Martin Garitano
Periodista

Un pino y un huerto

De la poesía de «Lauaxeta» y el ejemplo de Txiki y Otaegi aprendimos que hay que estar dispuestos a darlo todo por la libertad.

Hay un pino en Cerdanyola y un huerto en Burgos que no se despegan de la memoria de quien los haya visto. Contra el pino asesinaron a Txiki y en medio del huerto burgalés acribillaron a Otaegi.

A Txiki lo mataron tiro a tiro, unos sádicos tocados de tricornio, y a Otaegi lo tumbaron con una descarga cerrada de mosquetón. Luego los remataron, ya en el suelo. El tiro de gracia, que le dicen. También se lo dieron a Santi, caído sobre la tarima de su consulta, en Bilbo.

Aquel amanecer del 27 de setiembre de 1975 Franco disfrutó de lo único que en verdad le complacía: matar. No en defensa propia ni para evitar un mal mayor. Le gustaba matar por matar y para dejar atada y bien atada la corona a la cabeza del Borbón, sátiro y ladrón, que había elegido como sucesor de su sangrienta obra.
Franco era un asesino en serie, un sicópata, sin duda. Y quienes lo rodeaban, agasajaban, asesoraban y animaban, también.

Ahí siguen muchos de ellos, incrustados en los poderes reales, en los de verdad. No nos engañemos: aquellos asesinos siguen mandando.

La última decisión de Franco antes de abandonar El Pardo, camino de Cuelgamuros y Mingorrubio fue matar antifascistas españoles y combatientes vascos que defendían su derecho a ser, hablar y vivir como vascos. Y con su torpe decisión solo consiguió despertar conciencias, encender ánimos y animar a nuevos gudaris.

Hay que concluir que, a la postre, Franco era un torpe, un tipo poco dotado y vanidoso. Como los asesinos sádicos que se complacen al contemplar los cadáveres de sus víctimas. Y poco más que un pobre diablo.

Hoy, 45 años después, el pino de Txiki y el huerto de Otaegi siguen allá. En Cerdanyola y en Burgos. Y en ellos, la memoria de los que reconocemos como los valientes que fueron. En el combate y a la hora de encararse a los pelotones de asesinos voluntarios. Los de tricornio y gorra de plato.

Doce criminales, comandados por dos superiores encargados del tiro definitivo, siguen en el anonimato, a buen seguro bien pagados y condecorados por su actuación sangrienta.

Algún día sabremos sus nombres y ensuciaremos sus panteones.

También sigue en pie la tapia del camposanto de Gasteiz contra la que rompieron la vida de Esteban Urkiaga «Lauaxeta» aquella soleada mañana de 1937.

De la poesía de «Lauaxeta» y el ejemplo de Txiki y Otaegi aprendimos que hay que estar dispuestos a darlo todo por la libertad.

Ellos nos despertaron y no nos vamos a dormir. Hoy, 27 de setiembre de 2020 es día de reafirmar compromisos.

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