Iñaki Egaña
Historia

Un imaginario de fábula

Sant Esteve de les Roures ha entrado en la categoría eterna, por una puerta lateral bien es cierto, tras un informe hecho por la Benemérita. Una categoría que le equipara a Macondo.

La fabulación del pasado y del presente es un tema recurrente en la literatura, es la propia esencia de cuentos y novelas. Los escenarios ficticios de Yoknapatawpha, Obaba, Caramablú o Macondo se convirtieron en universales y han traspasado la gruesa línea que nos separa la ficción de la realidad. El recorrido ha sido de ida y vuelta, escenarios inexistentes que cobraron vida. Al contrario, poblados prósperos que se mudaron en espectros, en fantasmas.

Un poco de todo. Según la prensa española, la Guardia Civil presentó recientemente al Tribunal Supremo español un informe que documenta 315 actos de violencia «relacionados con el Proceso (catalán) y que han tenido lugar entre el 1 de septiembre y el 8 de noviembre». La localidad de Sant Esteve de les Roures, según certificaron los agentes, convocó los actos de mayor violencia.

Dicen que la curiosidad es la madre de la ciencia. No es éste un artículo académico sino una simple reflexión. Pero alertado por mi desconocimiento y también por la curiosidad, extendí el “Google maps” en mi ordenador y tecleé el nombre de la localidad de los supuestos vecinos violentos. La respuesta me llegó de inmediato: «Sant Esteve de les Roures no se ha encontrado en Maps. Comprueba que la búsqueda esté bien escrita». Repetí la misma en otros motores, desplegué la búsqueda a todos los rincones del planeta, desde la Patagonia hasta Kamchatka, desde la barriada ceutí de El Príncipe hasta Finisterre, al borde del Atlántico, y el resultado fue el mismo. Negativo.

¿Qué valor puede tener una acusación de semejante calibre hacia una población que ni existe? La imaginación cabalga veloz a lomos de un caballo excitado. Se me ocurren más de una decena de respuestas. Los protagonistas acusados ya han sido estigmatizados, pero sin escenario delictivo, la sensación general se traslada al conjunto de los catalanes. Catalunya es un pueblo violento, especialmente esa zona rural que no aparece siquiera en los atlas escolares. Están a años luz de la civilización, como lo estaban los guaraníes cristianizados en Misiones.

Recuerdo, no tanto por mi condición biológica sino por la lectora, que en aquellos nefastos años de las confrontaciones dinásticas, me refiero a las carlistas, los acomplejados centralistas nos llamaban a los vascos «cavernícolas», una expresión que se extendió a editoriales y foros parlamentarios. Para degradar al contrario, no hay nada mejor, al parecer, que enviarlo al túnel del tiempo, y convertirlo en una especie de superviviente del Neandertal.

Sant Esteve de les Roures ha entrado en la categoría eterna, por una puerta lateral bien es cierto, tras un informe hecho por la Benemérita. Una categoría que le equipara a Macondo, por no repetir otros escenarios ya citados, donde la ficción se desliza entre las brumas de un ambiente detalladamente diseñado. Donde el coronel Aureliano Buendía, hijo de Úrsula Iguarán y de José Arcadio Buendia, se hizo humano por obra y gracia de la pluma de Gabriel García Márquez. Pueden deslizar los suplentes de los Buendía con apellidos como Puigdemont, Junqueras o Gabriel.

Superada la estupefacción inicial, la siguiente cuestión que se me planteaba tenía que ver con la credibilidad de estos informes, auspiciados por una parte que para reivindicar la paridad salarial tiene que hacer gala de la más extrema españolidad, como si ese hecho fuera fundamental en la exigencia. De nuevo la acomplejada idea de «los extranjeros (Ertzaintza, Mossos), ganan más que los patrios». Intolerable.

No quiero perderme sin embargo en esa decena de lecturas a posteriori de una localidad inexistente en la que se ejercita una violencia extrema. En la falsedad del escenario. Porque la historia en sí misma, y la intención que oculta en su redacción literaria convertida en peritaje, ha sido repetida tantas veces que ya aburre.

Se trata, simplemente, de esa línea de trabajo asentada entre las fauces del Gobierno español que lo convierte en parte de su naturaleza: la construcción del enemigo. Y en esa fabulación, los poderes españoles han sido maestros y han tenido una continuidad histórica extraordinaria. Desde los tiempos de Don Pelayo y el Cid Campeador hasta los del aún hoy desconocido «M. Rajoy». ¿Quién será semejante truhán?

La mentira suprema de esa construcción que animó a Aznar a apoyar a Blair y Bush para desequilibrar el Medio Oriente y por tanto el planeta (¿cuántos millones de víctimas directas, indirectas y colaterales han sumado las ONG desde entonces?) fue la de las «armas de destrucción masiva» que ocultaba Iraq antes de su invasión. Una falsa justificación para avalar la invasión, el saqueo y el redireccionamiento de los flujos económicos en una única dirección.   
En la cercanía, hace poco superamos el décimo aniversario del macrojuicio 18/98. Decenas de militantes de la izquierda abertzale, juzgados y condenados por pertenencia a «banda armada». Entonces hubo otra intervención policial, nuevamente peritaje, esclarecedora: «No es cosa nuestra investigar qué han hecho. Nosotros sabemos que son miembros de ETA y aunque no podamos probar qué función han realizado, ello no quiere decir que no lo hayan hecho». Oihana Llorente lo expresó a la perfección en GARA: «Se ha invertido la carga de la prueba. La Policía da por sentado que los acusados pertenecen a ETA y estos se ven abocados a demostrar que no lo son».

Algo similar está ocurriendo en Catalunya. El violento, más de mil heridos en las cargas del primero de octubre del año pasado en la celebración del referéndum, acusa al agredido de serlo. Inversión de papeles. Y para ello va construyendo un imaginario que es el que permite al juez hacer una serie de actuaciones políticas, y a parte de la sociedad española aspirar y contaminarse de ese relato distorsionado.   

Los judíos fueron detenidos y gaseados porque robaban el dinero a los alemanes arios y los médicos del régimen pudieron comprobar científicamente que su raza estaba plagada de impurezas. Los golpistas militares de 1936 lo hicieron por «deber» ante el peligro de que España cayera en manos de comunistas de cuernos y rabo, la «conspiración rojo-separatista». La virgen de Ezkio no tuvo más remedio que expresarse directamente porque los valores de la Iglesia estaban en juego. La tortura en Intxaurrondo era necesaria para salvar vidas humanas. Construcciones de relato para justificar lo que la verdad sería incapaz de sostener.

Durante décadas hemos tenido que soportar el insulto de que Gernika había sido quemada por las fuerzas vascas republicanas. Hemos asistido perplejos a crónicas que señalaban que ETA era una rama del KGB, los servicios secretos de la Unión Soviética, por autores que, medio siglo después, se convierten, también sorprendentemente, en fuentes del Gobierno Vasco para su informes de derechos humanos (Para evitar la percepción de escribir entre líneas, añado que me refiero al «periodista» Alfredo Semprún, citado 48 veces como fuente en “Derechos Humanos. Informes monográficos y estudios de caso. 2”. Informe por cierto de 46 páginas).

La construcción del escenario inexistente de Sant Esteve de les Roures entra dentro de la misma lógica que la del de Endarlatsa para ubicar el cuerpo de Mikel Zabalza. Nadie duda de dónde murió el joven navarro. No precisamente en Endarlatsa. Pero entonces, ese escenario en el que confluyen las tierras de Nafarroa, Lapurdi y Gipuzkoa, traspasó la franja entre la ficción y la realidad, para tomar carta de vecindad. El mensaje que transmiten dice que el monopolio de la violencia corresponde exclusivamente al Estado.

El quid de estos informes está en dar fortaleza a ese relato contaminado. De esa forma, el imaginario creado, el enemigo (vasco o catalán), seguirá teniendo vigencia no solo para mantener un estatus, sino también para intentar disgregar al grupo, romper la alianza soberanista y esa acumulación de fuerzas que quiere cambiar el contexto. Viejos métodos para nuevos escenarios.

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