeitio o de cualquier otra parte del territorio de la CAV de modelo D tiene que hacer una prueba de Lengua castellana que le exige un dominio y un conocimiento mucho más elevado que el nivel exigido en la prueba de Euskera? ¿Por qué el modelo de examen de Lengua vasca tiene que ser equilibrado, ajustado y no discriminatorio para los alumnos cuya lengua materna y entorno social no es euskaldun -aun siendo de modelo D- y, sin embargo, esa regla no funciona al revés? ¿Por qué para los y las alumnas de entornos mayoritariamente euskaldunes no se hace también una prueba de Lengua castellana ajustada a su propia situación lingüística? En definitiva, ¿por qué el nivel de exigencia es mayor en el examen de castellano que en el de euskera, máxime si en la mayoría de los casos son alumnos de modelo D, cuya lengua vehicular y académica es el euskera?

Convengamos en que este desequilibrio puede ser válido (¿hasta qué punto?, ¿hasta cuándo?) para comunidades sociolingüísticas en las que el euskera no acaba de alcanzar el rango deseado. Pero si eso es lícito, ¿por qué no lo es al revés? ¿Por qué los alumnos cuya primera lengua (L1) es el euskera no pueden tener una prueba diferente de Lengua castellana tipo L2, más asequible y sin exigencia de tantos conocimientos lingüísticos, gramaticales y literarios? Se me ocurren varias soluciones. La radical superior sería exigir un C2 o máximo nivel en ambas lenguas; la radical inferior, un B2 para ambas, y la última, una opción personalizada en función de las características sociolingüísticas del centro o del alumno.

Al margen de soluciones disparatadas, lo que, a mi juicio, demuestran estas pruebas de máximo rango oficial es que el castellano tiene un tratamiento de lengua “superior” en el que se plantean cuestiones de mayor nivel académico, frente al tratamiento del euskera como una L2 (lengua extranjera). Y esto, lo llamen como lo llamen, es diglosia pura y dura, y oculta en el fondo un desprecio por el euskera. Soy consciente de que el tema es espinoso, de que tal vez no merezca la pena ni planteárnoslo porque a partir del 2016 vendrán otro tipo de exámenes; también porque al final entre un examen y otro la cosa se acaba equilibrando. Pero como profesora de lengua castellana, después de todo un año de dura pelea con mis chicas y chicos para que alcancen un nivel digno en una lengua que para ellos es claramente la segunda, ver los resultados tan mediocres me hunde en el desánimo. También porque es cuestión de décimas que unos y otras lleguen o no a la ansiada nota que les da paso a los estudios que quieren. Pero sobre todo porque creo que es una cuestión de dignidad para con nuestra lengua más antigua, el euskera.

En cualquier caso, venga lo que venga después, creo que es urgente en educación abordar con mayor rigor y equilibrio tanto los modelos lingüísticos, como las destrezas y conocimientos lingüísticos que deben ser garantizados al finalizar el bachillerato.

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