Jesús Valencia
Internacionalista

Un presidente surgido del pueblo

La proclamación presidencial de Pedro representa la victoria del Perú marginado, de los hijos de nadie, de los siempre despreciados por las élites del país.

El Jurado Nacional Electoral (JNE) de Perú ha proclamado a Pedro Castillo presidente de la República tras siete semanas de absurdas demoras y de feroces agresiones.

Su perfil progresista desató contra él las furias de un capitalismo desbocado. La rival Keiko Fujimori no reconoció los resultados de la segunda vuelta, numerosos congresistas la respaldaban y hubo almirantes que exigían nuevas elecciones. Llovieron cientos de impugnaciones contra actas que nada tenían de fraudulentas. Durante las noches del recuento, la derecha acosó en su domicilio al presidente del JNE. Los empresarios financiaron la agitación callejera y llamaron a la puerta de los cuarteles; no faltaron uniformados que se prestaron al levantamiento. Montesinos, el fujimorista corrupto, promovía desde la cárcel intentos de soborno. Los medios airearon el fantasma de un comunismo inminente y, uno de ellos, propuso arrojar ácido al rostro de los vencedores. Una delegación de facciosos viajó a Madrid para pedir asesoramiento a Vox y Vargas Llosa denigraba a Venezuela para que supieran sus pisanos el futuro que les esperaba con Pedro Castillo en la presidencia. Las hordas fujimoristas aporrearon sin contemplaciones a gentes sencillas para limpiar el país de «comunistas mierdas» y de «indios carajos».

Grave es el delito de un presidente que se proclama de izquierda, pero todavía arrastra un estigma mayor: apellidarse Castillo y haber nacido en casucha de barro. Como desde hace quinientos años, Pizarro contra Atahualpa. El sórdido racismo de unas clases blancas o mestizas que intentan ser alguien mirando a campesinos y, sobre todo a indígenas, con un desprecio repugnante: «los serranos puede que sean inteligentes, pero siempre serán serranos». El odio racial que rezuma aquel viejo aforismo sigue vigente a juzgar por los eslóganes que se han vociferado durante estos días en las marchas fujimoristas: «Terruquitos (referido a campesinos e indígenas) no se escondan, quiero verlos en la fosa».

¿Quién es este profesor rural que tantas filias y fobias suscita? Su padre fue peón de hacienda; más de una vez, tuvo que cargar al patrón para que no se le enlodaran sus embetunadas polainas. La reforma agraria de Velasco Alvarado permitió a la familia Castillo comprar un terrenito en Puña. Pedro nació en ese poblado andino del departamento de Cajamarca. Tras cursar los tres primeros años en la escuelita rural de su pueblo tuvo que desplazarse a otra: madrugones a las cinco de la mañana, alforja al hombro con la vianda del día y dos horas largas de caminata. Años más tarde, en la Universidad Cesar Vallejo obtuvo titulación en psicología educativa. Siempre interesado por el bien colectivo, ejerció de rondero campesino, promotor de ollas populares y, posteriormente, defensor gremialista del profesorado rural. En aquella coyuntura, una ministra se negó a recibirlo por ser quien era. Cuando Perú Libre lo promocionó como candidato, millones de personas humildes aplaudieron su candidatura ya que lo consideran uno de ellos. Para estas poblaciones excluidas, Pedro constituye una esperanza; han defendido a precio de sangre sus votos y ahora celebran como propia su victoria. La proclamación presidencial de Pedro representa la victoria del Perú marginado, de los hijos de nadie, de los siempre despreciados por las élites del país.

El nuevo presidente afronta un reto descomunal. Le acecha un capitalismo fascistizado y racista al que tendrá que hacer frente pero no podrá limitarse a eludir las dentelladas de la jauría. Pedro Castillo siempre se ha marcado objetivos ambiciosos: como maestro, intentó que sus alumnos aprendieran a defenderse; como presidente, intenta reconstituir el país plagado de oligarcas corruptos. En su intento, contará con las multitudes que ahora confían en él y le apoyan. También el internacionalismo mundial debiera de incluir al nuevo Perú entre sus prioridades.

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