Aster Navas
Director de Burdinibarra BHI

Un curso emocionante

Pensemos sí, como comunidad educativa, mientras preparamos las mochilas y comprobamos que funcionan las pizarras digitales, en algo que hayamos «aprendido» realmente.

Hay una frase de Bernard Shaw –«desde muy niño tuve que abandonar mi educación para ir a la escuela»– que siempre me viene a la cabeza al llegar setiembre y dar comienzo el curso escolar.

Resulta muy significativo que volver al aula nos resulte tan duro, que «aprender» pueda resultar en ocasiones una actividad aburrida e incluso aborrecible: son muchas la clases en que estamos deseando –también los docentes– que suene el timbre, son demasiadas las sesiones que se hacen interminables o insufribles. Por enfocarlo de una manera más distendida podríamos recordar un audio –"Demolition call"– que se hizo viral especialmente entre el profesorado y en el en que una niña de primaria pedía a una empresa de derribos presupuesto para hacer desaparecer su escuela. Aún se puede encontrar en Youtube.

Pensemos, para buscar el motivo, en algo que hayamos, realmente, «aprendido». No, no me refiero al sintagma nominal ni a los phrasal verbs. Estoy hablando de nadar, montar en bicicleta, silbar... Ese aprendizaje tiene un fuerte componente emocional, lúdico, relacional; queda grabado en todas nuestras memorias, incluida la muscular. En él tiene un enorme valor pedagógico el error. En fin, poco o nada que ver, en muchas ocasiones, con lo que ha ocurrido y ocurre en la educación reglada.

Dice Francisco Mora en "Neuroeducación" que «el cerebro sólo aprende si hay emoción». Está claro que la hemos perdido porque lo que debería ser un «emocionante» (emotio: motor, motriz, motivación) y jubiloso proceso de adquisición de competencias y habilidades no resulta atractivo y se acaba transformando en una tortura.

Y les cuento todo esto porque hace un par de semanas he descubierto gracias a la web "Más capaces" de López Garzón, un enfoque didáctico que, después de 35 años a pie de aula, me ha vuelto –y era, créanme, difícil– a ilusionar; se trata de la «pedagogía de la fascinación» y consiste en devolver al alumnado la pasión por aprender, investigar y crear. Tras un acertado análisis de cómo funciona la escuela tradicional –la reiteración incesante de contenidos y destrezas sobre los que se van profundizando sistemática y tediosamente– nos muestra la alternativa que ya han puesto en marcha numerosos docentes (por tomar alguna referencia deberíamos citar a Juan Cruz Barranco o Javier Mateos). A ese carro tan motivador se suman plataformas como Ingenia o Creatopía y ya hay centros, especialmente en Aragón, cuyos claustros se coordinan «generando emociones que enciendan la curiosidad». Lo consiguen por un lado con un cambio en la gestión de los contenidos del currículo y, por otro, con una actualización del proceso de enseñanza-aprendizaje (metodología, entorno y evaluación) que apuesta por los proyectos y el aprendizaje entre iguales.

Algunos botones como muestra, varias unidades didácticas que podemos encontrar redactadas en un tono divulgativo en la Red: "Señor Sudoku" de Pilar Andrés Vitores, "Pandemia" del departamento de Lengua del Colegio Público Calixto Ariño, "Un viaje a la luna" de Victoria Escartín, "Jardín de ideas" de Pilar Perla. Muy recomendable porque sigue la misma estrategia una página que es una propuesta interdisciplinar apasionante: "Educ-arte" de Chema Tejadas.

Pensemos sí, como comunidad educativa, mientras preparamos las mochilas y comprobamos que funcionan las pizarras digitales, en algo que hayamos «aprendido» realmente.

Porque este curso tenemos que volver a emocionarnos. Es urgente.

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