Luis Álvarez López

Una oportunidad perdida

Pues bien, pese a las reiteradas mentiras de los responsables municipales –con el concejal a la cabeza– no solo no ha habido seguimiento ninguno, si no que le «endosaron» el «marrón» a la Cruz Roja

Dicen que de las grandes crisis y/o tragedias surgen grandes oportunidades, pero también hay quienes se arruinan. El sistema establecido se pone a prueba, y se abre la posibilidad de reorientar algunos de sus aspectos –y, por qué no, de mejorarlos–. Por ejemplo, los recursos sociales de atención a la gente más desfavorecida de nuestra ciudad. En este caso concreto, las personas «sin techo» de Gasteiz.

Debido al confinamiento provocado por la pandemia del covid-19 –situación inédita para todas y todos– la práctica totalidad de los «sin techo» hemos estado recluidos unos en recintos municipales (Aterpe, Casa Abierta…) y los que no teníamos plaza, en dos frontones (Pío Baroja y, fundamentalmente, Lakua). Hemos sido alrededor de 50 personas metidas allí todo el día: hubiera sido muy sencillo para los servicios sociales del Ayuntamiento hacer un seguimiento continuado y personal de nuestras variadas problemáticas. Pues bien, pese a las reiteradas mentiras de los responsables municipales –con el concejal a la cabeza– no solo no ha habido seguimiento ninguno, si no que le «endosaron» el «marrón» a la Cruz Roja, que ha sido y continúa siendo la única organización que se ocupa de nosotras y nosotros como buenamente puede. Eso sí: con una importante inyección económica aportada por el Gobierno Vasco. Es decir, que el máximo propietario de viviendas del País Vasco (Etxebide, Alokabide…) aporta para nuestra salida de la exclusión y de la calle mucho dinero pero ninguna vivienda a una ONG. Para que a su vez esta nos  realoje en viviendas privadas al prohibitivo precio actual del mercado de alquiler. Quien lo entienda, por favor, que me lo explique…

Durante estos largos meses de confinamiento y, sobre todo, cuando la presión que vivíamos nos ponía al límite y la convivencia podía reventar –por lo horarios imposibles, normas absurdas, camastros rompe-huesos, la imposibilidad de dormir 6-8 horas seguidas…–, siempre nos tranquilizaban con sus promesas. Básica y fundamentalmente dos: todas las personas seríamos realojadas en viviendas, una persona por habitación, y desarrollaríamos planes específicos de reinserción.

Ya estamos fuera. Mas el balance no puede ser más desolador. Veamos:

De la cincuentena, tan sólo seis estamos en apartahoteles, viviendo dos en cada uno y compartiendo habitación a un precio elevado (qué raro). Estas seis personas somos las privilegiadas. A otra media docena los servicios sociales –ahora sí, y para esto, aparecen– les han obligado a volverse para el Aterpe o el CMAS. A este respecto, resulta sangrante el caso de Dani (22 años, tratamiento psiquiátrico que exige atención continuada), «soltado» en el Aterpe. O lo que es lo mismo, obligado a pasarse el día en la calle. O la de Mónica, en el CMAS. No es de recibo, de verdad. Resulta horrible lo que han hecho.

Alrededor de una docena han sido alojados en un camping a cinco kilómetros del centro de Gasteiz, en casas prefabricadas. Compartiendo cuartos entre tres o cuatro, con apenas 20 cm de separación entre las camas. Y el resto, dieciséis, en una casa habilitada por y para la Cruz Roja: divididos en cuatro habitaciones, cuatro personas por habitación. Durmiendo en unas bonitas… literas.

Esto es todo cuanto se ha hecho por nuestra reinserción social. Respecto a los planes de reinserción prometidos, seguimos sin noticia. Y tenemos cubiertos nuestros respectivos alojamientos hasta diciembre por parte de la Cruz Roja. Sin ninguna actuación de los servicios municipales, forales… Algunos, como un servidor, con más de siete años apuntado en las listas de Etxebide para lograr un alquiler social. Y en lugar de ello, en un apartahotel, gastando un pastón que pone la misma institución: Gobierno Vasco.

Cuatro meses tirados: tanta promesa, tantas esperanzas, tantas ilusiones por poder retomar nuestras vidas en unas condiciones mínimamente dignas. Para al final continuar recibiendo por parte de las instituciones (sobre todo municipales) el mismo desprecio, la misma indiferencia que recibíamos antes de la pandemia y el confinamiento. Lo dicho: una oportunidad única a echada a perder.

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