Ander Zurimendi
Periodista

Valtònyc, el chaval que rapeaba entre balas de paja

Valtònyc demostraba que era posible tener pinta de poligonero y estimar tu tierra. Que era posible importar culturas de fuera de la isla y no por ello caer en el auto-odio.

Valtònyc todavía tenía cara aniñada y ni un pelo en la barbilla, cuando se empezó a escuchar su nombre por los ambientes alternativos de Palma, 


– ¡Hay un chaval de Sineu que hace rap en mallorquín y es un crack!

David Pujol, activista «indepe» con cesta de mimbre, me lo decía emocionado. Y  explicaba cómo lo había visto en un combate contra Mateu Xurí, alma mater de los glosadores (las y los bertsolaris de Mallorca). La palabra improvisada con dos pieles diferentes: Glosa versus Rap. Vaya: Como un bertso-saioa entre bertsolaris y raperos.


Corría el 2012 y la promiscuidad de Valtònyc con la glosa seducía a los independentistas de la isla. Un muchacho que conectaba un canto ancestral mallorquín con el rap forastero. Y con todo el descaro del mundo, motherfucker! No había precedentes. Para muchas, era una esperanza para la lengua catalana. Quizás incluso para la batalla por la supervivencia de la identidad mallorquina. ¡Eh! Con 8 millones de turistas al año y más de la mitad de la población nacida fuera de las Islas (según el INE), hay que trabajar la cultura propia.

Valtònyc demostraba que era posible tener pinta de poligonero y estimar tu tierra. Que era posible importar culturas de fuera de la isla y no por ello caer en el auto-odio. O sea, en aquellos urbanitas que comen piña en invierno, pero ver ETB1 les parece estrambótico. 

Parece una evidencia, que hay quillos y chonis borrokas. ¡Y menos mal que es así! Pero entonces todo era mi oscuro. José Ramon Bauzá y el peor PP que se recuerde habían arrasado en las elecciones de 2011. Tanto, que se permitió una legislatura de hachazos contra el catalán. Años de trincheras poéticas en las noches de la Obra Cultural Balear (entidad a medio camino entre AEK y Euskaltzaindia). Meses de escraches en cada acto del Govern del PP, días en los que se intuía una tímida primavera mallorquina y noches saliendo de la redacción para llegar a la barra de los únicos bares estilo Casco Viejo de Palma: El Pinzell y el Siset.


Era tiempos en los que toda disidencia acababa imputada en los Juzgados de Via Alemania. Porque hubo un tiempo en que cada semana nos tocaba caminar hasta allí. Por la puerta delantera, a aplaudir a los imputados que entraban a declarar. Por la puerta trasera, a hacer guardia hasta que soltaban a los detenidos. Y puño en alto, subían la misma rampa que Iñaki Urdangarin y tantos otros corruptos habrían de popularizar en todo el Estado.


Ya desde su nombre de aire únicamente comunista –que no independentista–. Joan Miquel Arenas, camarada Arenas. A pesar de que con buena relación con Arran (el referente de Ernai en los Países Catalanes). Porque en Mallorca –especialmente bajo gobiernos bauzanianos– era difícil no hacer piña. Y el espacio de la disidencia, desengañémonos, era estrecho. Fue en aquel tiempo cuando Campos denunció al propio Valtònyc por su tema Círcol Balear. «Jorge Campos se merece una bomba de destrucción nuclear». Valtònic tenía 17 años. Campos era amigo de Santiago Abascal (¡hijo!). 

En paralelo, Campos denunciaba a los jóvenes de Arran en otro memorable juicio, a pesar de que la jugada no le salió bien. O mejor dicho: consiguió notoriedad, gracias a llevar a jucio a diez jóvenes –por no decir adolescentes–. Pero no arrancó la condena que perseguía, ya que todo quedó en un delito de faltas. Es ahora cuando se acaba de cobrar su presa. La de Joan Miquel Arenas, Valtònyc.


Íbamos a sus conciertos en las noches tropicales de verano. Recuerdo el de sa Pobla, celebrando los 10 años del nacimiento del colectivo Pinyol Vermell, en un polígono a las afueras. Los cubates servidos en el maletero y los vasos de plástico duro y fiestas ya pasadas. 

«Hay un muchacho de Sineu que hace rap en mallorquín y es un crack!», me habían dicho. Cantaban en los garajes. O entre balas de paja, depende del día. Swing y Valtònyc. Dos cantantes de la ruralía. Una bofetada que te despierta. Ya nos había llegado un ejemplar de su primer disco, Rap Rural, a la redacción del "Diari de Balears". Bases de hip hop, notas de folk, sueños de jazz... «Y que reivindican el uso del mallorquín como lengua de expresión», defendían ya entonces.


Hoy ya no es ese muchacho de los primeros «combates» contra el bertsolari mallorquí Xurí. Sólo hay que verlo en el Parlament de Catalunya –en aquella rueda de prensa con Fermin Muguruza y la diputada Anna Gabriel–, cómo aferra el atril con las manos. Parece tener la fuerza de Durruti a sus brazos: Está a punto de romperlo.

 Quizás tendrá que dejar la fruiteria donde trabaja actualmente. Working class que no ha hecho dinero con la música, sino que la ha vivido, la ha sudado y la ha batallado
. La gira por Catalunya también lo llevó a dar conciertos como el de Badalona, rodeado de más músicos imputados como Pablo Hasel, Elgidio y César Strawberry. Mientras tanto, llega abril y con él la CUP de Barcelona reproduce las letras –por las cuales le han condenado– en un fanzine editado con motivo de Sant Jordi. El juicio está a punto de arrancar. Más tarde llegará la condena, el recurso ante el Tribunal Supremo. Y esta maldita semana, la confirmación de la sentencia.


Filtró una extravagancia: ¡Había donado 20.000 euros de su caja de resistencia a Puigdemont y la CUP! Immediatamente abría las portadas de los digitales. Pero era fake news. Sólo quería trolearlos. Y se partía de risa.


¿Entrará en prisión? Pues así como se está afilando la represión en el Estado, quizá lo tengamos que ir a visitar a algún país centro-europeo.

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