Joseba Pérez Suárez

… y mataron, claro

Se cumplen ahora 43 años de la masacre (así denominada por sus propios ejecutores) de Gasteiz y nadie ha dado cuenta jamás de aquella aberración

La pregunta buscaba explicación a algo, en apariencia, inexplicable: «Muchas personas que habían sido destacadas en el franquismo siguieron gobernando en empresas, siguiendo en política…»; la respuesta, sin el más mínimo atisbo de rubor, de Rafael de Mendizabal, inventor y primer presidente de la tristemente célebre Audiencia Nacional, demoledora: «quedaron algunos que habían sido franquistas gobernando en la democracia porque eran demócratas… Rodolfo Martín Villa…» (EITB / 360º / Eider Hurtado / 24-02-19).

Lo queramos o no, ese ha sido, desde el principio, el gran problema de la mal llamada democracia en el Estado español: que fue parida, desarrollada y dirigida por la misma gente que había sostenido la dictadura hasta media hora antes, en un ejercicio de perversión del lenguaje, lavado de cerebro y blanqueamiento de su pasado, que hacen imposible la asimilación de este estado de cosas a lo que debería ser una auténtica sociedad democrática. Que quienes nunca jamás renegaron de su colaboración con el fascismo pudieran convertirse, sin solución de continuidad, en diseñadores e ideólogos de una supuesta democracia, es algo que aún hoy día se hace imposible de imaginar, si no fuera por casos como el de Manuel Fraga, ministro de Turismo con Franco, de la Gobernación recién muerto el dictador, «padre» de la Constitución española, fundador del primer partido político (AP) de la derecha franquista y presidente de su engendro sucesor (PP) hasta su fallecimiento. Fascista y «demócrata» al mismo tiempo, venerado y encumbrado por sus cachorros, los mismos que hoy, desde Aznar a Casado, acusan de «golpistas», con la aquiescencia de la sociedad española, ironías del destino, a quienes intentaron organizar una consulta popular entre sus conciudadanos a través de unas peligrosísimas urnas; los mismos que jamás fueron capaces de tildar de golpista al gallego de Ferrol. Ver para creer.

Asegura el diccionario que amnistía es el «olvido de los delitos políticos… a cuantos reos tengan responsabilidades análogas entre sí». Definición que implica, por tanto, una figura jurídica, la del reo, que solo existe cuando hay «un demandado en un juicio civil o criminal». Nunca jamás franquista alguno pisó un juzgado para dar cuenta de sus desmanes, pero, eso sí, todos, absolutamente todos, fueron «amnistiados» de esos delitos que «no cometieron». Vivían, y siguen viviendo a fecha de hoy, perfectamente protegidos por un estado que ocupa su tiempo en seguir descubriendo golpistas, sediciosos, violentos y terroristas por todos lados, pero que oculta, bajo un manto de impunidad, a esa caterva de criminales a quienes ningún togado español se atrevió nunca a tocar un solo pelo.

Se cumplen ahora 43 años de la masacre (así denominada por sus propios ejecutores) de Gasteiz y nadie ha dado cuenta jamás de aquella aberración. «¿Cuál fue su responsabilidad en los sucesos del 3 de marzo en Vitoria?» inquiere la periodista. El anciano fascista que responde al nombre de Rodolfo Martín Villa, por entonces ministro de relaciones sindicales, no vacila: «Ninguna; no tuvimos nada que ver en la represión policial». Repetir esa respuesta desde entonces le ha valido para no sentarse jamás ante un tribunal o para ser protegido frente a la justicia argentina por los gobiernos populares y socialistas (tanto monta a estos efectos) que se han alternado en España desde aquel momento. Así de fácil. En este aspecto, nada ha cambiado desde entonces. El exministro de Interior en el gobierno popular Juan Ignacio Zoido, 43 años después de aquella barbaridad, acude como testigo al juicio por el «procés» para aclarar datos sobre la brutal carga policial contra la población civil catalana aquél célebre 1-O: «¿Quién dio la orden de que intervinieran?»; «Yo no di la orden». Nada que investigar entonces. Con eso vale, una vez más. Es lo que tiene la impunidad. El ministro del Interior de un estado que dice vivir una situación de «golpe de estado» no tiene control sobre sus fuerzas policiales... y a todo el mundo le parece absolutamente normal. ¿Se imaginan que un dirigente de ETA contestara lo mismo… y le valiera?

Quién no ha escuchado las grabaciones policiales de aquél 3 de marzo:

-«Aquí ha habido una masacre».

-«De acuerdo, cambio».

¿Cómo que «de acuerdo»?

O la del infausto 8 de julio en las calles de Iruña:

-«No os importe matar».

… y mataron, claro. Con la inhumanidad y chulería de quienes se sabían, entonces como ahora, al margen de las consecuencias. Al fin y al cabo, «esas» muertes salían… y siguen saliendo gratis.

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