Josu Perea Letona
Sociólogo

Una mirada desde la izquierda al autoritarismo liberal

La España carpetovetónica también dio buena cuenta de ser alumna aventajada en el sometimiento y subordinación al programa neoliberal y sobre todo, y fundamentalmente, en lo que hace referencia a las restricciones democráticas.

Nunca las élites económicas habían tenido tanto poder y control. Los dueños del mundo siguen siendo los propietarios de los medios materiales de producción, y de los medios financieros. Ellos son los creadores y articuladores del lenguaje para cumplir la función política de instrumentalizar, de imponer y de legitimar la dominación a escala nacional e internacional; una dominación que va introduciendo nuevas formas de control ideológico sobre la ciudadanía, en un marcaje estrecho sobre la vida social, situando al neoliberalismo como ley universal y a sus valores como la nueva utopía.

El proceso de transformación de la conciencia de la izquierda en Europa, que se inicia en los años setenta, tiene que ver con diferentes factores que supusieron una auténtica conmoción de la izquierda, que no supo, o no pudo, hacer frente a la ofensiva conservadora que siguió a la crisis del petróleo. A partir de entonces fuimos derrotados mundialmente y se aniquiló cualquier atisbo de rivalidad con los núcleos de poder. Como decía Aníbal Quijano «hasta las esperanzas fueron derrotadas».

Hoy, casi 50 años después, no corren buenos tiempos para la regeneración de las ideologías transformadoras, habida cuenta que los valores defendidos por las élites han construido un mundo caracterizado por fomentar una personalidad altamente hedonista, transformadora de valores e intereses, propiciadora de placer y consumo, donde la percepción de lo moral cae en desuso, o adquiere nuevas dimensiones en su valor ético. En plena expansión del capitalismo y de la mano de la producción, surge el consumismo; un consumismo que se retroalimenta de una producción que convive en esa dialéctica de producción y consumo. Todo ese desarrollo económico ha masificado a la sociedad y le ha marcado el camino indicándole lo que necesita, lo que tiene que desear y pensar, lo que tiene que sentir… qué hacer, qué necesitar, qué mirar, qué oír, qué gustar, qué oler, qué vestir, qué beber, qué comer… en fin, qué comprar.

Vivimos tiempos en los que lo racional y lo eficaz prevalece sobre lo moral o lo ético, por eso los pobres, pongamos por caso, apenas cuentan, son un perpetuo pasivo en la cuenta de resultados de aquellas políticas basadas en la rentabilidad y en los sagrados equilibrios financieros.

Todos estos procesos de transformación han pasado a formar parte de la constitución social del individuo (individuo-ciudadano), son, además, valores que atraviesan las fronteras nacionales y que hacen peligrar conceptos vinculados a los estados nación como la ciudadanía y la democracia. Los ciudadanos, la sociedad, la izquierda, se muestran incapaces de adaptarse a los cambios vertiginosos que se están produciendo. Se encuentran en la encrucijada de definir una realidad social que se abre paso, una realidad que se va analizando a través de conceptos teóricos modernos, que quizás no sepa adaptarse a ellos.

Se ha instalado un consenso económico neoliberal organizador de la economía global con reglas de oro, consistente en la liberalización del mercado a través de desregulaciones, privatizaciones y minimalismo estatal. Este consenso lleva aparejado la subordinación de los estados a agencias multilaterales (Banco Mundial, FMI. Organización mundial del comercio). Junto a ese consenso neoliberal se consagra el consenso democrático liberal que propugna la promoción internacional de unas condiciones altamente restrictivas de la democracia que los estados deben superar para acceder a recursos financieros, renunciando, incluso, a la propia soberanía del Estado.

Por otro lado es evidente el fracaso de los partidos políticos a la hora de seguir cumpliendo su función original de ser organizaciones de masas sostenidas por bases electorales esencialmente homogéneas, con una fuerte identidad política y unas estructuras organizativas fuertes. Una importante derivada de este fracaso tiene que ver, en gran medida, con el vaciamiento de la dimensión popular de las democracias liberales. Los partidos de masas, decía Peter Mair, especialmente los partidos de izquierda, conseguían ganarse la fidelidad de sus votantes construyendo fuertes redes organizativas sobre la base de sus experiencias sociales comunes.
Decía Mair que la competición política se caracteriza por la pugna por eslóganes socialmente inclusivos a fin de obtener el apoyo de electorados socialmente amorfos. Vivimos en la sociedad del espectáculo, un espectáculo que se ha convertido en un objetivo, esencial, social. Es el corazón que decía Guy Debord del irrealismo que mutila la realidad y somete a la sociedad, al igual que lo ha hecho con la economía, y que representa el mapa del nuevo mundo y que se ha convertido en controlador y dominador de clase.

El cuadro ideológico que surge, tras el vacío dejado por las grandes ideologías anteriores, no tiene aspiraciones tan determinantes como las que tenía el marxismo, Son ideologías más abiertas y fluidas que no pretenden constituir una ideología integral. Son ideologías, que aunque siguen manifestando anhelos de transformación social profunda y a gran escala, son alternativas que están encontrando notables dificultades para abrirse paso. Los partidos comunistas, que se habían identificado con el «campo socialista» y con la Unión Soviética, han desaparecido o han visto disolverse su base social durante este periodo que culminó con el colapso, en la primera parte de los noventa, de la URSS y de los regímenes europeos de lo que se llamó el «socialismo real» y el asalto de un nuevo dogmatismo económico conservador al que se ha denominado neoliberalismo económico o fundamentalismo de mercado, que puso freno.

La social democracia, que se ha constituido en una izquierda de centro que cada vez se distingue menos de la derecha del centro, ha fracasado estrepitosamente. La izquierda a la que socialmente representaba ha quedado políticamente huérfana, ni siquiera es un refugio frente a la derecha política, fundamentalmente, porque hace ya demasiado tiempo que sus políticas cada vez se diferencian menos. La social democracia, ha sido el necesario partenaire de la derecha para acompañar e impulsar las políticas liberales en el marco de los tratados europeos, que han contribuido activamente a desactivar el Estado social del que obtenía su legitimidad.

Frente a la crisis de los valores y los partidos tradicionales surgen con fuerza nuevos instrumentos de dominio ideológico en esta etapa donde se aplica a rajatabla el catecismo del fundamentalismo liberal. Uno de estos instrumentos es el que hace referencia a la «deuda» tanto pública como privada, que lejos de ser una amenaza para la economía capitalista anida en el corazón mismo del proyecto neoliberal. Es falso, por ejemplo, que la deuda sea una desventaja para el crecimiento; constituye, por el contrario, como indica Maurizio Lazzarato en "La Fábrica del hombre endeudado" «el motor económico y subjetivo de la economía contemporánea». La deuda está pensada y programada como el núcleo estratégico de las políticas neoliberales.

En los últimos cuarenta años, visto lo que ocurre con la deuda soberana, el neoliberalismo realiza una «economía de chantaje». Una economía de chantaje que se cierne permanentemente sobre los conflictos políticos y consiguientemente sobre los derechos sociales. El «chantaje», a través de la deuda, es por tanto, uno de los principales instrumentos de dominación del capitalismo.

Otro de los factores que caracterizan la hegemonía neoliberal es la globalización como nueva forma de organización territorial y política del sistema mundo, donde el Estado nación ve limitada su soberanía. El carácter neoliberal de la globalización, es decir, el sometimiento del proceso de producción, distribución circulación y consumo al fundamentalismo del libre mercado, así como de la vida social o los valores del individualismo, se impone mediante un proceso político dirigido por las élites. En consecuencia, se impone una modalidad capitalista sustentada en el libre mercado, que lleva aparejada cambios culturales y políticos que responden a la imposición y desarrollo del proyecto globalizador.

Los últimos tiempos nos muestran un clima de intenso adoctrinamiento ideológico por parte de las élites que con el pretexto de hacer frente a la crisis económica han emprendido un ataque en toda regla a favor de la primacía del mercado «liberado de la intervención estatal».

El fundamentalismo del mercado, atiborrado de dogmas y de prescripciones pretendidamente racionales y científicas, está haciendo estragos. Grecia, por ejemplo, se convirtió de forma clara en laboratorio de pruebas para la más implacable vuelta de tuerca del proyecto neoliberal, con una transferencia sin precedentes de los recursos de los pobres a los ricos y del sector público al privado.

La España carpetovetónica también dio buena cuenta de ser alumna aventajada en el sometimiento y subordinación al programa neoliberal y sobre todo, y fundamentalmente, en lo que hace referencia a las restricciones democráticas. En esa faceta es la campeona.

Altsasu, presos políticos y exiliados, cantantes y titiriteros, tuiteros y whatsapperos, artistas y opinadores, manifestantes sin «mordazas», jornaleros combativos, dispersión vengativa…, son la expresión genuina de esa España «democrática», que reprime y encarcela las libertades, auspiciada, seguramente, por ese impulso genético al totalitarismo, y de la mano de algunos Llarenas desatados, jaleados por la caverna política, mediática y muy española a través de ese patrioterismo de baja estopa.

Dos claves, en definitiva, de este catecismo neoliberal: subordinación de los estados a agencias multilaterales y grandes restricciones democráticas. Arduo trabajo, por lo tanto, para la reconstrucción de la izquierda alternativa.

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