Aster Navas
Director de Burdinibarra BHI

Veinte pies

Por supuesto que esa política duplicaría el gasto educativo pero es una inversión, un esfuerzo mucho más urgente que el que en este momento se está llevando a cabo en digitalización

En una deliciosa película, “El inglés que subió una colina pero bajó una montaña”, un cartógrafo decide que a Garth Hill, una modesta estribación de la que están muy orgullosos los galeses que viven a sus pies, le faltan exactamente veinte pies para dejar de ser «hill» y convertirse en «mountain».

A nosotros, de cara al próximo curso, nos faltan dos alumnos para poder tener tres aulas en 1. ESO. Si en Burdinibarra tuviéramos 51 matrículas en ese nivel podríamos crear tres grupos de 17; con 49 tendremos dos clases de 24. Eso nos están respondiendo desde planificación cada vez que les proponemos un grupo más en algún nivel. Se agarran a los números como si fueran argumentos incontestables. No nos preguntan, antes de tomar la decisión, por los metros cuadrados en que vamos a albergar a esos chavales ni por su ventilación. Esa administración remota que no se asoma por los centros se aferra a esos veinte pies, a ese cincuenta y uno en ESO; a ese treinta en Bachillerato.

La gestión de la Escuela se sigue haciendo desde fuera, a vista de dron; sus recursos humanos se negocian literalmente cada mes de julio mediante un inapelable archivo de Excel en el que todas las fórmulas están herméticamente cerradas.

Lo grave de esta falta de flexibilidad es que el riesgo, en un contexto aun de pandemia, aumenta exponencialmente. Cuesta entender que los centros hayamos seguido todas las medidas y protocolos anti–covid que nos exigía la Administración y esta no ponga en marcha la más importante y que está exclusivamente en sus manos: la reducción de ratio.

Uno de los estudios más sólidos realizados sobre la incidencia de este parámetro es el mítico STAR estadounidense Se dividió a los alumnos (once mil) y profesores en dos grupos distintos; unos con grupos de unos 15 alumnos y otros con grupos de 22. Tras cuatro años se pudo demostrar que los que habían formado parte de la clase menos numerosa tenían mejores resultados académicos que el resto. Aquella aséptica base de datos de 1980 vino a refrendar una verdad de perogrullo que tenemos más que confirmada quienes llevamos muchos años a pie de aula.

Por supuesto que esa política duplicaría el gasto educativo pero es una inversión, un esfuerzo mucho más urgente que el que en este momento se está llevando a cabo en digitalización.

Y no solo por su influencia en el aspecto académico sino, y sobre todo, por su repercusión, en el tratamiento de la diversidad. La pluralidad de todo tipo a la que tenemos que atender –especialmente en la escuela pública– pide ir más allá del refuerzo o de las adaptaciones curriculares. Lo explican perfectamente José Bernardo Carrasco en “Cómo personalizar la educación” o Ascensión Palomares en “Profesorado y educación para la diversidad en el siglo XXI”.

Apostar por ese camino, el de la ratio, nos permitiría además crear una escuela emocionalmente más sostenible, más atenta a las inteligencias múltiples; una escuela que abordaría con mayor eficiencia las situaciones de acoso y en la que mejoraría notablemente la convivencia al reducir la conflictividad. Muy interesante al respecto “Sentirse bien en el aula” de Franco Voli.

En definitiva: por supuesto que la bajada de ratio no es la panacea pero sí el terreno, el solar sobre el que empezar a colocar los cimientos de un nuevo edificio.

Y ya que empezamos en el cine terminemos en él. Hay una insólita película bélica de Terrence Malick –genial Sean Penn– que no deja indiferente a nadie y que despierta opiniones muy encontradas: “La delgada línea roja”.

Curiosamente toma su título de un dicho que afirma que una delgada, inapreciable, línea roja separa la sensatez, de la locura; por unos milímetros, por apenas veinte pies, por un número arriba o abajo, la realidad puede cambiar diametralmente. En fin.

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