Vietnam
La distancia de Bilbao a Hanoi en línea recta es de 11.000 kilómetros, más o menos. Me cuenta un chatbot de IA que andando, en línea recta, suponiendo que no hubiera obstáculos insalvables y a una media de 20 kilómetros por jornada, tardaría algo así como 550 días en alcanzar la capital vietnamita, la segunda en población después de Ho Chi Minh, la antigua Saigón. En un mundo globalizado, con el permiso de Donald Trump, caminar es una quimera. El avión, con alguna escala, acerca Vietnam en 16 horas. Más rápido aún, gracias a Internet estamos en un pispas. Pero no siempre ha sido así. A los de mi generación, que peinamos canas si la queratina nos guarda el cabello, la cercanía nos la escupían las emisoras de radio con un mensaje mañanero: «Prosiguen los combates en el Mekong». La conocida como Guerra de Resistencia contra EEUU (Kháng chiến chống Mỹ), que concluyó ahora hace medio siglo. El Viet Cong contra los yanquis, sustitutos de los franceses colonizadores, derrotados en la que llamaban Indochina.
En una década, EEUU escupió más de siete millones de toneladas de bombas sobre la entonces Vietnam del Norte y sus vecinas Laos y Camboya, donde, señalaban, se escondían los comunistas. Para la comparación, en la Segunda Guerra Mundial, se lanzaron un tercio, poco más de dos millones de toneladas. Las bombas y la guerra química (napalm y agente naranja) mataron a medio millón de niños y otros dos millones y medio de adultos. Monsanto, comprada hace pocos años por Bayer, y Dow Chemical, que tuvo planta en Leioa hasta hace 15 años, fabricaron para el Pentágono los explosivos químicos. También violaciones en masa y rapto de niños para su venta. Hoy, aún millones de personas sufren malformaciones originadas hace medio siglo. En las Bardenas, los aviones de EEUU se entrenaban antes de viajar al otro extremo del mundo.
Para nuestra generación y para todos los pueblos oprimidos del mundo, Vietnam fue un símbolo. El símbolo con mayúsculas. Su pueblo, a un coste impresionante, había derrotado a París y luego a Washington para establecer una sociedad igualitaria hacia el comunismo. La enseñanza era que David podía derrotar a Goliat. La juventud tomó las calles en Europa y en Norteamérica, y las guerrillas se echaron al monte en Centro y Sudamérica. Una lucha antiimperialista y anticolonialista.
Hoy, sin embargo, enciclopedias y chatbots generados en el Primer Mundo relatan falsamente que la Guerra de Resistencia contra EEUU fue un episodio más de la Guerra Fría, el bloque soviético contra el occidental. Una farsa académica y una visión supremacista y eurocentrista. Vietnam, como otras luchas de liberación en Angola, Mozambique, Indonesia, Argelia... formó parte de la rebelión de las colonias contra las metrópolis. Un orden mundial forjado desde el siglo XVI y acelerado en el XIX. El despojo del que aún se nutre Europa para conformarse como élite económica mundial.
A pesar de esas distancias astronómicas, y del cierre del pensamiento por la dictadura en Hego Euskal Herria, Vietnam estuvo más cerca de nosotros de lo que puedan presuponer nuestros descendientes. Quienes conspiramos para la caída del franquismo, nos convertimos en vietnamitas, aunque lo fuera metafóricamente. Cuando el ejército de Vo Nguyen Giap y la generala Nguyen Thi Dinh entraron en Saigón en 1975, lo celebramos como una victoria nuestra, al igual que en otros puntos del planeta. Ho Chi Minh se unió a una lista de protagonistas con nombre: Che Guevara, Sandino, Lumumba, Cabral, Farabundo Martí, Sankara, Abd el-Krim... Ho, además, era poeta −en prisión con la ocupación japonesa escribía poesía− lo que lo acercó todavía más a un pueblo como el nuestro que, como decía Voltaire, canta y baila al borde de los Pirineos: «Rimando haré más cortos los días en la prisión y esperaré que llegue mi libertad cantando».
La huella vasca desde Vietnam fue notoria. En 1966, ETA programó cursillos de tres meses en Vietnam, con experiencia de campo lo que suponía enfrentamiento real contra las fuerzas ocupantes (Curso de Instrucción). La estancia estaba subvencionada por el Ejército de Liberación y los viajes por un Estado que había logrado su independencia tras una guerra prolongada. La primera hornada de voluntarios vascos hubiera debido llegar a Vietnam en octubre de 1966, pero el proyecto fracasó. Un año más tarde, en la V Asamblea de ETA, la organización armada vasca adoptó la estrategia del comunista vietnamita Trường Chinh. Un corta y pega: «Las victorias en los campos de batalla de la economía, política y cultura dan la victoria militar a la Resistencia Nacional». Fue la estructura de los cuatro frentes.
Hubo también, como en las guerras coloniales de la época (Corea, Siria, Egipto, Turquía...), vascos que, obligados por el servicio militar, sirvieron en el Ejército francés, incluso en el estadunidense, contra los independentistas vietnamitas. Vicent Etchemendy, Pierre Lafargue y decenas de jóvenes de Ipar Euskal Herria dieron su último aliento en Indochina defendiendo la tricolor francesa. «Morts pour la patrie», que cantaba Gorka Knörr. Exiliados de la guerra civil fueron forzados a ingresar en la Legión Extranjera, entre ellos el irundarra Eduardo Larrañeta, que sobrevivió y a su vuelta fue detenido por la Policía franquista a pesar de haber servido en las fuerzas invasoras.
John Etxeberria, nacido en Reno de padres de Izpazter, fue uno de los 1.300 hijos de la diáspora vasca que, enrolados en el servicio militar y destinados a Vietnam, luchó en las fuerzas de EEUU «contra el comunismo», al igual que Jean Hechart, nacido en Hazparne y emigrado a California. Bob Etxeberria, expresidente de NABO (North American Basque Organizations), euskalduna, natural de Nevada y procedente su familia de Amoroto e Izpazter, era veterano el Ejército de EEUU, combatiente en Vietnam, también obligado por el servicio militar. Medio siglo después, son detalles de aquel Vietnam, tan lejano en la distancia, tan cercano en la derrota para unos, en la victoria para otros.