Félix Ligos Rivas

Virus, servidumbres y conspiraciones

La falta de libertades y la servidumbre voluntaria es anterior al virus

La pandemia provocada por el virus SARS-CoV-2 nos ha conducido a vivir unas experiencias que nadie hubiera imaginado, ni incluso aquellas voces «expertos» que desde varios enfoques las contemplaban como posibles y cercanas.

Probablemente para la mayoría, lo vivido durante el confinamiento, ha despertado emociones y reflexiones de todo tipo, por supuesto muy condicionadas por la situación personal de cada uno en su momento vital.

Sobre las experiencias vividas durante el confinamiento, sin obviar la tragedia y el dolor humano que nos ha acompañado y que aún nos acompaña en la «nueva normalidad» los individuos de a pié hemos podido extraer algunas lecciones a las que algunos «expertos» ( filósofos, sociólogos, ecólogos, economistas, etc.) han intentado poner voz y palabras bajo la forma de informes y la publicación de numerosos artículos y ensayos. Por mi parte, un gran reconocimiento a esta labor de síntesis y de luz que la escritura sosegada y meditada puede aportar.

Para algunos de estos expertos esta pandemia nos ha colocado frente a nuestras limitaciones, miedos y vulnerabilidades, entre otras cosas la realidad de la enfermedad y la muerte como destino inexorable de toda la humanidad. Evidente pero negada continuamente por esta sociedad que alienta el sentimiento de omnipotencia («toute puissance») a través del consumo indiscriminado de objetos, pensado y creado para despertar y satisfacer todo tipo de pulsiones que le aportan un placer inmediato pero efímero a través de la secreción principalmente de dopamina y otras hormonas del placer. También negación y ocultamiento del envejecimiento y de la muerte a través de una fe ciega en la Tecno-Ciencía.

Otros destacan las vivencias que el frenazo del ritmo frenético de nuestra vida nos ha permitido experimentar. Durante la gran pausa hemos podido saborear y valorar lo sencillo y gratuito, la «utilidad de lo inútil», de lo que no se puede cuantificar: el silencio, un simple paseo, los amigos, la lectura y algunas obras musicales escuchadas y compartidas con nuestros compañeros de habitáculo, los rayos de luz entrando por nuestras ventanas, etc, y el placer de no hacer nada, de vivir sin proyecciones hacía el futuro, de dejarse vivir.

Este silencio nos ha ha permitido escuchar la voz del «deseo» o de la necesidad de amor, del otro, del amigo, del tiempo para la vida y hemos podido experimentar una satisfacción serena y atemporal, bien diferente a los placeres efímeros de la satisfacción inmediata de la pulsión. Estas vivencias nos han permitido sentirnos personas realmente humanas y quizás animales de verdad. En definitiva experiencias varias que nos indican lo lejos que estábamos de nosotros mismos, de los demás y sobre todo de la «vida», del «deseo».

Las experiencias vividas durante el confinamiento y las que aún nos obliga a vivir la presencia de este virus debería provocar una revolución de valores y despertar en cada uno de nosotros una voluntad colectiva de cambio de rumbo. Un nuevo rumbo que ponga en valor la vida, la vida de todos los «seres humanos», pero también de todos los «seres no humanos», y donde la economía adquiera su verdadero sentido, es decir, la actividad humana orientada a crear e intercambiar bienes y servicios que preserven y mejoren la vida de todos los seres vivos, sin excepción, así como los territorios y localidades donde estos intentan manifestarse.

En Euskal Herria, en los Estados francés y español, en Europa y en todos los rincones del planeta, miles, millones de individuos han deseado que esta experiencia propiciara un cambio de rumbo. Decenas e incluso centenas de propuestas se han sugerido para alimentar los debates, entre las diferentes instancias de las diferentes comunidades de todo el planeta, que dieran respuesta a las preguntas: ¿Qué hacer, cómo hacer, para realmente vivir y para que nuestra corta vida cobre sentido?

Sin embargo, estas reflexiones no parece que sean compartidas ni tenidas en cuenta por  las GAFA de Silicon Valley, ni por la mayor parte las de élites económicas, ni por los Estados que las protegen, para quienes su obsesión es recuperar y aumentar sus beneficios los primeros y el «crecimiento» los segundos.

La Gran Negación escondida en el traje de la Gran Aceleración se impone una vez más como «verdad» en la dinámica social y económica. Producir, vender, comprar, crecer, obtener beneficios.

Siempre más rápido, siempre más lejos, siempre más.

Paralelamente a estas reflexiones este virus ha puesto igualmente de manifiesto las insuficiencias y limitaciones de la endiosada Técno-Ciencía y del Estado. Los ciudadanos se encuentran confundidos, inseguros y desprotegidos, angustiados y desconfiados. El «consentimiento», necesario para el funcionamiento de las sociedades autodenominadas democráticas, con el covid-19 agranda su crisis. La desafección ciudadana se manifiesta  en la deslegitimación del Estado y del modo de gobernanza por representación al que vienen llamando «democracia». La Ciencia como ideología del Poder (Ej.: la vacuna como salvación) fracasa en su afán de tranquilizar a los ciudadanos y el método científico (el proceso incierto de toda investigación) es puesto en entredicho por la dificultad de los ciudadanos a diferenciar una cosa de otra.

La inseguridad y ansiedad  provocada por el sentimiento de abandono y de desprotección y la perdida de sentido es la causa probable del surgimiento del pensamiento mágico y de la superstición y una posible explicación de las tesis de la conspiración. Recordemos que el pensamiento mágico calma la ansiedad.
                                         
A alguna de estas tesis habría que decir que la alienación de los seres humanos y no humanos no es nueva, ya tenía lugar antes de la pandemia.

La falta de libertades y la servidumbre voluntaria es anterior al virus.

El negacionismo no es algo nuevo y seguramente habrá muchas razones para mirar para otro lado además de los intereses económicos que pudieran estar en peligro si se reconociera la crisis ecológica, las desigualdades, la miseria y el sufrimiento de miles de millones de seres.

El informe prospectivo de la fundación Rockefeller que circula por las redes no es ningún plan transhumanista. Los super-ricos siempre quieren ser más ricos y no conocen ninguna moral ni ética de la responsabilidad. No poseen ningún poder especial sobre los demás salvo el que ejercen con maldad utilizando todos los medios a su alcance para seguir acumulando riqueza.

Que la OMS excluya cualquier terapia que no esté certificada por un laboratorio ya se sabía, como también se sabia la presión que ejercen los lobby sobre ella.

Descontento ciudadano y pensamiento mágico que las fuerzas regresivas de extrema derecha y ultra-católicas, siempre fieles aliados y valiosas herramientas de los super-ricos, intentan aprovechar, alentándolo y expandiéndolo para aumentar la confusión y frenar la crisis de consentimiento y el surgimiento de un verdadero movimiento social que facilite el cambio de rumbo. Cambio que durante el confinamiento hemos visto tan necesario para preservar la vida y hacerla más digna y plena.

Periodo «sin época» (sin tiempo de descanso) ni incluso para el virus, lleno de paradojas e incertidumbres. Mantengamos la calma.

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