Maitena Monroy
Profesora de autodefensa feminista

Y la precariedad se convirtió en privilegio

Si el derecho nos lleva a pensarnos como sujetos con derechos, pero también con deberes, habría que analizar qué deberes comportaría una ética del cuidado

Y mientras las mujeres se hicieron esenciales. O eso dicen. A pesar de que era algo que las huelgas feministas ya venían denunciando, ha hecho falta un virus pandémico para que sea una cuestión incontestable. Hace unas semanas, en una reunión, una compañera me comentaba que, en el sector de cuidados, las de Osakidetza éramos las privilegiadas. Yo, que vengo de la precariedad, sé reconocer el privilegio laboral que ostento al ser personal fijo de Osakidetza pero pensé en el 40% de mis compañeras que son interinas, que enlazan contratos sin vacaciones, o cuando la empresa lo decide, siempre pendientes del móvil para que no les pasen en la lista, con la mochila a la espalda, trabajando en tres turnos, los 7 días de la semana, festivos y con disponibilidad horaria absoluta. Y me puse a pensar si eso era privilegio y la verdad es que no lo encontraba. Pensé en las caras de angustia y de «no puedo más» de mis compañeras enfermeras, y también del personal administrativo, de la atención primaria. Pensé en las colas de personas a la espera de PCR. Pensé en la lista de espera de pacientes que veo como se incrementa cada día. Y pensé que podemos acabar creyendo que la precariedad es un privilegio.

Aunque como confío mucho en el criterio de mi interlocutora también pensé en cómo están todas las profesionales que se dedican a los cuidados en el sector privado. En la tendencia, que ya es estrategia, pública de la subcontratación. Pensé en qué está pasando en la redefinición de la estrategia sociosanitaria que plantea el Gobierno Vasco para los años 21-24, orientada hacia un modelo que estimule la atención en la comunidad y el domicilio. Una propuesta que pretende retrasar los efectos de la pérdida de autonomía con el fin de que mantengamos durante más tiempo, ¡atención!, nuestro estatus de trabajadoras y trabajadores y consumidoras y consumidores, es decir, promover un envejecimiento saludable fundamentado en alargar la edad de jubilación y mantener el consumo para consumirnos en vida hasta la muerte.

El problema de los cuidados es que son las trabajadoras precarizadas, pobres, a las que se unen las pensionistas / abuelas, con sobrecarga vital de cuidados, las que están sosteniendo lo que el sistema no sostiene. Cuando hablas con mujeres mayores o de mediana edad hay un relato bastante común de malestar relacionado con la sobrecarga de cuidados. En las de mediana edad, a veces, pervive la fantasía de que en algún momento haya un reconocimiento a ese esfuerzo y en las de edad más avanzada un cabreo disimulado en tristeza y dolor. Comentaba una compañera que tenía una paciente que con tristeza se quejaba de que a ella nadie le había preguntado si quería ser abuela, pese a que iba a ser quien se encargarse de los cuidados de nietas y nietos. Ese sigue siendo un nudo gordiano del «sistema» de cuidados, el pensar que las mujeres de forma gratuita o de forma precarizada están, y van a estar ahí, al servicio de las necesidades ajenas. Es un tema complejo porque, por un lado, queremos reivindicar el derecho al cuidado en un sentido extenso, pero nos encontramos con unas relaciones de género asimétricas y donde, además, el cuidado a las demás personas ha sido eje identitario de género femenino, de esa «natural» capacidad para el cuidado. Desde el esencialismo de esa femineidad, de ese amor de madre, que supone un terreno abonado porque la subjetividad femenina está fuertemente asentada en el vínculo afectivo obligatorio y en la incondicionalidad del amor maternal, aunque no seas madre.

En los últimos meses hay una enorme campaña publicitaria de empresas privadas de salud. Aquellas que ven los cuidados como un negocio. Lo escribo y casi me parece un oxímoron empresa privada-salud. Estas empresas que aluden a la «cariñoterapia» para vender sus servicios, me recuerdan a la película de Aranoa “El buen patrón”, donde un empresario, entre otras cosas, hace sentir a sus empleadas y empleados que son parte de su familia. Imagínense para qué. Apelar al vínculo afectivo es lo que hace otra conocida empresa de electrodomésticos que dice en su spot «que todos tenemos un amigo en…» Apelar a las emociones, al afecto, no es algo nuevo, es paradigmático del sistema patriarcal y del capitalismo para venderse desde el cariño. Es estratégico de los maltratadores el dar pena y, yo diría también, que lo es del capital. Basta recordar el rescate bancario o que las empresas hablan de pérdidas cuando sus ganancias no son las esperadas. En ambos casos, la pena se salda con la deuda que contraemos. Una deuda «en el caso de los primeros porque están a nuestro lado, en el caso de los segundos porque nos contratan» y tener trabajo remunerado es un privilegio al alcance de pocos, y aún menos, de pocas.

En el debate está qué es cuidar. Si queremos convertir, y así debería de ser, el cuidado en un derecho universal, entonces debemos descifrar qué es cuidar más allá del inicio de la vida y del proceso de envejecimiento o perdida de autonomía. La resolución de los cuidados no puede realizarse en formato familia nuclear, sino como sociedad. Si el derecho nos lleva a pensarnos como sujetos con derechos, pero también con deberes, habría que analizar qué deberes comportaría una ética del cuidado. Pero para ello es necesario definir qué entendemos por cuidado porque parecería que solo pensamos en cuidados en situaciones de dependencia, de infancia o con respecto a la limpieza de una casa. Cuando nos hablan del sistema público-comunitario, que en principio suena muy bien, habría que identificar qué es lo comunitario, qué derechos y deberes son del conjunto y romper con la obligatoriedad de los cuidados por parte de las mujeres. Que no acaben pidiéndonos voluntariado, que ya saben que a las mujeres se nos da tan bien, para abarcar lo comunitario desde la entrega feminizada y, cada vez más racializada, a los demás. Eso sí, le metes las palabras diversidad, sostenibilidad y feminista y ya todas tenemos un amigo en el sistema.

Y pueden acabar diciendo que ser mujer es un privilegio, que cuidar es un valor que nos fortalece y, si quieren, que añadan que además tersa la piel.

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