Igor Ahedo, Tania Martínez e Iñaki Barcena
Parte Hartuz, UPV-EHU

¿Vuelve la política?

Responder a esta pregunta retórica, a menos de una semana de la masacre del 13 de noviembre en París resulta complicado. Lo que parece extenderse es la guerra. La beligerancia entre personas enemigas que no pueden soportase, ni convivir.


La guerra es soportable sólo a miles de kilómetros de distancia. Reivindicar la política es una ardua tarea en momentos críticos como este, donde el militarismo se ofrece como la única lógica posible. Pero necesitamos la política para llevar la lucha al terreno de las posturas adversarias que se reconocen y respetan, no de las enemigas que buscan la eliminación física del otro u otra.

Nuestra historia es una historia de conflicto y cambio constante. La política es el arte de hacer posible lo imposible en la medida en que permite que problemas previamente considerados como irresolubles o restringidos a la esfera de «lo privado» (tales como la violencia machista) sean desvelados como problemas cuya matriz originaria es pública (el sistema de dominación patriarcal en este caso) que en consecuencia requiere de respuestas también públicas (leyes contra la violencia machista, por ejemplo). Desde esta perspectiva, la politización es la garantía del avance de nuestras sociedades, en términos de igualdad y derechos.


Ahora bien, desde hace décadas, nos estamos deslizando peligrosamente en una fase postpolítica en que la política, lejos de ser el arte de hacer posible lo imposible, se está presentando como el arte de hacer imposible lo posible. De forma creciente, la práctica política se presenta como una cuestión meramente técnica, en la que se implementan soluciones técnicas a partir de los principios de la eficacia y la eficiencia, sin cuestionar en ningún caso la base en la que descansan estos principios, y sobre todo, ocultando el carácter ideológico de los mismos. Desde esta perspectiva, para la postpolítica de la mera gestión técnica, la respuesta a cualquier cuestionamiento, sea en el orden económico, urbanístico, cultural, nacional, etc… es «no hay otra alternativa». Este cierre en falso se desvela pronto como impotente ya que mientras la desigualdad exista habrá conflicto y de ella siempre surgirán alternativas, más o menos fuertes dependiendo del contexto. Por eso, cuando la alternativa se presenta, cuando irrumpe, la postpolítica se refugia en la legislación positiva, altar sagrado, tótem místico del realismo de lo instituido. Este doble cierre técnico en términos de fondo y forma cada vez está más erosionado. Miremos hacia dónde miremos vemos que los desbordamientos de la protesta no se encauzan con alegatos a la técnica y lo instituido. Reclaman nuevos cauces, cauces públicos que generen respuestas para todos y para todas. Nuevos cauces políticos.


Entre los días 19 y 20 de este mes, en Bilbao, por tercera vez, decenas de investigadores e investigadoras, profesores y profesoras de Ciencia Política, nos reunimos para reflexionar sobre nuestras preocupaciones académicas, profesionales y vitales. Y reflexionamos a partir de un lugar común. Creemos que estamos en unos tiempos en los que es necesario, más que nunca, que vuelva la política entendida como la búsqueda colectiva de soluciones a nuestros problemas. Hemos convocado a personas del mundo universitario, a activistas políticos y también a cargos institucionales y de partidos políticos para analizar en estos dos días la relaciones entre populismo y democracia, para reparar en las nuevas formas de la política, sus nuevos actores, procesos y mecanismos, para usar la interseccionalidad como perspectiva de estudio de la marginación histórica de diferentes agentes sociales de la participación política y también para debatir sobre la complementariedad y las contradicciones que existen entre las lógicas, los ritmos y los contenidos de las propuestas estatales y las de los movimientos sociales. 
Creemos que este retorno de lo político se sostiene sobre tres premisas. Tres exigencias: más poder, más democracia y más soberanía.

Más poder, porque cada vez son más notorias las expresiones reivindicativas de un poder horizontal, un poder relacional, basado en la articulación de sueños y frustraciones. Un poder que emerge de lo local, de las redes de solidaridad, de los bancos del tiempo, de las cooperativas, de los grupos de mujeres que muestran que es posible un modelo diferente al poder basado en la dominación, en un juego de suma cero en el que si tu tienes poder otro u otra no lo tiene. Creemos que cada vez está más presente un poder relacional en el que la suma de las partes son más que el todo.


Más democracia, porque cada vez son más que evidentes los límites de una democracia formal, basada en la delegación, en una lógica clientelar. Una democracia que se entiende como el ajuste entre lo que la gente quiere que se haga y lo que finalmente se hace. Una democracia que se está profundizando con la exigencia de transparencia, de corresponsabilidad, de rendición de cuentas, con demandas de participación real y sustantiva. Una democracia que no reniega del conflicto, sino que utiliza la política para gestionarlo.

Mas soberanía, porque cada vez son más evidentes las exigencias del derecho a decidir. El derecho a decidir sobre nuestros cuerpos, sobre nuestra alimentación, sobre nuestro nivel de desarrollo, sobre nuestra sexualidad, sobre el futuro de nuestros barrios, sobre el modelo económico, sobre el modelo de organización desde lo local a lo nacional. 


Las demandas de más poder, más democracia, más soberanía y más política demuestran que la ciudadanía quiere ser protagonista de su futuro. La vuelta de la política es el camino.


Bilatu