Txema García
Periodista y escritor

Urdaibai: ¿vivir del arte?

Vivimos tiempos en los que cualquier político puede soltar ideas ridículas, incluso hacer propuestas sin ningún sentido y, lo que es peor, jugar con el dinero de todos los contribuyentes, y que no pase nada. Ha sido llegar y besar el santo. Eso es, precisamente, lo que hizo Ibone Bengoetxea, recién estrenada en su cargo, nada menos que de vicelehendakari y consejera de Cultura y Política Lingüística, en declaraciones a Radio Euskadi el pasado día 2 de julio, refiriéndose al Guggenheim Urdaibai.

Licenciada en Psicología, dice la actual vicehelendakari: «En una comarca en la que han estado indisolublemente unidas la Industria y la Naturaleza, yo creo que este proyecto y luego el plan de revitalización de toda la comarca pretende que en ella el binomio que esté para el futuro sea Naturaleza/Arte, es decir, pasar de Industria/Naturaleza al de Arte/Naturaleza».

Es muy difícil hacer semejante declaración si no se suman un alarde de ignorancia y, tal vez, cuando menos, un propósito encubridor de otras cuestiones. Cualquiera que conozca, viva y ejerza en el mundo del Arte sabe que lo esencial en él es el acto creativo artístico y, de ninguna forma, «el Museo», que rara vez supera su condición de mero almacén de obras de arte para su exhibición. Es decir, ¿qué tiene que ver un depósito de obras de arte, por muy valiosas que sean, incluso comprometidas ecológicamente, con una interacción entre naturaleza y el acto creativo?

Solo las personas creadoras, las artistas, ejercen esa interrelación. El propio acto creativo se integra en un proceso de surgimiento de nuevas imágenes, formas y sensaciones, tal como se producen en la propia Naturaleza. Independientemente de la intencionalidad del creador artístico, su ejercicio se incardina en el proceder creativo de la misma Naturaleza.

Un complejo constructivo, por muy respetuoso que intente ser con el medioambiente en el que se ubique, finalmente no ensambla Arte con Naturaleza, porque solamente se instala en o se superpone sobre ella.

Pensamos que estas declaraciones de la vicelehendakari acerca del proyecto Guggemhein Urdaibai han tenido que ofender en lo más íntimo a muchos creadores artísticos. Es más, creemos que, de forma indisimulada, pero directa, les está recordando que, en el modelo actualmente vigente de producción del arte, su obra, sus creaciones, carecen de valor mientras no lleguen a ser exhibidas en los museos.

Precisamente, en estos últimos años una gran parte de los museos importantes del mundo han venido apostando por la realización de exposiciones dedicadas al arte con conciencia medioambiental y, de esta forma, paliar sus carencias y acercar a sus instalaciones a un cada vez mayor público con conciencia ecologista. Es un greenwashing de libro. Y en esos procesos de pretendida conexión superficial entre el Arte y la Naturaleza, se ha elegido a aquellos artistas que no incomodaban excesivamente el modelo socioeconómico causante del colapso medioambiental, y le han dado un carácter meramente temporal, sin que se corresponda con un propósito de cambio sustancial en su política museística.

Pero volvamos a la frase de la vicelehendakari Ibone Bengoetxea relativa a que «en Busturialdea hay que pasar de industria/naturaleza a arte/naturaleza», frase que no tiene desperdicio alguno por partida doble.

¿Cuándo habla usted de que «en esta comarca han estado indisolublemente unidas industria y naturaleza» a qué se está refiriendo, en concreto, señora vicelehendakari? ¿Dónde ha estado esa unión? ¿En la contaminación del aire, la tierra y las aguas de Busturialdea? ¿Puede explicarnos en qué ha consistido esa «unión indisoluble»?

Por otra parte, cuando usted plantea que en el ámbito del desarrollo económico hay que pasar de un modelo anterior basado en el binomio Industria/Naturaleza a uno nuevo, superador del anterior se entiende, que sería el de Arte/Naturaleza, ¿está reconociendo que el futuro que plantea para Urdaibai se basa en el Arte y que la piedra angular es el Museo Guggenheim? ¿O es que hay que encajar el Museo Guggenheim en Urdaibai «Sí o Sí» y lo justificamos con un pretendido jumelage entre el Arte y la Naturaleza? ¿O quiere decir que Urdaibai va a ser otra zona de «sacrificio económico» destinado a satisfacer el capricho de una multinacional del arte extranjera que quiere aprovecharse de nuestro paisaje? O, peor incluso, ¿no será que quieren hacer de Urdaibai un nuevo San Juan de Gaztelugatxe bis atestado de turistas por todas partes?

Y es que cuatro décadas después todo suena parecido. Si entonces la cuestión era facilitarle a Iberduero una posición de dominio en la producción de energía nuclear regalándole la cala de Basordas, ahora le toca el turno a la Reserva de la Biosfera de Urdaibai para que cumpla su función de adorno para un museo franquiciado, de obediencia extranjera. Si en aquella época el argumento fue que sin energía nuclear los vascos comeríamos berzas (Arzallus dixit) ahora, para sobrevivir en Urdaibai, hay que meter un Museo como sea. ¡Qué paradoja! Los poderes públicos se han pasado toda la vida arrinconando a todas las expresiones artísticas y ahora resulta que quieren vendernos el Arte como el Bálsamo de Fierabrás para todas nuestras carencias.

La vicelehendakari y consejera de Cultura debiera saber que ese Arte al que se refiere es, en gran medida, un puro negocio al servicio de grandes empresas multinacionales, con la Fundación Solomon R. Guggenheim a la cabeza, poseedoras de inmensos stocks de obras de arte, que utilizan estos grandes contenedores para controlar el marketing del alquiler y de la revalorización de esas creaciones.

La vicelehendakari tendría que saber ( ¿o es experta en Arte de la noche a la mañana? ) que la rotación de obras de arte es un negocio en sí mismo y, por ello, esas mismas multinacionales se empeñan en convencer a gobiernos, instituciones, fundaciones, empresas y particulares, de la necesidad de hacer más museos, como el que pretenden montar en Busturialdea por partida doble.

La viceconsejera y consejera de Cultura debiera conocer que detrás de todo este tinglado están los grandes arquitectos, las grandes constructoras, todas ellas deseosas de captar dinero público, por lo tanto gratuito, para sus fines lucrativos, más allá del negocio del transporte de las obras de arte y del elevado costo de los seguros que también pagamos la ciudadanía a tocateja.

La vicelehendakari tendría que informarse mejor acerca de estos cotos cerrados que pretenden garantizar a estas grandes multinacionales del Arte pingües beneficios y una posición de dominio y que bajo la retórica de un presunto desarrollo social vinculado a un boom turístico masivo y depredador consiguen tapar el despilfarro y negocio de estas empresas que de «culturales» no tienen nada y que, en definitiva, son la punta de lanza del deterioro y el abandono en el que se encuentran los creadores.

Parece cuando menos irresponsable que apenas haber jurado su cargo, sin haber aterrizado todavía en el terreno, la vicelehendakari se permita lanzar tal cambio de paradigma para una zona abandonada desde más de cuatro décadas como es Busturialdea. ¿A propósito, ¿quiénes son sus asesores sobre la interrelación entre arte-economía-desarrollo territorial-medio ambiente que le han asesorado al respecto para concluir que esta es la solución a la problemática de Busturialdea? ¿tiene en su poder algún estudio de partida que permita sostener tal planteamiento?

Hay que señalar, además, que el problema de empeñarse en imponer un Museo con dos sedes en Urdaibai, además del despilfarro económico y del perjuicio medioambiental que supondría, lo único que va a conseguir es subir un escalón más el grado de depredación en el ecosistema cultural y artístico facilitando a esta multinacional del arte como es la Fundación Solomon R. Guggenheim, nuevos espacios para colocar sus propias colecciones, ampliar sus circuitos expositivos y, de paso, controlar el valor, la creatividad, la imaginación y a los propios creadores manejando el arte como una moda al servicios de sus propios intereses espurios. Es decir, una nueva vuelta de tuerca a una cultura diseñada, controlada y teledirigida desde las élites, impulsada por los magnates de las grandes colecciones que son los que marcan la tendencia, el valor y el precio de las obras, algo que difícilmente está en sintonía con un arte verdaderamente creativo y libre.

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