Kepa Ibarra
Director artístico de Gaitzerdi Teatro

Ventanales vacíos

Algo está cambiando y la buena noticia es que este cambio lo está produciendo la clase trabajadora

Algunas calles bilbaínas, esas calles del Bilbao abierto, cierto y lleno de franquicias de pronunciación imposible, se están repletando de color y reivindicación. Parece que todo forma parte de la propia fisonomía cosmopolita de la ciudad, como si ese formato y esa serpiente multicolor tuviesen fecha y hora, lugar y recorrido, principio y final previsto. Sesión de cine. Pero no.

Hace muchos años que no veíamos a lo lejos una manifestación tan diversa y tan contundente como en esta ocasión (y en otras) confirmamos y valoramos, todo en los pies y en las manos de trabajadores y trabajadoras hartas de la prepotencia empresarial, de la insaciabilidad de un sistema que vive de sus cash-flow, e incluso del hermetismo neutro y distante de la Administración, que juega con la enseñanza de los tres monos sabios para no ver, no oír, no hablar cuando la calle calienta y el audio se hace atronador.

PCB, Petronor, Tubacex, Novaltia y Bilboko Argiak, además de otras muchas empresas involucradas en una vorágine de despidos y situaciones límite trasiegan por la capital haciendo del sonido, la luz y el color un conjunto francamente embaucador, y donde muchos y muchas sentimos que algo perdido se está recuperando cuando las autoridades que abogan por el segmento reivindicativo plano notan como sus poltronas comienzan a removerse y desde su privilegiada posición solo pueden acudir al silencio cómplice.

Curiosamente, nadie aparece, nadie está, nadie sabe nada y nadie se multiplica en versatilidad cuando intentas que te enseñen la patita, en una imagen que contrasta con lo que la calle grita y con lo que los tiempos exigen. Es cierto que cada sector, cada gremio, cada trabajador y trabajadora mantiene incólume su derecho a exigir soluciones, pero lo que más llama la atención de lo que está ocurriendo en nuestras calles es algo que nos retrotrae a tiempos pretéritos donde protestar era una necesidad casi biológica y luchar hasta el final era como un canto precioso a la libertad.

Los años 70-80 nos enseñaron que la retórica del tiempo solidario nos permitía soñar con un mundo mejor y que en estas movilizaciones lo floral no tenía sentido si los derechos de los y las trabajadoras no se veían reconocidos. Si es verdad que hay un cierto halo crepuscular en estas movilizaciones, pero cuando vas a pie de terreno, cuando te acercas al olor de la pólvora y al sonido de la turuta o escuchas vocalizar la reivindicación, entonces admites que algo está cambiando. Color, ambiente, diversidad, dignificando el movimiento contestatario y apabullando la calle, en un conjunto que se antoja innovador, destacando juventud, dinamismo, disciplina y una madurez impropia.

Reiterar y cerrar círculo. Algo está cambiando y la buena noticia es que este cambio lo está produciendo la clase trabajadora. Y un apunte no menor: Las trabajadoras de H&M, con su huelga de mes y medio, han impedido los despidos en Euskal Herria. La noticia, lejos de ser una portada más o menos significativa, es una constatación directa de lo que implica pisar la calle, mostrar unidad y no ceder ante un enemigo cada vez más invisible. Mientras tanto, mucho Lee Kuan Yew World City Prize, pero a los ventanales de la tercera planta del Consistorio bilbaíno (como ejemplo) no se asoma nadie. Calor, color y silencio.

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