Txema García
Periodista y escritor, miembro de la plataforma Guggenheim Urdaibai STOP

Un museo en Urdaibai: vodevil en cuatro actos

Primer acto: la ocurrencia

Se alza el telón. Sobre el escenario, un despacho con un gran sofá semi ovalado en el que aparecen sentados tres personajes: Íñigo, Elixabete y Juan Ignacio. Discuten con acalorada dureza. Son políticos, no hay ninguna duda. Y parece que hay dos frentes, irreconciliables. En uno de ellos, claramente, está Íñigo, más solo que Lope de Agirre en su busca de El Dorado y en medio de la selva amazónica. Le acaban de dar puerta por falta de liderazgo y en breve plazo tendrá que dejar libre el palacio-residencia que ha ocupado como inquilino durante doce años, una larga travesía finalizada ahora tras un desahucio en toda regla.

El ambiente está muy tenso. «Holan ez dira egiten gauzak», exclama airado Íñigo mientras se le escapa un «¡hostias!» que retumba por todo el patio de butacas. La tensión, al parecer, viene de lejos. Casi desde la carlistada, diría un historiador del régimen. Las luchas de siempre: familias y clanes que se disputan territorios, viejas heridas sin cicatrizar, el ascenso de los neoliberales, y unos tiempos más revueltos que los que tuvo que soportar el Cura Santa Cruz en su época. Y la parroquia, claro está, ya no es lo que era en aquellas épocas.

Sí, al parecer, varias poderosas familias de la organización con numerosos tentáculos e intereses en Urdaibai, quieren imponer («se hará, Sí o Sí») un proyecto de Museo al conjunto del partido y, lo que es mucho más grave aún, a toda la sociedad vasca desde la costa hasta la montaña alavesa y desde el Bidasoa al Barbadun. No importa que sea una «ocurrencia», casi una bilbainada. Una especie de «somos la hostia y para eso tenemos el poder en nuestras manos».

La discusión va subiendo de tono. Y aunque Elixabete y Juan Ignacio tratan de calmar las aguas, Íñigo es un volcán en erupción. «La decisión última será del Patronato, con lo cual, la Lehendakaritza quedaría exonerada de responsabilidad y, además, ampliamos a un plazo de dos años el tiempo de «desbroce de normativas», le explica Juan Ignacio, mientras Elixabete trata de escurrir el bulto.

«No, a mí no me vais a utilizar de parapeto en este caso. Y yo no voy a dar ningún aval personal a un Museo que no tiene ni pies ni cabeza. Así que de este carro yo no tiro. Este marrón se lo van a comer otros», suelta Íñigo, dejando caer una mirada inquisidora sobre Elixabete, mientras las luces del escenario se van apagando.

Segundo acto: las chapuzas

Ahora el escenario aparece plagado de funcionarios y cargos públicos de menor rango. Los primeros, acatando órdenes de los segundos. Es la tradición, algo similar al «Jaungoikoa eta Lege Zaharra» actualizado. Otra forma de «ordeno y mando». Eso sí, todo parece hacerse de forma clandestina, con nocturnidad y alevosía.

Hay que redactar nuevos planes de ordenación urbana, cambiar normativas cuanto antes, adjudicar estudios a consultorías amigas para que validen el proyecto, estrujar leyes para utilizarlas como mejor convenga y, por último, intentar vender el estropicio como si fuera una oportunidad de oro para el futuro de este pueblo.

Mientras tanto, en la penumbra, aparecen tres personas de distintos medios de comunicación unidas en un mismo afán. Los tres forman parte de las empresas «Patronas» del Museo y filtran informaciones parciales, dirigidas a condicionar a la opinión pública. Practican un periodismo ramplón pero efectivo. Manipulador. Al servicio de los poderosos, aunque alguno de ellos tenga, incluso, carácter y sostén público.

El trajín es manifiesto. De vez en cuando, una voz en off cubre todo el espacio, y funcionarios, cargos públicos y periodistas dejan sus rutinas para escuchar atentamente las instrucciones que salen por unos altavoces colocados estratégicamente a lo largo y ancho del escenario. Es el «Anai Handia», que, con clara vocación evangelizadora, desgrana argumentos entre los asistentes para que nadie se salga del redil protector y contribuya con su esfuerzo al objetivo que se persigue, es decir, la realización del Gran Museo.

Tercer acto: el maquillaje

Una luz cegadora cubre ahora todo el escenario. Sobre el sofá semi ovalado está él. Imanol, la esperanza del partido, el nuevo guía máximo que acaba de tomar posesión de su cargo. Mira un mapa extendido sobre una mesa de alabastro y se ve como el emperador Napoleón antes de la crucial batalla de Waterloo. Cueste lo que cueste, él conquistará Urdaibai y bajo su mandato se construirá el ansiado Museo que será la envidia de todo el orbe.

Ensimismado en su propia valía, todavía no ha evaluado la capacidad de acción de sus adversarios: un poderoso ejército armado de razones en forma de columnas ciudadanas, de brigadas ecologistas, de reservistas implicados en luchas contra todo tipo de injusticias, y de militantes internacionalistas dispuestos a llevar esta causa a cuantas tribunas y foros puedan presentarlo.

Esboza una sonrisa. Él se guarda un as en la manga. Una jugada perfecta con la que distraer al enemigo. Prepara un señuelo, un plan de actuación sobre la comarca con un indisimulado objetivo: vender mejor el producto.

Hará un «Gran Plan de Desarrollo para Urdaibai». El enésimo que se plantea para la zona y que su partido, en el poder desde hace ya más de cuarenta años, ha venido incumpliendo sistemáticamente. No importa, volverá a colar. Es el «tocomocho» de siempre. Envolverá el proyecto del Museo con papel de celofán. Será como sacar un conejo de la chistera y que la gente piense que haces magia con su dinero. Se cierra el telón. La obra ha acabado.

Cuarto acto, el público

En el patio de butacas reina un silencio absoluto. La gente sigue sentada. No quiere irse de la función. Parece esperar otro final o, quizá, que le devuelvan el precio de la entrada. Pasados unos minutos, una mujer se levanta y toma la palabra. Dice pertenecer a la plataforma Guggenheim Urdaibai STOP y reclama que se paralice el proyecto inmediatamente. «Ez nere izenean», exclama, y recoge una nutrida salva de aplausos entre los asistentes.

A continuación, es un joven el que se levanta de su asiento y se dirige a todos los presentes. «Ingeniaritzan lizenziatua naz ta langabezian nago. Hemen ez dago etorkizunik gazteentzat ta proiektu honekin, askoz gutxiago».

Más gente levanta sus manos pidiendo tomar la palabra. Una mujer de Bermeo exige medidas para revitalizar el pueblo y evitar el hundimiento total del sector pesquero y conservero. Otra de Mundaka exige acciones concretas para parar el «turismo invasivo», la proliferación de «pisos turísticos» y el aumento de los precios en su localidad.

Después llega el turno de un baserritarra de Arratzu que exige potenciar el mercado de Gernika para poder colocar sus productos. Tras él, una bióloga del Urdaibai Bird Center que da unas pinceladas sobre el grave deterioro que, caso de realizarse el proyecto de Museo, sufriría la Reserva de la Biosfera, ya muy tocada por «plantas invasoras», el monocultivo del pino y el eucalipto, así como por la creciente afluencia de visitantes a zonas de especial protección.

Una señora, ya de cierta edad, de Ibarrangelu, pide mejorar la atención médica, que haya más plazas de Residencias para ancianos en la comarca y que el Hospital de Gernika se convierta en un verdadero gran centro de salud y no en una especie de ambulatorio de Urgencias.

Muchas otras personas siguen levantando la mano para pedir turno de palabra. Algunas otras hablan en corrillos improvisados con la gente que tienen a su alrededor, para manifestar su disconformidad con un proyecto de Museo que no atiende a ninguna de las verdaderas necesidades de la comarca.

De repente, ante el alboroto creado, un acomodador irrumpe en la sala. Hay que irse a casa. El público comienza a abandonar el recinto, pero la «función» sigue en la calle. Ahora es su turno, el tuyo también, el de todos y todas, el de la ciudadanía de esta parte del país que es Euskal Herria, protagonistas de su propia historia, y no un mero decorado de una función preparada con un guion predeterminado. Así que no dejes que otros decidan por ti. Defiende tu territorio, tu identidad, tu casa. Aita eta amaren etxea.

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