Un nuevo común denominador para el autogobierno vasco
Hace ya 20 años, el 1 de febrero de 2005, se celebraba en el Congreso de los Diputados un pleno histórico en el que el lehendakari Ibarretxe, no sin polémica, presentaba la propuesta de reforma estatutaria que fechas antes había sido aprobada en el Parlamento Vasco. Además del reconocimiento de Euskadi como nación, la propuesta ahondaba no solo en la necesidad de una mayor soberanía, que no autonomía, sino en la idea tantas veces por él esgrimida de que «debemos poder decidir si queremos vivir juntos».
El lehendakari Ibarretxe se adelantaba y abría un debate político que proponía una relectura constitucional, en tiempos nada fáciles para ello, y lo hacía muchos años antes de que en Catalunya el sentimiento nacional del pueblo catalán, su legítimo derecho a la soberanía y, especialmente, su aspiración mayoritaria a querer y poder decidir, expresada en un referéndum, llenase las calles de ese clamor popular.
El tiempo no pasa en balde y hoy una mayoría social de un amplio espectro político, que va más allá del nacionalista, reconoce con normalidad nuestra identidad nacional, y acepta con naturalidad que toca renovar nuestro autogobierno para, entre otras cosas, contar con los instrumentos idóneos con los que hacer más y mejores políticas públicas. La sociedad vasca ha recorrido su camino, aunque muchas veces los discursos políticos clásicos parecen no entenderlo y siguen anclados en el pasado. ¿Merecería la pena buscar ese común denominador que ponga en hora el autogobierno vasco?
Quienes firmamos este artículo creemos que sí, y queremos aportar con humildad la idea de que hace ya muchos años, el 8 de abril de 2006, mujeres de distintas sensibilidades políticas, sindicales y del movimiento feminista presentamos a la sociedad vasca un documento fruto del diálogo y del acuerdo. Éramos mujeres de toda Euskal Herria, que, en tiempos nada fáciles, buscamos ese común denominador que, una vez logrado, hace más fuerte a la sociedad. En ese documento reivindicábamos la idea de que «Todos los proyectos políticos se pueden y se deben defender. No hay que imponer ninguno. Hay que buscar un escenario democrático que permita y garantice el desarrollo y la materialización de todos los proyectos en condiciones de igualdad, por vías políticas y democráticas. Si la sociedad vasca desea transformar, cambiar o mantener su actual marco jurídico-político, todos y todas deberíamos comprometernos a respetar y establecer las garantías democráticas necesarias y los procedimientos políticos acordados para que lo que la sociedad vasca decida sea respetado y materializado, y si fuera necesario, tuviera su reflejo en los ordenamientos jurídicos». Ahondaban estas ideas en una especie de «principio del consentimiento», una aceptación mutua de lo que la mayoría decida, tanto si es para el mantenimiento del actual status quo, como para cambiarlo.
Aquella experiencia nos enseña que es posible la construcción de consensos entre amplios y diferentes espectros políticos y sociales, y lo debe ser más en tiempos de paz y con un debate abierto en el Estado sobre cómo se deben articular las soberanías en un estado complejo.
Toca ponerse manos a la obra y aplicar también la I+D al discurso y la práctica política. Y hacer uso de la imaginación, la flexibilidad y la confianza con la que encarar el apasionante reto de repensar el autogobierno vasco.