Carlos Sánchez Vicente
Profesor de Geografía e Historia. IES Tierra Estella.

Una huelga contra la barbarie

Se trata de la imperiosa necesidad de levantar un muro de contención ante el nuevo y peligroso avance de la barbarie. No es una figura retórica, la barbarie ha tenido periodos de avance y retroceso, como también los ha tenido su antítesis, la cultura democrática

«La Historia no se repite, pero tiene ecos»

Mark Twain

A las poderosas razones argumentadas por los sindicatos y colectivos convocantes de la jornada de huelga general en Hego Euskal Herria para el próximo día 30, habría que añadir un motivo más. Se trata de una causa que se puede considerar como una barricada de primera línea en la defensa de las otras. Y es así, puesto que la consecución de una «vida digna» objetivo que resume los diversos motivos que los pensionistas, los jóvenes, o las mujeres alegan para esa movilización, no sería posible sin esta primera barrera de protección.

Se trata de la imperiosa necesidad de levantar un muro de contención ante el nuevo y peligroso avance de la barbarie. No es una figura retórica, la barbarie ha tenido periodos de avance y retroceso, como también los ha tenido su antítesis, la cultura democrática. Eric Hobsbawm situaba el primer frenazo de un proceso de lento retroceso de la barbarie en 1914 con la I Guerra Mundial. Luego vendría su gran ofensiva en el periodo de entreguerras, cuando Europa se plagó de dictaduras fascistas. Desde 1945 con la derrota del Eje se han producido avances y retrocesos regionales. Retrocedió en algunos países, pero se mantuvo o avanzó en otros. En el Estado español, como es sabido, se mantuvo, y lo hizo con extraordinaria ferocidad, hasta que en 1978 la dictadura franquista era sustituida por una monarquía parlamentaria con un enorme déficit democrático y graves sesgos autoritarios, herencia de la dictadura totalitaria que fue su matriz.

En los últimos años hemos visto como la extrema derecha crecía de nuevo en varios países de nuestro entorno europeo: en Italia, Hungría, Finlandia, Eslovaquia, en el Estado francés… en el Reino de España ha irrumpido Vox con un conglomerado de burdos mensajes sacados del militarismo franquista y de la xenofobia y el antifeminismo neofascistas.

Resulta, por otra parte, curioso cómo algunos medios conservadores europeos mostraban su «sorpresa» por el auge de la ultraderecha en el Estado español al que por lo visto consideraban «blindado» contra este populismo extremista. Sin duda ignoran por completo la naturaleza política de la derecha española, naturaleza heredada en gran parte de las bases ideológicas de la dictadura franquista con las que nunca ha roto ataduras por completo. Estos medios parecen ignorar la resistencia del PP a condenar la dictadura del general Franco y el genocidio por ella cometido o su frontal oposición a la recuperación de la memoria democrática, etc. Algunos de sus gestos públicos arrojan suficiente luz al respecto, como aquel infame acto presidido por la delegada del Gobierno de Mariano Rajoy en Catalunya, Llanos de Luna, entregando diplomas a unos vetustos fascistas de la División Azul, enfundados en el uniforme de las nazis Waffen SS. Realmente resulta difícil imaginarse a Angela Merkel, por ejemplo, en semejante tesitura.

En efecto, la derecha española considerada como conservadora o liberal, no parece homologable a sus correligionarios del Partido Popular Europeo o del eurogrupo liberal Renovar Europa y es que el popular calificativo de «trifachito» para bloque formado por el PP, Cs y Vox se ajusta debidamente a la realidad política española. Hace ya varios años en la época del auge inicial de la ultraderecha francesa capitaneada entonces por Jean Marie Le Pen, le preguntaron al sociólogo francés Alain Touraine, que había acudido a un programa de debate emitido por TVE, sobre la posibilidad de que se repitiera en el Estado español lo que había ocurrido en el Estado vecino, es decir el surgimiento con fuerza electoral de un nuevo grupo de orientación neofascista. Touraine respondió que tal hecho era imposible aquí, puesto que la extrema derecha estaba ya encuadrada en el Partido Popular.

Uno de esos gestos esclarecedores sobre esa naturaleza de la derecha española tuvo lugar en el segundo pleno para la investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno. Y fue durante la intervención del diputado de Compromis, Joan Baldoví. Cuando este diputado reprochó a la bancada de la derecha el bochornoso espectáculo que había ofrecido en la sesión anterior, especialmente durante la intervención de la diputada de EH Bildu Mertxe Aizpurua, aludió a su condición de maestro de escuela. Esta mención a su condición profesional fue respondida entonces con burlas desde dicha bancada. El hecho de burlarse de alguien por su profesión docente es ya de por sí bastante insólito, pero hacerlo además en una sede parlamentaria resulta inaudito. De nuevo parece muy difícil imaginarse, por ejemplo, a un Charles Michel mofándose de un profesor de enseñanza primaria belga, por su condición de tal, en el Palacio de la Nación de Bruselas.

No sería nada chocante, desde luego, que alguien dedicado a la educación recibiera mofas, o algo peor que eso, de parte de los Abascales, de los Marian Kotleba, de los Bolsonaro, de las Le Pen, de los Salvini, o de las Jeanine Añez. Pero resulta bastante extraño en alguien que se autotitula sin pudor alguno como demócrata liberal o conservador. Y es que realmente el ADN político de la derecha española es muy diferente al de otras derechas liberales o conservadoras que tienen una genealogía bien distinta.

La barbarie es la enemiga declarada de la cultura democrática. En el periodo de entreguerras cuando el peligro fascista se cernía por primera vez sobre las naciones del planeta, los pueblos reaccionaron movilizándose en defensa de la cultura y contra la sin razón. Respondiendo a las demandas populares se celebró en París en junio de 1935 el Primer Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura. De dicha asociación fueron miembros escritores de la talla de André Gide, Malraux, Tristan Tzara, Aragon, Bertold Brecht, Heinrich Mann, Dos Passos, Pablo Neruda, Ramón María del Valle-Inclán, José Bergamín, Antonio Machado, León Felipe… y un largo etc. Era la respuesta de la razón y del conocimiento frente a la brutalidad acechante.

Expresión hispana de la barbarie fascista, el franquismo resumió su programa cultural con el conocido grito que pronunciara un oficial de la Legión: «Muera la inteligencia, viva la muerte» y efectivamente las botas legionarias impusieron con ímpetu marcial el reino del terror y de la muerte, y aniquilaron la república de la escuela, de la sabiduría y de las artes. La muerte en guerra contra la vida digna.

Hoy sus herederos políticos continúan esa guerra contra una vida que contemple el derecho a una educación democrática, a una jubilación decorosa, a los derechos de las mujeres a la equidad laboral y a disfrutar libremente del amor defendiendo su integridad de la ferocidad patriarcal, a los derechos de los jóvenes a construir y gestionar sus propios espacios, a los derechos de todos los trabajadores a tener un trabajo también digno, a la libre expresión y creatividad, Es decir, prosiguen la guerra contra todo aquello que constituye la base de una cultura democrática. Y hay que pararles en seco y la movilización popular es el freno más importante del que disponemos.

Desde sectores próximos al actual Gobierno de coalición de Madrid y a los gobiernos de Gasteiz e Iruña dicen no comprender las causas de la huelga general del día 30. Dario Fo les diría que todas las reformas necesarias para los trabajadores se deben hacer desde las calles, y en ese sentido no puedo por menos que recordar una escena de la película ¡Viva Zapata! de Elia Kazan: el general Huerta que ha traicionado al presidente Madero se dispone a atacar el lugar donde se concentra el ejército de Emiliano Zapata, y éste se prepara para repeler el ataque. Madero, que desconoce las verdaderas intenciones del general Huerta que quiere también derrocarlo, le pide a Zapata que no responda, y se compromete a parar él la Huerta parlamentando con él. Zapata le responde: «Es posible que usted parara a Huerta con sus buenas intenciones, pero por si acaso lo haremos nosotros».

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