Una carrera de obstáculos
Abro el documento y leo con miedo, pronto me doy cuenta de que sé bastante y soy capaz. Comienzo a contestar las preguntas. Aún así no bajo la guardia, soy consciente que es una carrera de obstáculos y me dispongo a saltar las vallas una a una. La presión acumulada y contenida se va liberando muy ligeramente en cada salto, en cada valla.
Viernes tarde, es el gran día, cocina recogida, ropa colgada, niños vestidos y alimentados. Tic, tic, tic. Me dispongo a llevarles con su padre, con mis mejores galas, cómo si presintiera mi fatídico destino.
En el lugar de trabajo de mi marido me saludan y elogian mi vestido, me desean suerte. Me voy y me quedo sola, qué raro sola.
Subo a la habitación y me enfrento por fin a ese tan temido examen de matemáticas.
A ese para el que con mucha dificultad llevo preparándome durante las últimas semanas. A ese para el cual he robado, desde mis ojos, o priorizado como mi fiel amiga apuntó, tiempo a la casa y lo que es peor, a mi hija e hijos.
A ese que es motivo de conflicto con mi marido porque inoportuna y no es bienvenido. A ese que es condición para completar unos estudios que me permitan acceder a un trabajo en el que ser yo, a la vez que posibilite estar más tiempo con mis hijos. A «ese».
Abro el documento y leo con miedo, pronto me doy cuenta de que sé bastante y soy capaz. Comienzo a contestar las preguntas. Aún así no bajo la guardia, soy consciente que es una carrera de obstáculos y me dispongo a saltar las vallas una a una. La presión acumulada y contenida se va liberando muy ligeramente en cada salto, en cada valla. Llego al final, sin aliento, último ejercicio completado, y hasta disfrutado, por un momento he sido capaz de alzar el vuelo airosamente regocijándome en el placer de comprender.
Miro a la pantalla y caigo en el abismo, quedan unos cinco minutos, miro el cuaderno en el que he ido completando los ejercicios, he escrito tres páginas, también he completado algo en el documento online. Tengo que sacar fotos a cada página, mandarlos a la cuenta de email, bajarlos y guardarlos en el ordenador para después subirlos uno a uno a la página de la universidad. Además también debo guardar el documento de examen y subirlo.
Sigo cayendo, me amontono, la presión se hace insoportable, la caída infinita. Los pensamientos van y vienen todos negativos, «¿y si no tengo tiempo? Y si, y si, y si...».
Me intento rescatar a mi misma y llamo a la universidad, ¡Auxilio! ¡Socorro! ¿Hay alguien ahí? Cinco minutos, cuatro meses.
Rompo a llorar, por todo lo que no he llorado y es un caudal desbocado porque estoy pagando atrasos. La mujer al otro lado responde «si no te tranquilizas, no te puedo ayudar»... no hace si no empeorar las cosas.
En ese momento necesito una bombona de oxígeno, alguien que me coja de la mano y me lleve a la orilla, no la encuentro. En cambio, la siento impasible al otro lado de la línea asistiendo a mi naufragio. No me da alternativas, ni aliento y empiezo a detectar desdén y hastío. Finalmente me dice que ha pasado demasiado tiempo y no voy a poder entregar el examen. No va a ser corregido. «La próxima vez deberás...». Ya no quiero llorar, quiero gritar, quiero gritar tan alto como pueda, cual grito de guerra, pero no lo hago, y le digo que lo siento pero que no tengo ganas de seguir hablando.
Escribo al defensor universitario, adjunto las fotos de mi examen sacadas antes de la finalización del mismo, con el detalle de la fecha y la hora, no sirve de nada. Responden con demasiadas palabras, largas y huecas, que suenan a formato establecido y significan poco o nada. Son concisos únicamente en el «no», dónde claramente expresan que el examen, para ser corregido debe ser entregado en «tiempo y forma». Y me pregunto tantas cosas, sobre mí misma, sobre el mundo en que vivimos. Estoy estudiando Magisterio, soy a su vez educadora y esto no resulta pedagógico, tanto se vanaglorian las nuevas universidades, modernas y lustrosas, pero va mucho de la forma. Seguimos encallados en un sistema tradicional que premia cualidades competitivas e individualistas, «evaluación continua» dicen, pero te la juegas en 120 minutos y, en mi caso, en cinco.
He tropezado emocionalmente y eso no está permitido, porque las reglas del juego vienen dadas por un mundo masculino en el cual no hay lugar para eso. Trágate esa, pero sigue sosteniendo.
No estoy sola. Espero llegar a mi meta, muy en parte por y gracias a todas esas mujeres que corren conmigo.