Raúl Zibechi
Periodista

Un mes de paro y de creatividad colectiva en Colombia

Tanto los puntos de resistencia como los espacios controlados por los pueblos originarios, negros y campesinos, son espacios de vida, de diversidad y de intercambio entre generaciones y colores de piel diferentes. Encarnan un programa político que enfrenta la propuesta de muerte y violencia que enseñan las clases dominantes y los cuerpos armados.

Sorprende la vitalidad de una sociedad que puede mantener durante más de un mes, 35 días este domingo, un elevado nivel de movilización, con marchas diarias, puntos permanentes de bloqueos y cortes de rutas, con altos niveles de paralización de la actividad y del transporte, mientras soporta una feroz represión del aparato policial.

Recordemos que la paralización fue convocada por un Comité de Paro integrado por tres centrales sindicales, dos confederaciones de pensionistas, la federación de trabajadores de la educación, camioneros y productores agropecuarios. Como ya había sucedido en noviembre de 2019 cuando el comité convocó una jornada de paro, los jóvenes desbordaron completamente la convocatoria, se adueñaron de la protesta con presencia masiva y forzaron por la vía de los hechos a los sindicatos a mantener el paro por tiempo indefinido.

Aunque la represión ha sido y sigue siendo desproporcionada, con más de cincuenta muertos, cientos de heridos, más de mil detenidos y una cantidad importante de desaparecidos, quisiera centrarme en las características de la protesta más que en la actitud infame de los cuerpos policiales. Se reprime la potencia del movimiento, su capacidad de desbordar tanto a los convocantes como al propio Estado colombiano.

El primer aspecto que me parece necesario destacar es la masiva participación de jóvenes de todos los sectores, pero en particular de los barrios populares y periféricos que habitualmente no participan en acciones colectivas. Ellos y ellas le están dando características propias al movimiento, en el que se superponen las más variadas expresiones culturales, desde las performances con música y danzas hasta las marchas con bicicletas, coloridas, frescas, para nada acartonadas.

La segunda cuestión es la diversidad de sectores movilizados: indígenas, estudiantes, comunidades negras, campesinos, mujeres, LGTBI, centrales obreras, trabajadores informales, juntas de acción comunal, desempleados y las juventudes barriales de las ciudades. Además de artistas que ofrecen recitales y demostraciones, se pudieron ver grupos de monjas, diversas tribus urbanas y barras del fútbol que en la vida «normal» se odian y ahora resisten juntas la represión.

Esta enorme diversidad le ha dado a la movilización un clima de «festividad comunitaria», como enfatizan algunos miembros del colectivo Kavilando de Medellín, con los cuales estamos trabajando el seguimiento del paro. Mientras en las tardes arrecian las manifestaciones, por las noches se registra un repliegue en los barrios y parques donde se realizan actividades artísticas. Pero la diversidad implica también diferentes formas de organización: desde la Primera Línea que cuida las concentraciones hasta las comisiones de alimentación, refrigeración y sanidad en las que suelen participar personas mayores, muchas veces las madres y familiares de los jóvenes.

La tercera cuestión es que luego de más de un mes de movilización permanente, se mantiene la tendencia de que no existe «ni unidad de manido ni unificación», lo que está permitiendo un despliegue de creatividad y energías poco comunes o, por lo menos, infrecuentes cuando se trata de movimientos rígidamente encuadrados por organizaciones verticales y centralizadas que las y los jóvenes rechazan. Sin embargo, no rechazan la organización.

Quiero detenerme en dos aspectos que muestran estilos diversos en el marco del paro. La primera es la Minga Nacional Social, Popular y Comunitaria que se autodefine como «ejercicio de articulación y trabajo en conjunto, (que) nos ha permitido encontrarnos para reconocernos, construir confianzas y de manera colectiva identificar nuestros sueños, derechos y necesidades», dice un documento difundido a fines de mayo.

En rigor, la Minga (trabajo comunitario) no es una organización sino el fruto de la fuerza del movimiento indígena del Cauca y de los aliados que ha ido tejiendo desde la gran Minga de 2008 que llegó a Bogotá y que se repitió cada vez que fue necesario. La Minga lleva un mes cortando la Panamericana, la principal vía de comunicación de Colombia, por la que pasa buena parte del comercio interior y exterior, con masiva presencia indígena y campesina.

Uno de los grupos más sólidos de la Minga es la Guardia Indígena, que sostiene todas las actividades del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC) y fue llamada por los jóvenes de Cali en su apoyo ante la brutalidad de represión en esa ciudad. En esta ciudad la represión policial y parapolicial (vecinos armados y protegidos por la Policía) buscó impedir la insurrección en marcha.

Los diez pueblos originarios del Cauca combinan la Minga Hacia Adentro que iniciaron al comienzo de la pandemia para fortalecer la vida comunitaria, con la Minga Hacia Afuera que implica el despliegue hacia otros territorios y que incluye desde la llegada a las ciudades hasta los cortes de rutas.

El agrupamiento urbanos más importante son las «primeras líneas» que en Cali instalaron decenas de «puntos de resistencia» en los que «de forma autónoma se han desarrollado asambleas populares» como recoge el documento «Unión de Resistencia de Cali, Primera Línea somos todos» (URC).

El mencionado documento enfatiza que se trata de una «articulación horizontal», que «abre espacios, para y con la comunidad, de arte, cultura, deporte, lectura, escritura y oralidad anclada a procesos pedagógicos para niños, jóvenes y adultos». En esos puntos funcionan ollas comunitarias, puestos médicos y «mercados campesinos» para el abastecimiento de los barrios.

Con lo anterior, quiero enfatizar que tanto los puntos de resistencia como los espacios controlados por los pueblos originarios, negros y campesinos, son espacios de vida, de diversidad y de intercambio entre generaciones y colores de piel diferentes. Encarnan un programa político que enfrenta la propuesta de muerte y violencia que enseñan las clases dominantes y los cuerpos armados, legales e ilegales, que no tienen más respuesta que balas y metralla.

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